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CLÁSICOS DEL SIGLO XX (2)
Columna
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Un comisario imposible

El centenario del escritor belga Georges Simenon (Lieja, 1903-Lausana, 1989), los innumerables actos y escritos en torno al mismo, han servido para confirmar que su principal referente literario sigue siendo el comisario Jules Maigret. Es indudable que Simenon fue algo más que un autor de género, incluso es más que probable que fuese, como en su día afirmó Gide, uno de los mayores novelistas de su generación, pero para el gran público, para un público inmenso, Simenon sigue siendo el creador del comisario Maigret. Un hecho que viene confirmado por ediciones millonarias, por el cine, por la televisión, por la radio, por el cómic y por un puñado de espléndidos escritores que, de uno u otro modo, se consideran influenciados por la criatura de Simenon, como es el caso del catalán Manuel Vázquez Montalbán, del siciliano Andrea Camilleri y del marsellés Jean-Claude Izzo.

Más información
'Las memorias de Maigret', de Georges Simenon

Sin ser una de las mejores novelas de la serie, Las memorias de Maigret posee el atractivo de ofrecernos, por única vez, las relaciones del comisario con su creador, contadas por Maigret en primera persona, así como la opinión que éste tiene de la descripción que de él hace Simenon. Un auténtico regalo para los lectores de la serie Maigret, los cuales comprobarán, como afirma Luisa, la señora Maigret, al final de la novela, que no existe gran diferencia entre lo que cuenta Simenon de Maigret y lo que éste cuenta de sí mismo, o lo que es lo mismo, que "la famosa frase sobre lo de que las verdades fabricadas resultan más verdaderas que las auténticas, es algo más que una paradoja".

La novela mezcla realidad y ficción. Evidentemente, jamás existió un inspector, luego comisario Jules Maigret, de la policía judicial, al que Simenon le birlase el nombre para convertirlo en el protagonista de una serie policiaca, como se cuenta en la novela, pero sí es cierto que existió un tal Xavier Guichard, director de aquella misma policía, y un tal comisario Guillaume, jefe de la brigada criminal. Como es cierto que existió un tal Désiré Simenon -el padre del autor-, el cual confiaba en las personas: "Nunca le oí formular un juicio sobre nadie sin que le permitiera defenderse", dirá Maigret de su propio padre. Como es cierto que existió un tal Chrétien Simenon -el abuelo del autor- que fumaba en pipa y solía beber ginebra con la misma asiduidad que el comisario Maigret bebía calvados.

Curioso personaje ese comisario Maigret -al que vemos de joven, haciendo la calle-, con su increíble paciencia, con su extraordinario olfato para descubrir lo mismo un criminal que un estofado de ternera que se cuece, a fuego lento, en el quinto piso de una vieja casa sin ascensor. Un comisario al que le repele la fama que le ha granjeado Simenon; un comisario que, ante todo, se considera un funcionario, que siente orgullo de serlo.

Hoy, un comisario Maigret, un comisario que afirma algo tan políticamente incorrecto como que "el 68% de los crímenes cometidos en París y en sus alrededores son obra de extranjeros"; un comisario Maigret alcohólico y fumador empedernido, haciendo gala de ello, sería prácticamente imposible en el Quai des Orfèbres. Tal vez en ello, en su actual imposibilidad, resida su encanto. Así como en su vinculación con les petites gens y en su escaso interés por los criminales profesionales. A Maigret le interesaban "los otros". "Los que", dice, "son como usted y como yo y un buen día acaban matando sin estar preparados para ello". Los que perdieron la partida y a los que antes que juzgar, pretende comprender.

Además de un excelente escritor, Simenon fue un no menos excelente vendedor de su propia obra. Cuando nació el comisario Maigret lo festejó con un bal anthropométrique en la Boule Blanche, una boîte de la rue Venin, en pleno Montparnasse, lo cual cosechó una gran popularidad al autor y a su criatura. Codicioso de un público popular, Simenon procuró escribir siempre en un estilo sencillo, con un capital que no excedía las 2.000 palabras. Creía que la novela debía ser como una obra teatral: para leer en una tarde o en una noche. De un tirón, sin descanso. El invento funcionó y, al parecer, sigue funcionando 70 años después del nacimiento del famoso comisario.

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