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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Bush construye un nuevo 'telón de acero'

Joaquín Estefanía

LA POLÍTICA DE BUSH ha supuesto un paso atrás en el marco de la globalización, al menos en tres aspectos: su unilateralismo político (la guerra de Irak), las mayores trabas al libre movimiento de personas dentro del territorio de EE UU y el proteccionismo comercial. Este último ha sufrido dos importantes traspiés en los últimos tiempos, al denunciar la Organización Mundial de Comercio (OMC) que la Administración neocons vulnera las normas del libre comercio.

El doble rasero que utiliza el Gobiernode Bush en materia comercial -prefiere la liberalización de las importaciones del mundo en desarrollo a la liberalización en casa- puede manifestarse en un eslogan: "El comercio es bueno; las importaciones, malas". Mientras que fuera de sus fronteras predica las bondades del libre comercio, en el interior subvenciona las líneas aéreas, a los agricultores o a las industrias del acero y de la madera. Hace unas semanas, la OMC dio la razón a Europa en sus objeciones contra el tratamiento fiscal que reciben centenares de empresas exportadoras norteamericanas; ello puede dar lugar a sanciones que superan los 4.000 millones de dólares. La pasada, la OMC reiteró que EE UU había violado las reglas del juego cuando en marzo de 2002 (seis meses antes de las elecciones legislativas) estableció aranceles del 8% al 30% a las importaciones de acero, y le obliga a levantarlas antes del 15 de diciembre próximo. El proteccionismo comercial está siendo jugado como baza electoral (hay muchos demócratas que lo apoyan) en Estados como Pensilvania, Virginia Occidental u Ohio, cuyos votos serán decisivos para la elección presidencial del año que viene.

La industria del acero de EE UU tiene más poder político que económico. El proteccionismo de Bush se basa en sus intereses para ser reelegido presidente. Para ello le da igual violar las normas del libre comercio
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EE UU eliminará las subvenciones encubiertas a las exportaciones

Pero la decisión de la OMC puede volvérsele en contra a Bush si la UE (y siete países más: Japón, China, Nueva Zelanda, Suiza, Corea, Brasil y Noruega) aplican sanciones por valor de más de 2.200 millones de dólares en forma de aranceles a las exportaciones americanas de productos como cítricos, textiles, relojes, estufas, etcétera, que podrían dañar la economía de otros Estados también decisivos para Bush, como Florida o Carolina del Norte.

Además, la implantación de aranceles protectores de la industria del acero americana ha sido un fracaso: porque no han salvado a dicha industria de la reestructuración que tenía que haber hecho en los años ochenta y principio de los noventa, como básicamente hizo Europa; muchas viejas acerías combinadas y extensas que producían acero calentando carbón, piedra caliza y mineral de hierro han quebrado y abandonado sus compromisos de pensiones y obligaciones. Y porque los aranceles impusieron un peaje enorme sobre el resto de la economía, especialmente sobre los usuarios de acero; los fabricantes estadounidenses que consumen acero, desde los automóviles hasta las tostadoras, vieron cómo aumentaba el precio doméstico del acero más de un 30%.

La industria del acero americana tiene mucho más poder político que económico; los almacenes Wal Mart emplean mucha más gente en EE UU que el conjunto de esa industria. Los recursos de Bush ante la OMC nunca tuvieron posibilidades de éxito; simplemente pretendían retardar el momento en que las medidas proteccionistas habrán de retirarse. Ahora se trata de saber si la Administración cede y no se inicia una guerra comercial con el resto del mundo, o si Bush intentará ganar tiempo hasta después de las elecciones presidenciales de finales de 2004.

Mientras tanto, ¿con qué cara se presentará el representante norteamericano en las reuniones ministeriales de la OMC, que pretenden revitalizar la ronda librecambista de Doha, después del fracaso de Cancún? Las últimas estimaciones de la evolución del comercio mundial no son halagüeñas: se prevé que este ejercicio crezca a un ritmo del 3% (el mismo que en 2002, después de una reducción del 1% en 2001, el año de los atentados terroristas del 11-S), lo que supone la mitad de la media anual registrada durante la pasada década.

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