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Una interpretación demográfica de España

Los grandes fenómenos políticos vividos en el interior de España a lo largo de la Historia pueden ser vistos con buena óptica desde la perspectiva de la demografía. Así, el predominio de Castilla en el centro peninsular, notablemente poblado sobre la base de la producción triguera y ganadera en gran escala, explican la opción hacia Castilla del País Vasco y de Navarra, el control de Galicia, la absorción literaria tenida lugar en Cataluña, el predominio del castellano en Valencia. Castilla tuvo una atracción irresistible cuando la Corona castellana superaba los seis millones de habitantes y la aragonesa sólo tenía un millón, de los cuales únicamente trescientos mil eran los que poblaban Cataluña. Una superioridad de Castilla impuesta la mayoría de las veces no con el ejercicio del poder duro, sino del blando.

Numerosos factores han sido los que, con el paso del tiempo, han hecho cambiar la relación poblacional. Primero fue el éxodo hacia América y también la implantación de cultivos de allí venidos en zonas montañosas como las del País Vasco (maíz, patata...), que hizo a aquellas tierras más competitivas con las grandes planicies castellanas, antes totalmente dominadoras desde el cultivo del cereal. Bastante más adelante, ya en el siglo XIX, vino la revolución industrial, que fue haciendo gradualmente más poblada a Cataluña y que a fines del siglo originó en el País Vasco un cambio demográfico espectacular. La carencia de industrialización (a pesar de la política de la Corona que implantó fábricas de tapices y cristal), hizo que Castilla se fuera despoblando poco a poco, mientras que las periferias no sólo se engrandecían demográficamente, sino que fortificaban su economía, resucitaban su lengua y su literatura y aspiraban a una política cada vez más propia. En los momentos de crisis, Castilla, acostumbrada al dominio plurisecular, tuvo una gran dificultad en acomodarse a las consecuencias de tales cambios y, desde la realidad de su debilidad, acudió a las armas propias del poder duro. Una demostración palpable de dicha falta de costumbre se vio en la II República Española y su máxima expresión culminó en la Guerra Civil y en la dictadura de Franco. Si durante el franquismo se produjo cierta evolución en la cuestión religiosa y en la social, la de las nacionalidades periféricas quedó anquilosada hasta el final.

La transición de régimen político y la Constitución de 1978 llevaron consigo la evolución de las mentalidades y la verdadera aparición de una España plural. Dos cuestiones, sin embargo, han hecho que la solución no llegase a ser la definitiva: las insatisfacciones del nacionalismo catalán y vasco y el mimetismo no demasiado fundado de las demás comunidades autónomas. Para buscar la solución a la primera, el País Vasco optó por seguir una política de poder duro mientras que Cataluña se inclinó decididamente por el poder blando. Desde Madrid se ha respondido a ambas en un principio con mezcla de poder duro y blando y últimamente más bien con poder duro.

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El peso de Cataluña y del País Vasco se reflejó en la Constitución en favor de una notable descentralización con la consecución de unas competencias muy elevadas. Si durante el franquismo la fuerza de la inmigración en dichas regiones coadyuvó a su castellanización idiomática y al aumento del poder central, una vez terminado el régimen sirvió para dar la vuelta a la tendencia. De haberse quedado el País Vasco español en una situación demográfica parecida a la del País Vasco francés, no hubiera podido contar con unas instituciones tan poderosas como las que tiene, para euskaldunizar la lengua y la enseñanza de la forma como lo ha hecho en la actualidad. Lo que en un principio fue elemento disolvente de la cultura propia ha sido después un enorme factor de renacimiento y de fortificación.

Esta cuestión, sin embargo, es vivida de distinta manera por cada una de las dos comunidades autónomas citadas. Cataluña ha mostrado una gran preferencia por el ejercicio del poder blando: entre los Juegos Olímpicos de 1992 y el Fórum Universal de las Culturas de 2004, con las conmemoraciones culturales: Picasso, Miró, Gaudí, Dalí, ha conseguido ser un enorme poder de atracción, como demuestra el que -junto con la producción industrial y las exportaciones catalanas-, un centro de tráfico como el puerto barcelonés sea el segundo del mundo en recepción de cruceros. Tamaño ejercicio del poder blando en manera alguna podía descuidar el elemento demográfico. Ya en 1990, la Generalitat de Cataluña eligió como eslogan el de "somos seis millones". En diversas ocasiones Pujol ha hecho referencia, de una manera muy discreta, al bajo nivel de la natalidad en Cataluña y la coalición Convergència i Unió ha montado oficinas en el exterior para regular la cantidad y la calidad de las migraciones (a pesar de ser ésta una competencia exclusiva del Estado), por haberlas considerado vitales.

La tradicional potencia demográfica de Cataluña sufrió una crisis en las décadas de los ochenta y los noventa. Entre los años 1981 y 2000 Cataluña sólo creció 386.000 habitantes, mientras que la Comunidad de Madrid llegaba a aumentar 736.000; Andalucía, 916.000, y la Comunidad Valenciana, 515.000. Los dos últimos años, sin embargo, del 2001 al 2003, la recuperación catalana ha sido clara, pues ha llegado a ganar 342.781 habitantes, tendencia adecuada para mirar con más tranquilidad el futuro.

Opuesto es el caso del País Vasco, que, queriendo fortificarse con medios duros, se va debilitando mucho desde el punto de vista demográfico. No hay más que decir que Vizcaya ha sido superada demográficamente como provincia por Alicante, Málaga, Murcia y Cádiz, y la ciudad de Bilbao, por Las Palmas, Palma de Mallorca y Murcia. En el año 2002 las pérdidas han seguido en Vizcaya. ¿Cuándo se hubiera podido sospechar que la poderosa Vizcaya se situara en niveles relativos más bajos que el de las provincias de Cáceres, Ávila o Teruel? Si dejamos la cantidad y pasamos a la calidad (refiriéndonos a la capacitación profesional de los que se van), nos encontramos con algo parecido, pues personas vascas formadas en Euskadi encuentran trabajo para ejercer su profesión más fácilmente en Madrid que en el País Vasco.

Cuando el factor demográfico castellano dominaba en España, Cataluña, generalmente hablando, se adaptó a aquella situación. Con la llegada de la industrialización, sin embargo, el día a día de trabajo de los catalanes fue sumando activos que necesariamente llegaron a alcanzar una fuerza que pidiese una posición política de acuerdo con ella. Una fuerza que en su día Castilla ostentó en su favor con unas repercusiones de alcance cultural y político bien provechosas para ella. Fue el resultado de estar en la misma unidad estatal. Tan explicable como fue aquello lo es ahora el hecho de que Cataluña quiera algo proporcional a su peso. La mentalidad castellana no tiene más remedio que acostumbrarse.

La pérdida demográfica de Euskadi, que lo hace menos fuerte en sus relaciones con Madrid, es una consecuencia negativa de haber optado por la política del poder duro. Si desde el año 1981 el País Vasco hubiera crecido como corresponde a su capacidad y desarrollo al igual que la media de las regiones demográficamente prósperas (Madrid, Cataluña, Comunidad Valencia, Baleares, Andalucía), tendría ahora 514.724 habitantes más de los que tiene (el 25% de toda su población). Es toda una ironía que haciendo tanto esfuerzo por obtener más poder lo vaya perdiendo cotidianamente de forma imperceptible, pero muy sonadamente, a lo largo del tiempo. Con el bajón demográfico, la dependencia económica y cultural vasca del núcleo madrileño, que se acerca a los seis millones de habitantes, es cada vez mayor.

Y por lo que se refiere a Madrid, la respuesta a tales aspiraciones con el poder duro puede ser negativa para sus objetivos de ser la capital de todos y un natural factor de integración. Sólo el desarrollo del poder blando puede llevar a una armonía coherente. Y entre los elementos del poder blando como la universalidad de la lengua castellana está una demografía como la madrileña, muy apta para ser utilizada como factor blando de cohesión.

Santiago Petschen es catedrático de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Univesidad Complutense de Madrid.

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