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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bronca hasta el final

El incidente provocado por Aznar en relación al relevo de tropas españolas en Irak es revelador de la aparente incapacidad de quien es todavía presidente del Gobierno para relacionarse con quienes no comparten sus puntos de vista de otra manera que no sea la bronca. Y también, de su dificultad para cambiar de argumento cuando los hechos no confirman sus previsiones.

La posición del PSOE respecto a ese relevo estaba clara desde el miércoles, cuando José Bono, próximo ministro de Defensa, en respuesta a una consulta del Gobierno, comunicó que su partido no planteaba objeciones a iniciarlo, sin perjuicio de la posición de fondo respecto a la retirada de las tropas antes de julio si no se cumplen determinadas condiciones. Tal vez esa respuesta no era la esperada por Aznar, y por eso, en vez de activar el relevo de tropas, exigió a Zapatero que fijase su posición por escrito. Con independencia de que el líder socialista se comprometiera (como dice Moncloa) o no a responder en 24 horas, la petición es improcedente y ligeramente impertinente. Así lo hizo constar la dirección del PSOE el viernes pasado, reiterando, sin embargo, que no planteaba objeciones a iniciar el traslado. Algo más que razonable, pues tanto si se va a producir la retirada definitiva como si no (por haberse cumplido las condiciones), no sería lógico obligar al contingente que está allí desde diciembre -el relevo es cada cuatro meses- a permanecer hasta julio.

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No podía haber dudas, por tanto, sobre la posición socialista. Pero Aznar prefirió tensar la cuerda y ordenó el lunes que se cancelara el relevo previsto a la espera de la misiva de Zapatero. La carta de este último es agria, pero no tanto como el acuse de recibo de Aznar: "Celebro que haya decidido fijar su posición de manera explícita, sin margen para equívocos o interpretaciones posteriores". Es el firmante quien se retrata en esa suspicacia, proyectando sobre su interlocutor intenciones torcidas. También lo hace cuando desvía contra Zapatero, "por su tardanza en fijar su criterio", la comprensible indignación de los soldados que esperaban su regreso en Kuwait, o cuando repite como un mantra que el solo hecho de anunciar la retirada de Irak ya ha causado grave daño a España.

Con tanta bronca innecesaria, la transmisión de poderes se está poniendo desagradable; algo que no conviene ni a Zapatero ni a Mariano Rajoy, que va a encabezar la oposición. También es inquietante el último episodio, la negativa del PP a renunciar, como acepta hacer el PSOE, a un puesto en la mesa del Parlamento para garantizar la presencia de al menos otras dos fuerzas -CiU e IU-, por lo que revela de continuidad en lo peor, y no en lo mejor: en 1996, con unos resultados más estrechos que los del 14-M, los dos partidos mayoritarios sí aceptaron esa renuncia en aras de una Mesa más representativa de la pluralidad salida de las urnas.

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