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Columna
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Del proteccionismo 'patriótico'

Joaquín Estefanía

Estos tiempos en los que los garantismos han pasado de moda en casi todos los terrenos, traen al uso nuevos conceptos retóricos para justificar la marcha atrás del mundo hacia el progreso. Uno de esos últimos conceptos es de proteccionismo patriótico, utilizado por el número dos del Pentágono, el ultraconservador Paul Wolfowitz, para justificar la arbitrariedad de excluir a las empresas de los países remisos con la ocupación de Irak en la reconstrucción de este último país.

Apenas unas horas después de que Bush hiciese caer el telón de acero (los aranceles impuestos a las importaciones de acero estadounidenses), temiendo las represalias comerciales del resto de los países y la pérdida de credibilidad en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC), la Administración republicana abría un nuevo frente de conflicto. El hecho es el siguiente: EE UU anuncia una subasta para participar con 26 contratos en la reconstrucción de Irak, por valor de 18.600 millones de dólares, de la que quedan excluidas las compañías francesas, alemanas, rusas, chinas, canadienses, mexicanas y chilenas. Wolfowitz justificó esta medida arbitraria afirmando en una carta que "es necesario, para la protección de los intereses esenciales de la seguridad de EEUU, limitar la competencia de los contratos principales a empresas estadounidenses, de Irak, aliados de la coalición y países que aporten soldados". Verde y con asas.

Aunque el punto de vista económico de esta decisión no sea el más significativo, cabe preguntarse qué tiene que ver ello con el derecho internacional de la competencia y si está acorde con las reglas implícitas de la OMC; al parecer, en puridad, no viola estas últimas en la medida que se acepte que el régimen jurídico en Irak es el de una ocupación, en la que no rige el derecho comercial común. Aceptado que es una ocupación, ¿qué piensa de ello, por ejemplo, el Gobierno de Aznar?

Al hacer una relación tan impúdica -por directa- entre aliados y hostiles e indiferentes, Bush y su equipo dan pábulo a las versiones más economicistas de la ocupación de Irak: que ésta se hizo por motivos esencialmente crematísticos. Es lo que defiende Sami Naïr en su último libro, El imperio frente a la diversidad del mundo (editorial Areté): "Habiendo invertido preferentemente en su propio desarrollo, este país [Irak] se inclinaba a elevar los precios [del petróleo]. Además, poseedor de las segundas reservas mundiales después de Arabia Saudí, y hostil a la influencia de EE UU en la región, se había convertido en un obstáculo para la estrategia estadounidense de controlar los recursos estratégicos mundiales. El deseo estadounidense de derrocar al régimen de Sadam aumentó cuando Irak estableció con Francia, Rusia y China una serie de acuerdos de explotación del petróleo que sólo esperaban al fin del embargo para entrar en vigor... A través de las guerras de Afganistán, de Irak y de Israel-Palestina, EE UU se ha garantizado el control de la célebre elipse estratégica de la energía, el área que va de la península Arábiga a Asia central".

Pero, además, una cosa son los Gobiernos y sus políticas y otra las empresas privadas. Cuando el Gobierno marroquí protesta ante el español por lo que el primero cree actitud hostil de los medios de comunicación españoles hacia su proceso político, se le dice que no entiende la separación de ámbitos de funcionamiento en una democracia. Idéntica consideración se le puede hacer ahora a la Administración de Bush.

La decisión de restringir la competencia empresarial va en contra de la política desplegada por EE UU: el discurso de Bush en Londres, su entrevista con el canciller Schröder en Nueva York, la demanda a la OTAN de Colin Powell para que ayude mandando tropas a Irak, la petición a los países europeos y Rusia para que condonen la deuda externa iraquí..., todos esos esfuerzos quedan contrapesados por el anuncio del número dos del Pentágono que, una vez más, lleva la voz cantante en EE UU.

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