¿Hasta cuándo?
Las razones para que el Gobierno apoyara a Bush en su irresponsable aventura en Irak no son las mismas que las que justifican que las tropas españolas, a pesar de lo sucedido, se queden, al menos, de momento. Uno no se retira ante un revés, cuando se intenta remediar un error. La opinión pública parece haberlo entendido. Según el último barómetro del Real Instituto Elcano (BRIE) los españoles son (85%) los más opuestos de la UE a la guerra de Irak, pero están divididos por tercios entre los que apoyan la presencia de las tropas españolas, los que la rechazan y los que no tienen opinión. Una anterior hecatombe de soldados y carabinieri italianos en Irak llevó a un brote de sentimiento de unidad nacional en Italia, a pesar de la guerra.
Los militares españoles que lamentablemente -para ellos, sus familiares y sus compañeros del Centro Nacional de Inteligencia van nuestros pesares- han muerto, lo han hecho siguiendo órdenes. Lo que hay que cuestionar son esas órdenes, y, en su origen, las decisiones políticas que lo impulsan y si realmente el despliegue español cuenta con los medios necesarios. Pues hasta Aznar y Palacio han reconocido "errores" en las previsiones de lo que se llama la posguerra (y que es otra fase, la de la resistencia, de la guerra). Esa política se ha hecho desde varias consideraciones; una de ellas, que el drama de España había sido su antiamericanismo, y su modernización pasaba por rebajarlo o superarlo. Pero, ¡ay!, resulta, según la misma encuesta, que, pese a la guerra de Irak, no somos más antiamericanos, sino menos; pero sí más contrarios a la política de la Administración de Bush.
El viaje de este presidente para tomar el pavo del Día de Acción de Gracias en Bagdad pone de manifiesto que EE UU no controla la situación. Ha sido el viaje de un presidente clandestino, y las imágenes -no, por supuesto, las personas- de Bush en una instalación del aeropuerto guardan una cierta semejanza de clandestinidad con las que de vez en cuando se difunden de Osama Bin Laden o los mensajes de Sadam Husein. Lo que está ocurriendo es lo que el ex dictador iraquí dijo que iba a pasar antes de desvanecerse en alguna parte de Irak: una resistencia que convertiría a Irak en una trampa mortal. Probablemente él no lleve las riendas, pero tuvo tiempo de preparar la resistencia (a la que se suman otros elementos, algunos de ellos de carácter terrorista) como dispuso de años para deshacerse de las armas de destrucción masiva que un día tuvo. Por cierto, realmente, ¿por qué se invadió Irak?
¿Pero se puede resolver Irak? Esto es lo que se debe preguntar el Gobierno español. Pues hay que empezar a pensar que, quizás, la crisis de Irak no tenga solución, entiéndase el escenario rosa que Bush y Aznar contemplaron. La situación va de mal en peor, y la supuesta estrategia de iraquización tiene grandes posibilidades de fracasar. Una parte de los chiíes puede aceptarla, pero no muchos suníes, mientras los kurdos quieren, como poco, garantizar su autonomía. Se ha puesto en marcha una dinámica infernal. Lo que puede resultar es un caos o una ruptura del país y el inicio de un incendio regional.
Que haya que intentar apaciguar la situación no significa que se logre. Ante esta perspectiva, hay que poner condiciones y límites temporales y funcionales a la presencia española, que es en una guerra. Esta presencia se renueva ahora por seis meses. El próximo presidente del Gobierno, sea Rajoy o Zapatero, debería comprometerse a respetar este plazo, pero no ir mucho más allá de otro semestre si EE UU no logra diseñar una estrategia razonable de estabilización de Irak, con un claro mandato del Consejo de Seguridad de la ONU para el marco político y la presencia de tropas extranjeras (la resolución 1.511 no basta y es confusa), y con un apoyo de la Unión Europea. Estados Unidos está para quedarse. No tiene estrategia de salida, sino de cangrejo que busca un refugio. Pero España sí debería tener su propia estrategia de salida.
aortega@elpais.es
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