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Columna
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Inseguridad sexual

El Departamento de Sanidad del Gobierno vasco acaba de presentar los datos del estado de la cuestión sexual en Euskadi, y la nueva campaña de prevención de las enfermedades por esa vía transmisibles. El panorama descrito es francamente desolador. En los últimos años se han duplicado las infecciones sexuales, detectándose incluso seis casos de sífilis de "reciente adquisición" (hecho que no se producía desde los años 80). Toca pues preguntarse por las razones y las responsabilidades de semejante desastre, porque es evidente que alguien (se) lo está haciendo mal.

El consejero Gabriel Inclán, lo tiene muy claro: la culpa es de los jóvenes, que no se enteran. Las autoridades venga hacer "campaña tras campaña" y la juventud mientras tanto empeñada en la inconsciencia y en la ignorancia de las prácticas de riesgo y/o de las consecuencias de las enfermedades de transmisión sexual. Apoltronada además en la confianza y en la timidez (el 61,3% de los jóvenes reconoce que le da corte comprar un preservativo). La verdad es que, visto así, sólo quedaría compadecer al señor Inclán por la dura tarea de ser responsable máximo de la salud de un personal tan recalcitrante, con tantas ganas de infectarse, quedarse estéril o embarazarse de mala manera.

Pero naturalmente las cosas se pueden mirar también desde otro ángulo, menos obtuso. Desde el lado de las preguntas elementales. Si las campañas fracasan, una tras otra, ¿no será que son malas? ¿Más preocupadas por justificar intervenciones públicas puntuales que por asegurar un resultado sostenido? ¿No será que carecen de los mecanismos de seguimiento, control y rectificación adecuados? ¿Y que reproducen especularmente el lamentable nivel de la (in)formación sexual en nuestro sistema educativo?

Me hago estas preguntas con ánimo más bien retórico porque la respuesta afirmativa la encuentro en la última campaña que, desde la citada consejería, invita al uso del preservativo con el lema ¿Te lo pones tú o me lo pongo yo?, y que va a engrosar sin duda la larga lista de los programas fallidos. En primer lugar porque está suelta, porque no es el último eslabón de un encadenamiento de intervenciones de educación sexual. En segundo lugar, porque incluso suponiendo que la visión de un cartel en un lavabo, una parada de autobús o la pared de un instituto bastara para despertar la conciencia del sexo seguro, el acceso a los preservativos es mucho más que problemático en nuestro país. Los condones son caros, carísimos, para los adolescentes y además se consiguen en pocos sitios. No existen máquinas expendedoras en los centros de enseñanza o de ocio o de cultura, ni siquiera en el exterior de la mayoría de las farmacias (obtenerlos pasa pues por entrar y superar el corte).

Y en tercero y destacado lugar, porque esta campaña gira en torno a un mensaje de ciencia-ficción que equipara el preservativo masculino con el femenino. En ese o me lo pongo yo de la chica del anuncio se resume la falta de rigor de todo el planteamiento. Porque el preservativo femenino, hoy por hoy, simplemente no existe. Su uso y su demanda son tan minoritarios que en todas las farmacias consultadas he obtenido respuestas del tipo: no tenemos; hemos tenido pero los hemos devuelto porque nos caducaban; vendí uno en un año; nadie nos pide. Y han tenido que llamar al laboratorio o al ordenador para informarme del precio (6,74 euros por unidad; en fin); y hurgar en los cajones en busca de la única información disponible: un folletito editado hace un par de años por el Ministerio de Sanidad y Consumo.

Por si fuera poco, la Consejería de Vivienda y Asuntos Sociales ha decidido sumarse esta semana a la conmemoración del día mundial del sida, repartiendo, con la prensa escrita, 375.000 preservativos. Si tenemos en cuenta el escaso número de menores de 20 años que compra el periódico, el diseño de la intervención no puede ser más ilustrativo de lo dicho. Otro ejemplo perfecto de cómo dar en el clavo de la misma cruz de despropósitos.

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