Una campaña centrada en el modelo territorial
Los partidos se preparan para el debate electoral con candidatos nuevos y de tendencia moderada
La campaña de cara a las elecciones generales de marzo tendrá como uno de sus ejes fundamentales el modelo territorial de España y reeditará, a gran escala, la confrontación entre el PP y el nacionalismo vasco, con la pretensión del partido gubernamental de situar fuera de juego a su principal rival en los comicios, el PSOE, y responsabilizarle de carecer de un proyecto unitario. PP y PNV están interesados en dramatizar estas elecciones, en enfatizar que en ellas se juega el futuro de España, su ruptura o el uniformismo a ultranza. Desde Cataluña, el Gobierno tripartito de izquierdas y CiU desdramatizarán el rupturismo que el PP les atribuye. Mientras, el PSOE tratará de convencer al electorado de que el choque de trenes del PP y el nacionalismo es nocivo y que el futuro del Estado autonómico está en el diálogo entre centro y periferia.
El modelo territorial de España y la pugna entre PP y PNV serán los ejes de la campaña
Pero estas elecciones tienen otra particularidad y es que sus principales protagonistas, todos ellos nuevos en unos comicios generales, no responden al modelo de político de choque que desempeñarán en la campaña. Ni José Luis Rodríguez Zapatero es Joaquín Almunia; ni el nuevo presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, se parece a su antecesor, Jordi Pujol. Y, sobre todo, ni Mariano Rajoy es José María Aznar ni Josu Jon Imaz, nuevo presidente del PNV, es Xabier Arzalluz.
Los nuevos líderes están cortados por el patrón de la moderación y el diálogo y, sin embargo, protagonizarán una campaña a cara de perro, entre otras cosas, porque al PP y al PNV les resulta muy rentable electoralmente llevar al límite el debate territorial. Dado el nivel al que ha llegado la confrontación en esta legislatura, el PP necesita la mayoría absoluta para gobernar, ya que sus alianzas se han reducido a Coalición Canaria. Pero el PNV también la necesita en las elecciones autonómicas vascas si quiere aprobar el plan Ibarretxe en el Parlamento vasco, y los comicios de marzo son su banco de pruebas.
Pese al dramatismo con que se plantea la contienda, quienes rodean a sus protagonistas confían en que, tras las elecciones, se reabrirá el diálogo territorial del PP y el PSOE con las autonomías (dentro de unos límites), incluso aunque los populares logren la mayoría absoluta. Ni populares ni socialistas están dispuestos a aceptar un diálogo territorial que suponga el salto del actual Estado de las autonomías al Estado confederal que propone abiertamente el plan Ibarretxe. Pero existe un margen negociador dentro del modelo vigente que aún está por explorar, como defiende el PSOE, y que el PP ha empezado a admitir, como quedó claro el pasado 7 de diciembre, cuando el propio Aznar dijo, por primera vez, que había reformas asumibles siempre que no afectaran a la médula del Estado autonómico y tras dejar claro que los nacionalismos son insaciables en sus reclamaciones.
La mayor expectativa está en Euskadi, donde la tensión territorial se presenta de modo más agudo -por el rupturismo del plan Ibarretxe y la persistencia de la violencia- y donde se ha producido un cambio trascendente con el relevo en la dirección del PNV. Todos los ojos están puestos en los movimientos del nuevo presidente del PNV, Josu Jon Imaz, que se estrena con un discurso el 18 de enero. Imaz va a ser una figura clave en la política vasca, por encima de Ibarretxe, porque en la tradición nacionalista el presidente del partido está por encima del lehendakari.
Medios moderados del PNV definen a Imaz como un "político pragmático, que conoce muy bien la política europea y el mundo empresarial". También aseguran que "cree menos en el plan Ibarretxe que el lehendakari" y que ha mantenido "tensiones con él en su gestación". En esta legislatura de confrontación ha mantenido contactos fluidos, tensos a veces, con el PSOE, particularmente con Alfredo Pérez Rubalcaba, y con el nuevo presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall. Sus primeros gestos políticos tras ser elegido presidente del PNV fueron declararse a favor del pacto con los no nacionalistas -frente a la política de su rival, Joseba Egibar, defensor del frente nacionalista- y acudir a la investidura de Maragall.
De la mano de Imaz y Maragall se vislumbra una nueva relación entre el poder político catalán y vasco, inexistente en la etapa de Arzalluz y Pujol. Los medios moderados del PNV confían en que sus relaciones con Maragall influyan para que Imaz "trate de catalanizar la reforma del Estatuto vasco", encauzando el plan Ibarretxe por la vía legal en su procedimiento y en sus contenidos. Un proceso que necesitará su tiempo.
Por su parte, Rajoy mantiene el discurso oficial de confrontación, continuista del de Aznar, que se prolongará hasta las elecciones. Pero se sabe que ha protagonizado movimientos discretos de acercamiento al empresariado vasco en los que ha defendido un cambio de talante que frene "el victimismo nacionalista". La elección de Imaz como presidente del PNV no le ha sido indiferente y tiene su reflejo en el PP. Mientras Jaime Mayor Oreja decía que no significaba nada, Loyola de Palacio ha expresado su satisfacción por el cambio que puede suponer en el PNV en la línea de abrir espacios de entendimiento.
El PSOE hará del diálogo el eje de su campaña en política territorial. Confía en que el electorado, cansado de la confrontación del PP y la ausencia de alternativas, rompa la pretensión de Aznar de presentarlo como un "peligro para la unidad de España y para la cohesión territorial" por respaldar a Maragall y reformas estatutarias. Dispone de un plan, la Declaración de Santillana del Mar, y del paraguas político del presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, que ha iniciado una concertación con Maragall en los procesos de reforma estatutaria anunciados. La respuesta del Gobierno catalán a la campaña agresiva del PP será abrir el debate sobre izquierda-derecha para "vincular una derrota del PP, y su salida del Gobierno, con la construcción de una España diferente".
La esperanza de Ibarretxe
Hasta hace aún poco tiempo, en el PNV se apostaba por que el lehendakari Juan José Ibarretxe adelantaría las elecciones vascas del 2005 al próximo otoño si los resultados de las generales de marzo confirmaban los pronósticos de las encuestas que, unánimemente, anuncian un alza del nacionalismo vasco. La pretensión del adelanto electoral sería disponer de una mayoría absoluta, de la que ahora carece en el Parlamento vasco, y lograr, de ese modo, aprobar su plan soberanista, además de desbloquear la situación de inmovilismo en la que está su Gobierno y que le ha impedido aprobar los Presupuestos para este año.
Sin embargo, en medios del PNV se hace ahora otra apuesta y es que Ibarretxe está a la expectativa de que ETA deponga las armas de aquí al otoño. Si se confirmase, le permitiría a Ibarretxe disponer de los votos de la ilegalizada Batasuna para aprobar su plan en el Parlamento vasco. En esta expectativa, la de un final de ETA, radican las esperanzas que Ibarretxe pone en su plan, y que se convertirá en eje de la campaña no sólo del nacionalismo vasco sino también de los populares.
El PP trata de introducir en la misma sintonía soberanista del plan Ibarretxe la anunciada reforma del Estatuto de Cataluña, propuesta por el Gobierno que preside Pasqual Maragall (PSC), con la pretensión de agredir al PSOE en la campaña electoral, ya que su secretario general, José Luis Rodríguez Zapatero, apoya el proyecto del tripartito catalán. Los socialistas argumentan que el plan Ibarretxe es abiertamente rupturista al sustituir el modelo autonómico vigente por otro confederal, pero que la propuesta del Gobierno de la Generalitat, imprecisa en algunos extremos, no tiene ese carácter.
En todo caso, éste será otro punto crucial del debate electoral.
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