Irak, en Flandes y aquí
Seamos por lo menos claros ahora, tras haberse producido por fin el cambio que los españoles anhelaban masivamente, obsesionados desde minutos después de otorgarle el Gobierno en mayoría absoluta al Partido Popular hace cuatro años. Ahora que todos respiramos aliviados porque la canalla prepotente y belicista ha sido derrotada y huye en desbanda, tras ocho años de oprobio y regresión, de miseria y corrupción generalizada, que amenazaba con lanzarnos de nuevo a la caverna, tenemos las manos libres en la nueva España para hacer una política territorial, social e internacional que vuelva a convertirnos en las buenas gentes que siempre hemos sido pese a que algunos de nosotros, aunque sólo fuera por instantes durante pasadas elecciones, nos dejáramos embaucar por sórdidos trinos de la soez España negra, lanzada a aventuras imperiales. No hay mejor forma que confirmar nuestra entusiasta voluntad de redención que la severidad en el juicio a los perdedores.
En abril de 1945, tres harapientos ex prisioneros de un campo de concentración nazi alemán retornaban a casa de uno de ellos en Schleswig-Holstein, cerca de Kiel, cuando fueron interceptados por una columna británica y detenidos para su interrogatorio. Eran tres de los pocos supervivientes entre los detenidos por el régimen nazi en relación con el atentado del 20 de julio de 1944. Horas después eran puestos en libertad. Al despedirse, uno de los oficiales británicos se acercó a ellos, les estrechó la mano con afecto y les dijo que tenían todo su respeto por haber sido los primeros alemanes que había interrogado, ya muchos, que no le habían jurado haber sido enemigos del régimen nazi desde primera hora.
Es cierto que si La rendición de Breda (Velázquez, Museo del Prado) emociona tanto es por el carácter excepcional de los gestos de honor que se intercambian dos hombres bajo el bosque de lanzas. La vida es corta; las necesidades, largas, y el alma, por lo general, bastante chata. No hay día en que no surjan voces clamando, que surjan los cuchillos en la noche para hacer justicia. Parece mentira que se gaste tanta tinta en vilipendiar al derrotado y tan poca en proponer una política internacional que vaya más allá de la ilusionante y muy imaginativa empresa de entenderse con la gente. Porque entre la gente hay de todo, y alguna es muy rara. Pero a nadie debe sorprender, por tanto, que se hayan convertido en legión quienes, mucho tiempo agazapados, hoy saben y proclaman que toda la política exterior de España ha sido un desastre que ha traído consigo otros mayores y más cercanos que ahora nos tienen heridas las entrañas a todos los españoles.
Los culpables de la falta de diálogo con Sadam y con ETA, pero también con los talibanes o Milosevic (¿o no surgió santa indignación cuando se intervino contra unos y otro?), han sido derrotados en las urnas de forma realmente explosiva. Un hecho incontrovertible. Ahora se trata de buscar una política internacional alternativa en la que todos se sientan cómodos, tan cómodos como con una política competencial territorial en la que se parece dispuesto a dar a cada uno lo que exige. Unos han de bajarse del burro. Otros advierten que ellos no lo harán. Para entenderse, entendámonos, habremos de bajarnos nosotros de todos nuestros burros, que son la historia común, los valores democráticos no compartimentados, las convicciones integradoras y una defensa frente a enemigos reales implacables que sólo dialogan sobre nuestra rendición. Y los mensajes sobre nuestra disposición a rendirnos, en Irak y otros frentes, parece ahora estar de moda.
Los relativismos son muy cómodos a la hora de presentar visiones ilusorias para la solución de nuestros problemas en el mundo y la neutralización de las amenazas que nadie supongo querrá negar. También sirven para pasarse con prestancia de un grupo de lanceros al otro. Pero aportan poco a la seguridad común y nada, desde luego, a la dignidad velazqueña.
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