Juicios secretos
En el centro de Bagdad, en la antigua plaza Al Andalus, hoy un cruce de calles, hay un gran edificio en el que funcionaba durante el régimen del partido Baaz (1968-2003) un "departamento de investigación, una prisión y un tribunal", asegura Abu Abdalá, que así dice llamarse este ex coronel del Servicio de Inteligencia Iraquí, más conocido por Muhabarat.
Los procesos eran secretos y las decisiones de este tribunal se elevaban a una instancia superior formada por una sola persona: Sadam Husein. "Si se descubría algún compló para intentar derrocar al Gobierno, los sospechosos eran llevados a ese edificio. Se realizaba una investigación, y si el tribunal juzgaba que eran conspiradores, se les ejecutaba. Es la ley", afirma el ex agente, de 41 años. Y continúa: "El islam prohíbe matar a seres humanos, pero cuando está en juego la seguridad del Estado, es legítimo hacerlo". Abdalá, cuya misión durante años fue el contraespionaje, tiene sin duda una particular visión del manejo de la información: "El Muhabarat trataba la información, como los periodistas. Pero no decidía la muerte de nadie". Y nadie estaba libre de riesgos, aunque hubiera formado parte del régimen.
Fadil el Barak, sucesor al frente del Muhabarat de un hermano de Sadam, en 1995, murió ejecutado. Fue hallado culpable de espiar a favor de Alemania. La Asociación de Prisioneros Políticos, la principal organización que se personará en el juicio contra Sadam, le imputa haber enterrado vivos con excavadoras en el desierto a 28.000 personas acusadas de conspiración.
El rostro del antiguo espía, ahora en el paro, es afable. Y su tranquila actitud sólo se torna en inquietud cuando se escucha algún ruido cuyo origen desconoce. Abdalá destaca que el servicio secreto iraquí contaba con "18.000 personas a su servicio, aunque únicamente 2.000, elegidas entre las familias más leales al régimen baazista", eran las que tenían por único empleo el espionaje. Las demás eran taxistas, comerciantes, traductores o, por ejemplo, empleados de hoteles.
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