El problema de la sucesión
Vladímir Putin carraspeó, tamborileó con los dedos sobre la mesa y gesticuló con la boca antes de contestar. Se veía que le costaba. Era su noche triunfal y, en vez de dejarle saborear su victoria, le preguntaban ya por el sucesor que deberá reemplazarle en 2008 si el sistema político ruso, que le impide presentarse a un tercer mandato, no ha cambiado para entonces.
"¿Piensa ya en lo que quiere hacer dentro de cuatro años cuando se quede sin trabajo?", le espetó un periodista. "Claro, a veces pienso, pero ahora debo concentrarme en organizar la labor de los próximos cuatro años...", dijo. Y se adentró en una retahíla de vértigo: no aflojar la marcha, reorganizar la Administración, sincronizar el ritmo del Gobierno... De repente, reconoció: "El octavo año será difícil y me doy perfecta cuenta". Después, vino una nota optimista: cuanto mayores sean los logros de este segundo mandato, tanto menor será el "problema de 2008".
No sólo Putin piensa en el "problema de 2008", sino todo su entorno. La lucha entre los rivales por sucederle podría hipotecar buena parte del segundo mandato presidencial. Algunos ven ya varios grupos que toman posiciones y comienzan a competir entre sí para la conquista de 2008. Están diseminados entre el Kremlin, el Gobierno, el Parlamento y algunas grandes empresas. Medios del Kremlin dan hoy como favorito al ministro de Defensa, Serguéi Ivanov, procedente como Putin de los órganos de seguridad. Hay quien ve incluso una escisión entre los veteranos del KGB que hoy están en la Administración presidencial y los que apoyan a Ivanov. Los primeros ejercen torpemente entre bastidores y los segundos comenzarían a forjar ya alianzas con los liberales de la época de Borís Yeltsin.
En la noche de su victoria, Putin aceptó caracterizar a su sucesor. Debe ser una persona decente y honrada, que pueda y quiera servir a su pueblo y esté capacitado para hacerlo por sus cualidades. "En este país hay mucha gente así", concluyó.
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