La quimera del oro
Alaska era una tierra feroz sin sitio para los débiles de espíritu. Meses enteros en penumbra, poca comida, fieras hambrientas y mucho frío era lo que esperaba al explorador afortunado. Para los que no tenían tanta suerte quedaba la muerte por congelación, la locura o unos cuantos dedos amputados después de verse sorprendidos por una ventisca a la intemperie.
Jack London estuvo allí y conoció muchos sinsabores de primera mano. Tenía 21 años cuando marchó al norte, atraído por la fiebre del oro que conmovió la región de Klondike en 1897. Regresó a las tierras cálidas un año más tarde, tan pobre como antes de salir.
Hombre de acción sin apenas enseñanza formal, pero decidido a convertirse en escritor, London había encontrado en Alaska un filón literario: historias de generosidad y codicia, de envidia y camaradería, llevadas al límite de la supervivencia. La quimera del oro recoge una selección de 13 cuentos sobre mineros y exploradores en aquellas tierras inhóspitas. En uno de ellos, En un país lejano, el autor comenta: "Un trabajo duro como éste pone al descubierto las raíces mismas del alma y, antes de que el lago Athabasca se perdiera al sur, cada miembro de la expedición había revelado su verdadero carácter".
Los buscadores de oro del Norte, relato que abre la selección, es una breve introducción histórica. El silencio blanco y Ley de vida son dos escalofriantes cuentos sobre el significado de la solidaridad y el desamparo, mientras que En un país lejano versa acerca del carácter destructivo del egoísmo y la desconfianza.
Otros relatos incluidos son Las mil docenas, en el que los sueños codiciosos de un advenedizo se enfrentan a la ironía del destino, o Diablo, la historia de un perro que sufre maltratos brutales de manos de su amo. London partió de una perspectiva similar en una obra posterior, Colmillo Blanco, que le proporcionó fama mundial.
- 'La quimera del oro', de Jack London, podrá adquirirse el miércoles por 1 euro al comprar EL PAÍS.
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