Español para japoneses
Estoy comiendo unas albóndigas en el bar Castell, del mercado de Les Corts, cuando veo pasar por delante de mí una comitiva formada por siete japonesas, con los bolsos colgando del antebrazo, cámaras en la muñeca, libretas y bolígrafos en ristre. Se paran frente a la pollería Peñafiel y toman notas. "Bendito sea Mishima", me digo, "igual la Pollería Peñafiel también es gaudiniana". El dueño del bar, el señor Castell, abandona la barra, se acerca al puesto del pollero y las saluda: "Hola, maques. ¿Què sou, japoneses o xineses?". Entonces veo que forman parte de una clase práctica de español. Tres profesores, dos chicas y un chico, las acompañan. El chico está señalando un pollo difunto con el dedo. "¿Este pollo es pequeño o grande?", pregunta. "Glande", contesta una alumna aventajada. Vaya. Si hay una palabra que a mí me evoque buenos momentos es glande, así que me empapuzo las tres albóndigas que me quedaban, me levanto y también me acerco al grupo. Les pido que me dejen acompañarles y, como la vida es hermosa, me dejan.
Los estudiantes de japonés lo aprenden por motivos curiosos: son admiradores de la cultura japonesa, 'fans' del 'manga' o seguidores del canal K3
"Grande es con erre de Roma", corrige el profesor ahora. Y otra de las profesoras añade: "Para decir la erre tenéis que pensar en los mafiosos de Osaka". Esto hace que las alumnas se monden de risa y empiecen a soltar erres. Me aclara: "Es que el tópico dice que los mafiosos de Osaka hablan con muchas erres". Y me presenta a las alumnas: Haiko, Keiko, Fumi, Janet, Yoko, Kioko y Maki. (Inclinaciones de cabeza). Los tres profesores son Pilar, Marcel y Eva, propietarios de la academia de idiomas Barcelona Viva, donde, sobre todo, dan clase de español y catalán a alumnos japoneses, y de japonés a alumnos catalanes. Me ofrecen una tarjeta con el teléfono, 93 490 08 03, y me explican que cada mes empiezan los cursos, particulares o en grupos. "Así como una persona se puede apuntar a inglés para prosperar en el trabajo", me cuenta Eva, "los alumnos que se apuntan a japonés tienen motivaciones muy curiosas. Son admiradores de la cultura japonesa, fans del manga, personas que tienen novio o novia del Japón, o lo que llamamos katreseros. O sea, seguidores del canal K3".
Las alumnas miran las anchoas, los boquerones y las aceitunas de la marca Novia del Sur. Se asombran al ver los ajos confitados en vinagre para comer de aperitivo. Admiran los garbanzos, las judías y las habas. En la Verdulería Paquita, la alegría las embarga. Eva me explica: "En Japón (lo sé porque mi marido es japonés) la fruta es carísima. Una manzana te puede costar 50 euros". Una alumna consulta sus notas, señala una alcachofa y pregunta: "¿Puedo comer crudo?". La dueña contesta que sí, siempre que sea pequeña. La abre con profesionalidad para demostrarlo. Dice que hay que cortarle el tronco y la parte de arriba, y quitarle las hojas de fuera. Las hojas más blandas y blancas se aliñan con aceite, vinagre, sal y pimienta. "No te la pelo yo porque se te pondría negra". Y añade, amable, dirigiéndose a nosotros: "Si voleu preguntar res més...". Una de las alumnas saca la cámara y hace una foto. Después, la profesora Eva les explica a todas el concepto "pan con tomate". Miro las libretas. "Pechuga, ala, muslo", leo en una de ellas. "¿Es tierno?", leo en otra. "A filetes, gracias", leo en la de más allá.
"Este grupo es muy trabajador", pondera Pilar. "En general los alumnos japoneses lo son. Son prudentes y educados. Suelen preguntar poco". Antes me han contado que, en el argot de los profesores de idiomas, hay un tipo de estudiante al que se le llama chanclero, por el atuendo (formado por chanclas y pantalón corto) que viste en clase. Quiere cursos muy baratos, casi reventados de precio, y no estudia. Mientras caminamos hasta la Cansaladeria Estapé, Marcel me explica sus métodos pedagógicos, que me emocionan. En las aulas, para estudiar las partes del cuerpo, usan las portadas del gran diario Las Noticias del Mundo, que, desgraciadamente, cerró. El titular Esta mujer tiene cuatro piernas, por ejemplo, les va de perlas para aprender los nombres de las extremidades. "Enseñar idiomas siempre proporciona momentos chistosos", añade. "Por San Juan siempre hay alguna alumna que te dice que ella no sale de casa porque hay 'demasiadas petardas' en la calle". Y me cuenta también que ir al mercado a practicar vocabulario es útil para estas alumnas, amas de casa casadas con ejecutivos, que apenas salen de casa y compran en el híper, donde no hay que hablar para pedir los productos.
En la charcutería, se ríen al ver los jamones y arrugan la nariz frente al queso. Una de ellas me dice: "No gusta". Y Eva me aclara que en Japón el queso no es popular, por su olor fuerte. En la pollería de más allá, observan el conejo con asco, porque ellos no comen conejo, y se sorprenden con los caracoles. Maiko pide un muslo, pero deshuesado y sin piel. "¿Tú sabías que se podía deshuesar el muslo?", me pregunta Eva. Pero no tengo tiempo de responderle, porque otra alumna, Janet, le pregunta al pollero por las butifarras catalanas y si se pueden comer crudas. Para terminar nos vamos a la Peixateria Marisa. "¡Oh, atún!", exclaman todas. Miran las gambas, el calamar, las ostras y los ostrones, y preguntan de nuevo qué es lo que se puede comer crudo. "¡Todo!", les dice la tendera. Y por sus sonrisas de éxtasis comprendo que es una gran noticia.
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