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Columna
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Lo que no es realista en Oriente Medio

El presidente George W. Bush culminó el miércoles, 14, una revolución de la política exterior norteamericana; y lo hizo con la sencillez que le caracteriza, como si hablara del paisaje de su rancho de Tejas. Lo esencial de su comunicación, impartida junto con el primer ministro israelí Ariel Sharon en el atrio, consistió en decir que "no sería realista esperar que Israel se retirara de toda Cisjordania".

Impávido, dinamitaba, quizá sin saberlo, su propio plan de paz, la Hoja de Ruta -que exige la paralización de la actividad colonizadora-, legitimaba el Muro, con el que Israel engulle a diario tierra palestina, y abandonaba toda mediación en favor del anexionismo territorial sionista. El mundo está lleno, sin embargo, de casos que la Administración del presidente Bush no considera realistas.

No es realista que Estados Unidos firme el Protocolo de Kioto para combatir el calentamiento del planeta; no lo es que se someta al Tribunal Penal Internacional, de forma que sus tropas, enviados y representantes puedan sustraerse, en ciertos casos, al imperio de la ley del país en el que operen; no lo es que respete las resoluciones del Consejo de Seguridad, cuando no se redacten a su gusto; no lo es que, en su defecto, las interprete como hace casi todo el mundo -en lo que coincide con el anterior jefe del Gobierno español-, sino asignándoles el significado que mejor le convenga; no lo es que reconozca a los detenidos de Guantánamo los derechos de defensa legal que el mundo democrático contempla; no lo es que para acusar a Irak de poseer armas de destrucción masiva, deba asegurarse previamente de que así sea, y se sienta, por tanto, legitimado para librar una guerra; no lo es ceder el mando de la operación en Irak a una instancia exterior y universal como la ONU; en resumen, no es realista pretender que Estados Unidos se abstenga del empleo de la fuerza, siempre que lo considere justo, necesario y oportuno.

¿Y qué es realista según la Administración de Bush?

Que aquello contra lo que batalla en Irak es, básicamente, el terrorismo internacional, aunque con su intervención meta en el país y fomente el terrorismo de Al Qaeda; que la democracia se imponga en Irak, gracias a esa ocupación, a pesar de la creciente revuelta de amplios sectores del país; que esa democracia produzca un Gobierno que le pida que permanezca indefinidamente, con la concesión de bases permanentes; que tan necesaria democratización se extienda, como quien inocula un anticuerpo, al resto de Oriente Medio, contribuyendo, así, a la solución del conflicto palestino; que Estados Unidos dé por bueno que Israel se anexione la mitad de los territorios ocupados en la guerra de 1967 y ello no tenga un eco en el mundo árabe, que sirva para reclutar nuevos adeptos a Bin Laden; que el Estado judío reprima con violencia extrema las aspiraciones nacionales, en parte defendidas por el terror suicida, del pueblo palestino, sin que eso provoque cien años más de enfrentamiento en Oriente Próximo; que George W. Bush vaya a ganar las elecciones presidenciales de noviembre, sea cual fuere el balance de la aventura iraquí.

Es, por tanto, realista, todo lo que convenga a la Administración, por amenazador que pueda parecer su legado, por remota que resulte la lógica en la que se basa esa pretensión, y aunque sea difícilmente apreciable la necesidad, justicia, ni oportunidad de ello.

Estados Unidos cuenta hoy con la fuerza precisa para sostener, para siempre o por tiempo prolongado, aquellas causas en las que se opone a la presunta falta de realismo de quienes considera adversarios, rivales o disidentes, sean éstos Sadam Husein, el pueblo palestino, la Europa contraria a la guerra, los chiíes de Nayaf y Basora, o el Consejo de Seguridad; pero difícilmente tanta como para hacer que su visión de lo que es realista alcance siempre el éxito.

El apoyo o la justificación del terrorismo internacional en el mundo islámico; la hirviente revuelta popular en Irak; la porfía inacabable del pueblo palestino; y la autonomía del electorado norteamericano son, todas ellas, fuerzas capaces de resistirse a la acción unilateral de la Casa Blanca. Olvidarlas no sería en absoluto realista.

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