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Columna
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Distintas varas de medir la economía

Joaquín Estefanía

1.- El canciller alemán Gerhard Schröder y el primer ministro francés Jean-Pierre Raffarin se hinchan de hacer declaraciones estos días pidiendo al Banco Central Europeo (BCE) que baje los tipos de interés para debilitar el euro y que crezcan las exportaciones de la zona, y así contribuir al crecimiento económico. Nadie se escandaliza por estas presiones. El BCE es, porque así lo quisieron los políticos europeos, una entidad autónoma que "no puede solicitar ni aceptar instrucciones de los organismos comunitarios, ni de los gobiernos de los Estados miembros, ni de ningún otro organismo" (artículo 107 de sus estatutos).

En marzo de 1999, recién creado el BCE, el entonces ministro de Economía alemán, el socialdemócrata izquierdista Oskar Lafontaine, hizo declaraciones muy parecidas a las de Schröder y Raffarin en la actualidad y su canciller le hizo dimitir. Lo recuerda con mucha gracia Norman Birnbaum en Después del progreso (editorial Tusquets): Lafontaine buscó, aunque con escaso éxito, el apoyo del Gobierno francés a su idea de que el nuevo banco debía ocuparse del empleo y las inversiones en lugar a atenerse a un monetarismo dogmático."Da la impresión de que aunque el proceso de secularización ha reducido la influencia del Vaticano en la política europea, el temor reverente en que ésta se había basado se ha transferido al BCE. Las críticas de Lafontaine a la absoluta prioridad que esta institución otorgaba al rigor monetario... fueron consideros una herejía. Como no se le podía mandar a la hoguera, se le obligó a dejar el Gobierno".

Un lustro después Schröder recorre el mismo camino que su ministro, de la mano del Cirineo francés.

2.- El pasado martes, el ministro de Hacienda Cristobal Montoro acudió a la SER a contar la buena nueva de que España había obtenido en 2003 un superávit presupuestario del 0,3%. Montoro se defendió de las críticas de aquellos como José Barea que niegan que haya equilibrio presupuestario, sino un déficit oculto de un punto, o de los que opinan que el déficit cero es, en definitiva, sólo un saldo contable que dice -como afirmaba Alicia ante el espejo- sólo lo que el contable quiere que diga. Montoro afirmó que los criterios en que se basaban estas cifras (datos de la Contabilidad Nacional) están avalados por la oficina de estadísticas europea, Eurostat. Si hubiese contabilidad creativa sería compartida por el resto de los países europeos. Montoro estableció una relación directa entre ese rigor presupuestario y el hecho de que la economía española creció dos puntos más que la media europea (2,4%) y creó 485.000 puestos de trabajo. Pero Gran Bretaña ha crecido un 2,3%, tiene pleno empleo y su déficit público supera ampliamente el 3% máximo del PIB del Pacto de Estabilidad sin que nadie se abra el canal, y ni siquiera cuenta con tipos de interés tan bajos como los de la zona euro ¿Por qué?

Dos días después de apoyarse Montoro en Eurostat para defender la ortodoxia de sus cifras, ese mismo organismo revelaba que Grecia, Portugal y España son los Estados de la UE que menos capital público y privado dedican a la investigación y desarrollo (I+D). España ni siquiera llegaba en 2002 al 1% del PIB en ese capítulo (0,96%), mientras la media comunitaria es del 2%. El socialista Joaquín Almunia, en la presentación de su libro Los puntos negros del PP (editorial Aguilar) zahería la propaganda del Gobierno Aznar en sentido contrario: que el capital para I+D sí superaba ese mísero 1%.

Veinticuatro horas después, el secretario de Estado de Ciencia y Tecnología, Pedro Morenés, "desacreditó las últimas cifras de inversión en I+D publicadas por Eurostat -que sitúan a España a la cola de la UE con un 0,96% del PIB destinado a política tecnológica, sólo por delante de Grecia y Portugal- y avanzó que la inversión en este campo llegó en 2003 al 1,1%" (La Gaceta de 27 de febrero). La noticia no relata si Morenés desagregó qué parte del mínimo esfuerzo presupuestario en I+D corresponde a investigación civil y qué parte a investigación militar.

Pero es otro ejemplo de dos varas de medir la economía.

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