Año nuevo en el desierto
Hay cientos, quizá miles de festivales de cine por todo el mundo, de los que sólo algunos son realmente originales. Es el caso del que estos días de fin de año se ha celebrado en el desierto argelino de Timimoun, lugar en el que nunca hay cine aunque sí una desvencijada sala que sólo abre sus puertas con motivo de este acontecimiento anual. El propósito de los organizadores de tan curioso festival es que las imágenes cinematográficas se extiendan igualmente por dunas y poblados, con proyecciones itinerantes en cine-buses capaces de llevar la fuerza del cine a cualquier rincón de aquella soledad. Quieren servir de acicate cultural entre una población joven sumida en la abulia y la ignorancia. Y como también ambicionan que su proyecto se conozca en el mundo, fletaron desde París un vuelo chárter con numerosos invitados.
Estos organizadores del ya 5º Festival de Cine del Desierto son un intrépido matrimonio de cineastas empeñados en que la cultura sirva para templar extremismos que puedan conducir a la violencia. Él es Mohamed Chouik, director de casi una docena de buenas películas, entre ellas La ciudadela, en la que denuncia la situación de esclavitud de la mujer árabe a través de una historia coral. Y ella es Yamina Bachir, directora hasta el momento de un solo largo, Rachida, con el que ha dado la vuelta al mundo de festivales con varios premios; no en vano describe con valentía la posible situación de una de sus compatriotas, en este caso una joven profesora a la que unos alumnos quieren obligar a colocar una bomba en el colegio; como ella se resiste, es tiroteada por esos adolescentes fanáticos, que no logran matarla.
Con un dinero que no tienen, salvo el de algunos patrocinadores, casi todos franceses, los Chouik invitan, como digo, a un buen número de cineastas, de nuevo mayoritariamente franceses, entre los que se encontraba en esta ocasión Jane Birkin, acompañada de una gorda y feísima perra bulldog a la que todos fotografiaban a escondidas y entre risas. También Charles Berling, que en el pasado festival de Venecia deslumbró en El sol asesinado con su interpretación del poeta argelino Jean Sénac, homosexual opositor al régimen, misteriosamente asesinado hace ahora diez años.
Pero las cosas no parecen irle bien al festival de Timimoun. Las nuevas autoridades locales le han dado la espalda haciendo peligrar incluso el programa básico de cine-buses; hasta se rumoreó que el imán del lugar había declarado que los extranjeros no serían bien recibidos, lo que resultó contradictorio con el hospitalario trato de los habitantes. Lo malo es que dichos invitados debían reunirse cada mañana a discutir la situación del cine en el mundo, tema endogámico que nada tiene que ver con lo que pasa en Timimoun y en sus alrededores. Así lo hicieron saber algunos participantes locales, más preocupados por la penuria cultural cotidiana en que viven que, por ejemplo, por el dominio norteamericano del mercado cinematográfico mundial. ¿Qué más les da si ellos no pueden ver ni siquiera esas criticadas películas de Hollywood? Sin embargo, soltar peroratas parece obligatorio para que un festival tenga marchamo de qualité. Nadie es perfecto.
En cualquier caso, la experiencia sensibilizó a los participantes respecto a que en el mundo del cine existen otros problemas, más allá de, por ejemplo, el de la piratería, frente al que han reaccionado esta semana los dueños de las salas europeas, uniéndose para concienciar al público sobre las consecuencias económicas de tal costumbre. Porque hay lugares como éste de Timimoun en los que precisamente la piratería significaría una solución de emergencia para sus necesidades. Y otra obviedad: en los países magrebíes se están desarrollando notables cinematografías que tienen mucho que decir... aunque en nuestras salas españolas no les den aún cabida. Para empezar el año, no está mal esta cura de humildad.
Babelia
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