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El indeseado efecto de las bombas sumergidas

El proceso de degradación de los acuíferos manchegos arrancó en los años setenta cuando las bombas de extracción sumergidas pusieron el cielo al alcance de los agricultores de secano; agua gratis bajo tierra. Fue el dorado. Entonces cualquier cosa bajo tierra pertenecía al dueño del terreno. Para bombear el agua sólo había que informar al Instituto Geológico Minero que controlaba el nivel de los acuíferos. En menos de diez años, la meseta manchega se convirtió en un vergel de maizales y alfalfa regados por aspersión en pleno verano, con temperaturas a veces de 50 grados. Las rentas agrarias subieron como la espuma y la economía de la zona redujo su diferencial con otros sectores productivos. Por fin se podía vivir del campo.

Pero con la aprobación de la Ley de Aguas y la sequía de los años noventa el dorado oasis recibió las primeras señales del espejismo. La ley incorporó las aguas subterráneas al dominio público y depositó el control de su gestión en las confederaciones hidrográficas, lo que obligaba a registrar todos los pozos así como el volumen de las extracciones.

Pero la nueva cultura de la ley no llegó acompañada de más medios personales y técnicos para las confederaciones hidrográficas. Coincidió con una de las peores sequías y desató una fiebre de apertura descontrolada de pozos para no perder las cosechas. La gente de la Confederación del Guadiana no daba abasto para tramitar los expedientes de denuncias ni para regular los pozos que no se daban de alta. "Sin la presencia de un juez no podíamos entrar a las fincas para inspeccionar el agua que se extraía. Nos recibían a palos", recuerda un técnico del Guadiana.

"El caos era total", dice Florencio Rodríguez, secretario del sindicato agrario ASAJA. "Había salas llenas hasta el techo de expedientes sin resolver". Para Agustín Apio, presidente de la Comunidad de Regantes del Acuífero 23, "es lógico que la gente recurra a las pedradas si van a tirarle la casa, aunque no tenga permiso. Así que cuando llegan unas máquinas para derribarla no pensarán que les van a recibir en la puerta con una copa de champán".

El nivel freático bajaba y bajaba de los 14 metros a 40 de media. Se diseñó un plan para regular las extracciones con poco éxito. "La gente robaba agua. Pero en un territorio donde todos roban, el robo no puede ser delito", argumenta otro funcionario.

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