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Columna
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Y Bush ganó en Irán

La derrota de los reformistas en las pasadas elecciones iraníes es un mal en sí mismo. El descalabro anunciado de la línea modernista encierra a Teherán en las catacumbas de un autoritarismo religioso, que deja de ser alternativa para la democratización de Oriente Próximo. Pero el sentido de esa victoria se inscribe plenamente en un cuadro dibujado por el presidente Bush, con la ocupación de Irak, y por la barrera o muro que construye el primer ministro israelí, Ariel Sharon, en Palestina.

Cuando el líder iraní, el jefe religioso Alí Jamenei, afirma que el resultado electoral es la "derrota de América e Israel", o lo que es lo mismo, cuando formula su réplica a la política norteamericana e israelí, lo que hace es dotarse desde su punto de vista de los medios para hacer frente a lo que percibe como gravísima amenaza de Occidente. El ejemplo del unilateralismo global norteamericano y de la política israelí de tierra quemada contra el terrorismo palestino encuentra su reflejo en la política de los ayatolás.

Todo ello no equivaldría, sin embargo, a decir que Jamenei necesitara la guerra de Bush ni las razzias de Sharon como excusa para eliminar, como hizo, a todos los candidatos reformistas que fuera preciso para que la victoria cayera, rotunda, del lado conservador. Podría igualmente haberlo hecho con un Irak que se hallara aún tiranizado por Sadam Husein, o con una Palestina sin fosos ni puentes levadizos, siempre con el objeto de impedir que el presidente Mohamed Jatamí llevara adelante su parsimonioso experimento en democracia. Pero, con la ocupación de Irak y Palestina, el líder supremo le da el sentido que mejor le conviene al rearme político de Teherán. Irán -está diciendo- no puede permitirse disensiones, ni alquimias políticas en esta hora, en la que el inventor del Eje del Mal acampa en Bagdad a sólo cientos de kilómetros, y el pueblo palestino es aplastado por el peso de las piedras que anexionan tierra, dividen localidades y separan pueblos.

Y el que todo ello sea enormemente negativo, para Oriente tanto como para Occidente, no obsta para que sea la política que mejor le cuadre a quien busca la victoria de las armas, el sofocamiento de la diferencia, la eliminación de aquel a quien ha condecorado de adversario. En ese sentido, la política de Jamenei y la de Bush son complementarias. El segundo ha proclamado la maldad intrínseca del primero, y el primero se comporta interpretando disciplinadamente el papel que se le asigna: muerte a América e Israel. ¡Viva el choque de civilizaciones!

El mundo está por ello hoy en el punto más alejado posible de aquel 24 de septiembre de 1998, en el que el presidente Jatamí hablaba ante la Asamblea de la ONU del diálogo entre los pueblos. Llamamiento al que el presidente Clinton respondía con la misma cautela y deliberada confusión con que, en su día, consiguió no decir ni sí, ni no, sino todo lo contrario, a la libre admisión de homosexuales en el Ejército norteamericano.

Pero tampoco eso quiere decir que la victoria de los reformistas lo hubiera sido también para América e Israel, sino, antes bien, para todos los que se oponen a lo que significa Osama Bin Laden y su guerra descivilizadora, sin que por ello se vean en la obligación de aplaudir la ofensiva del presidente Bush en el Fértil Creciente. Parece claro que a la política israelí de amalgama entre todos los terrorismos, el palestino, el de Al Qaeda, y el de todos los que vengan, le hace falta un poder en Teherán que ponga de relieve y no difumine la percepción de ese peligro.

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La consecuencia de todo ello está aún por conocerse. Al Qaeda no destapó sus terribles cartas al día siguiente de la primera guerra del Golfo, aunque se afirma que para entonces -1991- ya existía, sino cuando las circunstancias le fueron más propicias, con los atentados contra las embajadas de Estados Unidos, hasta la eclosión del 11-S.

Los signos, en todo caso, no son alentadores. Muchos islamistas paquistaníes, ciudadanos del aliado clave de Washington en la lucha contra el terrorismo, llaman a su presidente, el general golpista al parecer redimido para la democracia, Busharraf en vez de Musharraf, y en los últimos años crece el número de nacidos en el mundo islámico a los que se impone el nombre de Osama

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