Las claves en la atención de los heridos
Los profesionales de los servicios de emergencia y los hospitales relatan el esfuerzo realizado para atender quemados y víctimas con traumatismos, heridas y amputaciones
La sanidad pública madrileña afrontó el pasado jueves el mayor reto sanitario ocurrido en Europa en las últimas décadas. Tuvo que atender en unas horas a 1.600 víctimas. De ellas, quedaban ayer ingresadas 286 y 199 han fallecido, según datos de las 15.00 horas de la Consejería de Sanidad de Madrid.
El pistoletazo de salida sonó en el Samur y en el Summa, los servicios de emergencias del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, sólo unos instantes después de que, en el interior de la estación de Atocha, estallaran las primeras bombas, a las 7.39.
Mariluz Sabín, médico de 46 años y directiva del Samur, había abandonado su hogar minutos antes para dirigirse al servicio. No entró en su despacho. A las 7.50, una llamada al móvil y varias palabras clave -"explosiones", "muchos heridos", "plan de emergencias"- la hicieron saltar como un resorte. "Fui directamente a Atocha. Allí, la policía me dirigió hacia un polideportivo donde estaban siendo trasladadas las víctimas", recuerda.
"En una situación así se ve lo peor del ser humano y lo mejor", dice un médico
El jueves por la mañana prácticamente todos los 750 médicos, enfermeros y técnicos del Summa y los 400 del Samur se saltaron turnos, vacaciones, libranzas y bajas. "Fue impresionante. Aparecían voluntarios y trabajadores por todas partes. La gente bullía por ayudar, por atender a los heridos. Es un orgullo para nosotros estar al frente de estos equipos", coincidieron en destacar, casi con las mismas palabras, los responsables del Samur y del Summa.
"Nadie podrá acostumbrarse a ver lo que vimos ayer", afirma Sabín. "No puedes, sencillamente es imposible que no te afecte ver gente destrozada, sentir su dolor, su sufrimiento. Pero la formación que recibimos te da los asideros para no venirte abajo. Sufres cuando atiendes a un amputado, pero también eres consciente de que allí hay una hemorragia que cortar, porque si no, el herido se te va a morir en unos minutos", continúa Sabin.
Ella estaba al frente del hospital de campaña que el Samur montó en un polideportivo junto a la calle de Téllez, frente a las vías del tren donde las bombas mataron a 64 personas. Coordinó a un equipo de 15 médicos, una veintena de enfermeros y un número aún mayor de voluntarios. Entre todos atendieron a 20 pacientes en estado crítico y a más de 30 graves o muy graves. Algunos se les murieron en las manos, pero todos los miembros del Samur aguantaron hasta el final.
La atención en estos hospitales de campaña -"puntos médicos avanzados", corrige desde Ciudad Real Francisco Hermoso, vicepresidente de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias- es el primer paso, "pero el más importante. Son los primeros en enfrentarse al caos de una catástrofe. Si no actúan bien, el caos se traslada a toda la cadena asistencial", dice el médico.
La labor se centra en dos aspectos: estabilizar a los heridos más graves, y clasificar y priorizar la atención del resto (lo que los expertos llaman triaje). "Afortunadamente, el sistema de Madrid es el mejor del mundo", añade Hermoso.
El método de trabajo es, sobre el papel, sencillo: se atiende a los heridos, se estabiliza el estado de los más graves y se los clasifica por un sistema de colores: negro para los fallecidos y una escala rojo-amarillo-verde según la gravedad de sus heridas (rojo para los que están peor) para el resto.
Pero puede haber casos, como los traumatismos abdominales abiertos, en los que no hay posibilidad de estabilización. "Entonces sólo se puede tapar la herida y salir corriendo al hospital", indica el médico.
Mientras unos luchan a pie de calle, los directivos de los servicios de emergencias tienen que coordinar los recursos disponibles y preparar el traslado de los enfermos a los hospitales.
El encargado del transporte sanitario de la Consejería de Sanidad, José Julián Díaz Melguizo, fue el encargado de los traslados. A las 8.05 recibió una petición urgente: "Liberar todas las ambulancias para atender a los heridos". Entre el Samur y el Summa tenían casi 200 vehículos en la calle. Pero hacían falta más.
"Nosotros coordinamos a 385 vehículos que normalmente se dedican a traslados no urgentes: diálisis, regresos a casa tras recibir el alta... Ayer todo dio un vuelco. Destinamos todas las ambulancias posibles al traslado de los heridos. En algunos momentos, más de 250 vehículos reforzaron al Samur y al Summa", explica Díaz Melguizo.
Al final de cada viaje, tiene que haber un hospital preparado. "Los hospitales deben saber qué van a recibir para preparase", dice Hermoso. Además, el trayecto es importante. Un enfermo rojo tiene que ir en UVI móvil a toda prisa al hospital, pero por el camino puede recuperarse y pasar a verde, o morir y quedarse en negro, explica el experto.
En el caso de Madrid, "lo peor era el sitio [el interior de la estación y los trenes], que dificultaba el acceso a los heridos", comenta. "Pero el sistema funcionó muy bien", afirma Hermoso. Tanto, que está preparando un informe para presentarlo, como modelo, en un congreso.
Mientras se hacía esta primera labor sobre el terreno, los hospitales se preparaban. "A las 8.15 los equipos multidisciplinares (todos con al menos tres personas, un cirujano, un internista y un traumatólogo) ya estaban listos", explica el jefe de Urgencias del Hospital Clínico, Pedro Villarroel. "La información que teníamos del Samur era muy buena. Mientras estabilizaban a los heridos más graves, enviaron a los leves y moderados. Dos médicos los recibían y les tomaban los datos. No quedó ninguno sin identificar", afirma.
Como en todos los demás centros de Madrid, el personal dobló turnos y se ofreció voluntario para atender a los heridos. "En una situación así se ve lo peor del ser humano [los terroristas] y lo mejor [los profesionales]", dice Villarroel.
El personal de los hospitales, formado en las puertas de urgencias, sabía qué esperaba. "Lo más frecuente en este tipo de catástrofes son las heridas por cuerpos extraños, las quemaduras y las amputaciones", dice Jesús Corres, quien recibió a las 15 víctimas (ayer quedaban cinco) enviadas al Hospital Ramón y Cajal.
Las amputaciones son "de lo peor". Al contrario que en otros casos (accidentes laborales), las extremidades quedan arrancadas, no cortadas. Además, no hay condiciones higiénicas adecuadas. "Nadie llega con el miembro cortado en una bolsa de plástico. El implante es imposible", añade. Lo que debe hacerse es limpiar, desinfectar y evitar la hemorragia, explica Corres.
También es muy complicado el tratamiento de los quemados. "La piel es una barrera que impide que salgan fluidos (sangre o plasma) del cuerpo, y que entren infecciones. En un atentado esto último es muy importante, porque la quemadura es, además, sucia", dice el jefe de Dermatología del Hospital Vall d'Hebron, Antonio Castells.
Cuando la quemadura afecta a más del 30% de la superficie, "ya es muy grave", afirma. Además, las terminaciones nerviosas quedan al aire. Por eso, si el paciente es un gran quemado, la primera atención debe hacerse en el acto: coger una vía para hidratar, sedar y meter antibióticos.
Una vez en el hospital es muy importante limpiar la herida y procurar un ambiente lo más aséptico posible. Luego, se elimina la piel muerta, y se recubre con piel artificial. Los quemados en más del 60% del cuerpo, "tienen muy mal diagnóstico", indica Castells.
En el atentado hubo unos 50 heridos de este último tipo, que se enviaron a centros especializados: 40 al Hospital de Getafe (quedan 11 ingresados), y el resto a la Unidad de Quemados del Hospital de La Paz. Tras un atentado, su situación se complica: además de quemaduras, las víctimas sufren otras secuelas que pueden requerir atención prioritaria. Aunque se recuperen, estos pacientes quedan muy afectados. Los músculos destruidos se regeneran difícilmente, por lo que pueden tener problemas de movilidad. Además, muchos quedan desfigurados, y pueden necesitar tratamiento psicológico y múltiples intervenciones de cirugía.
De los hospitales de Madrid, el que más heridos recibió fue el Gregorio Marañón (312). El médico Carlos de José, de 31 años, salía de su turno en urgencias a las 8.00 cuando se enteró del atentado. Como muchos compañeros, se quedó a ayudar. Ayer todavía recordaba el olor a carne quemada de la sala de espera.
Además de las quemaduras y las lesiones, uno de los efectos más frecuentes de los atentados fueron las lesiones en el oído por la onda expansiva, afirma Bartolomé Sada, vicesecretario de la Sociedad Española de Otorrinolaringología y jefe de servicio del Gregorio Marañón. Estas secuelas tienen distinta gravedad según se trate de una rotura de la membrana del tímpano o si afecta a partes más profundas como la cadena de huesecillos o si llega al caracol.
"En la mayoría de los casos los enfermos se recuperan en horas o días cuando el tímpano cicatriza, pero un 10% puede necesitar una pequeña intervención quirúrgica", añade Sada. Durante un tiempo pueden sufrir pérdida de audición, zumbidos o mareos.
La onda expansiva puede reventar órganos internos, añade Villarroel. "A veces las víctimas llegan en estado de choque. Entonces la sensación de dolor es menor. Pueden tener lesiones internas debidas a la onda expansiva que no se ven desde fuera hasta que se les hace una prueba como una ecografía", explica.
La onda expansiva o los choques de los cuerpos despedidos por la explosión son la causa más frecuente de las lesiones internas. "Es muy difícil que la metralla atraviese el abdomen y llegue al hígado o al estómago", indica Corres.
Afortunadamente, muchos de los heridos sólo tenían heridas en las partes blandas (piel y músculos), debidas a la metralla. "Esto ocurre siempre", dice Corres. Los que tenían este tipo de lesiones, por ejemplo, "llegaron al Clínico en un autobús de la Empresa Municipal de Transportes [la compañía de servicio público de la capital] a eso de las nueve. Vimos que iban sentados. Muchos querían irse a la hora. Gracias a este orden cuando llegaron los heridos más graves los servicios de urgencias estaban despejados", indica Villarroel.
Ayer, cuando lo peor había pasado, los profesionales sacaban consecuencias. "El hospital entero se volcó", afirma el cirujano de maxilofacial del Gregorio Marañón Julio Acero. "Desde un punto de vista profesional, lo vivido el 11-M supera con creces todo lo que hemos vivido", explica este médico, acostumbrado a ver rostros completamente desfigurados. "Lo peor fue que la jornada no acabó en el hospital. Cuando llegué a casa a las 23.30 y puse la televisión, viví de nuevo el horror. Pero esta vez como un ciudadano más", dice Villarroel.
Esta información ha sido elaborada con la colaboración de Carmen Morán y Mayka Sánchez.
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