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LA POSGUERRA DE IRAK

Bush contesta en el Despacho Oval a todas las preguntas de la comisión del 11-S

El presidente admite que Estados Unidos "aún es vulnerable" a los ataques de Al Qaeda

George W. Bush y Dick Cheney se vieron ayer a puerta cerrada durante más de tres horas con la comisión que investiga el 11-S. "Fue una buena ocasión para compartir opiniones", dijo el presidente, que aseguró que había contestado "a todas las preguntas", lo que fue corroborado por la comisión. Y aunque nadie se lo preguntó en la reunión, Bush -más interesado en el futuro que en el pasado y administrando los mensajes que mejor le vienen para su campaña electoral- admitió que no podía descartar que Al Qaeda tenga células activas en EE UU. "Aún somos vulnerables a un atentado".

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"La razón por la que somos vulnerables es que Al Qaeda todavía existe, sigue siendo un grupo peligroso y nos odia". Bush dio pocos detalles sobre la reunión. Aseguró que el clima había sido "cordial", que las preguntas fueron muchas y que él había contestado a todas, que su asesor jurídico nunca le tuvo que decir que dejara algo sin responder y que sus respuestas se reflejarán en el informe final.

La comisión dijo que George Bush y Dick Cheney fueron "afables y sinceros" y les agradeció el tiempo dedicado a la reunión, que consideró "muy útil". Según declaraciones del demócrata Richard Ben-Veniste -el más crítico de los 10- a la agencia Associated Press, la sesión fue muy cordial "y todo el mundo pudo preguntar lo que quiso". Ni él ni otros entraron en detalles. El republicano Jim Thompson confirmó que no hubo pregunta sin respuesta.

Una vez más, los periodistas quisieron saber por qué Bush tuvo que ir de la mano del vicepresidente a la reunión; una vez más, el presidente no respondió directamente y mezcló el yo con el nosotros, como si él y Cheney fueran hermanos siameses: "Si tuviéramos algo que esconder, no nos habríamos reunido con ellos. Respondimos a todas sus preguntas. Salí satisfecho de la sesión, porque quería que supieran cómo trazo la estrategia, cómo dirigimos la Casa Blanca, cómo abordamos las amenazas y creo que es importante también que hayan visto nuestro lenguaje corporal, cómo trabajamos juntos".

El presidente y el vicepresidente no declararon bajo juramento ni existe una grabación o transcripción de lo que dijeron. Dos horas y media después del comienzo, dos demócratas -Lee Hamilton, vicepresidente de la comisión, y Bob Kerrey- dejaron la Casa Blanca. La reunión finalizó sin ellos.

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Es muy probable que las preguntas planteadas ayer no se alejaran demasiado de las que la comisión ha hecho ya en anteriores sesiones: ¿Por qué no se dio un sentido de urgencia a las advertencias planteadas por el coordinador antiterrorista de la Casa Blanca, Richard Clarke, ocho meses antes del 11-S? ¿Por qué no se tomó más en serio el informe de inteligencia del 6 de agosto de 2001 en el que se decía que Al Qaeda quería atacar en EE UU, que se habían detectado "modelos de actividad sospechosa coherente con preparativos de secuestros" y que el FBI seguía docenas de investigaciones?

También las respuestas se presumen, porque las dio, en su momento, Condoleezza Rice, consejera de Seguridad del presidente: el Gobierno asumió como prioridad la guerra contra el terrorismo; estaban en marcha las estrategias adecuadas; había indicios generales, pero nunca hubo señales claras y concretas sobre los atentados de Nueva York y Washington.

La reunión se celebró en el Despacho Oval, con un lleno poco habitual. Por parte de la Casa Blanca, además del presidente y el vicepresidente, estuvo el consejero jurídico, Alberto Gonzales, con dos ayudantes y una persona que tomó notas. Los diez miembros de la comisión también contaban con alguien de su equipo para tomar notas.

La reunión coincidió con un nuevo sondeo que refleja los problemas de imagen de Bush, aunque el candidato demócrata, John Kerry, no aprovecha la ocasión, porque su mensaje se ha difuminado. Según la encuesta del diario The New York Times y la cadena de televisión CBS, si las elecciones se celebraran hoy, Kerry ganaría con el 46% de los votos, frente al 44% de Bush, pero eso si no se presentara el ecologista Ralph Nader. En caso contrario, Bush tendría el 43%; Kerry, el 41%, y Nader, el 5%.

Cae el apoyo a Bush

El apoyo global al presidente se queda en el 46%, el más bajo desde que llegó a la Casa Blanca: en la edición anterior de este sondeo, hecha en marzo, Bush tenía un 71%. Pero Kerry saca poco partido de todo esto, porque, a pesar de Irak y de algunos testimonios oídos en la comisión que investiga el 11 de septiembre, Bush sigue siendo mejor valorado en la lucha contra el terrorismo por el 60% de los estadounidenses. Los peores datos proceden del frente más abierto, Irak. Sólo el 41% cree que está manejando bien la situación (49% en marzo, 59% en diciembre). Los que piensan que la guerra fue una buena decisión caen al 47%, y ya hay un 48% que lo ven como un error. Y si se pregunta si mereció la pena teniendo en cuenta la pérdida de vidas y otros costes, casi el 60% dice que no. (En otros sondeos recientes los resultados son ligeramente mejores, pero reflejan la misma tendencia). Esta encuesta ha coincidido con la publicación de fotos de féretros de soldados y los combates en Faluya y Nayaf.

Bush se dispone a hablar con la prensa tras declarar en la Casa Blanca.
Bush se dispone a hablar con la prensa tras declarar en la Casa Blanca.AP

A la sombra del vicepresidente

Entre lo más llamativo de la declaración de ayer estuvo la negativa de Bush a hablar en solitario. Nunca ningún presidente había hecho algo similar. La decisión le facilitó sin duda la tarea a Bush y evitó posibles contradicciones, pero ofreció una imagen de debilidad y reforzó la impresión de que la sombra de Cheney ocupa gran espacio en el Despacho Oval, y que Bush está en sus manos. "Echará leña al fuego de los programas de sátira política, que disfrutan pintándole como una dócil marioneta del vicepresidente", editorializó The New York Times.

Es una impresión difícil de evitar. Incluso aunque Bush no fuera relativamente un peso mediano, la experiencia de Cheney es aplastante: fue jefe de gabinete a los 34 años con el presidente Ford, pasó después una década en el Congreso, hizo la primera guerra de Irak como secretario de Defensa de Bush padre y se retiró luego a la gran empresa como consejero delegado del grupo Halliburton. Si a esto se le une que fue, con Paul Wolfowitz, número dos del Pentágono, la gran fuerza impulsora de la guerra, es evidente que las huellas de Cheney están por todas partes.

Algunas -la acusación de que los grandes grupos de presión modelaron la política de energía de la Casa Blanca, el papel de Halliburton en el reparto de contratos para la reconstrucción de Irak, los errores al analizar datos de inteligencia en bruto para justificar la guerra- pueden costarle caro. Y son muchos los que le tienen ganas: el senador demócrata Frank Lautenberg le llamó el miércoles "halcón gallina" -el grito de un halcón y el carácter de una gallina- por haber dicho que los recortes de armamento propuestos por Kerry hace diez años minaron la guerra contra el terrorismo. Aunque ahora acaba de lanzarse a la campaña con esos envenenados ataques, Cheney habla poco -prácticamente no concede entrevistas- y actúa mucho, con el visto bueno del presidente, que le dice a Bob Woodward en Plan de ataque: "Quiere ser visto como un vicepresidente leal, que es lo que es. Y tiene sus opiniones. La gente las aprecia porque es el tipo de persona que no habla demasiado, pero cuando habla, da la impresión de que medita mucho las cosas".

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