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Entrevista:PAULO MENDES DA ROCHA | Arquitecto | LAS CONSTRUCCIONES TURÍSTICAS

"Hay que corregir la ruta del desastre"

Paulo Mendes da Rocha (Vitoria, Brasil, 1928) destila un optimismo sobre el futuro de la humanidad que incluso sorprende. Su confianza en la técnica y el sentido común debe estar en la base de las impecables obras, fieles a las esencias del Movimiento Moderno, que le han dado fama y galardones como el II Premio Mies van der Rohe de arquitectura latinoamericana, que le fue concedido en 2001 por la reforma de la pinacoteca de São Paulo. Hace pocas semanas se presentó el libro editado por la Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona que sobre su obra ha coordinado el arquitecto español Helio Piñón, centrado en la Casa Butantã (1964), la tienda Forma (1987), el citado museo y el centro cultural FIESP (1996), todas ellas de São Paulo. Y el pasado jueves fue la estrella de la inauguración en Valencia del IV Congreso del Docomomo Ibérico, organismo dedicado al estudio y conservación de la arquitectura del Movimiento Moderno.

"En el fondo no creo en la arquitectura del turismo, es una fiebre que no se reproducirá"
"La cultura popular ya ha incorporado que éste es un planeta pequeño con límites"
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Pregunta. El tema del congreso ha sido arquitectura y turismo, ¿cómo entiende esta relación?

Respuesta. Creo que el propio concepto de turismo está en discusión en estos momentos. Ahora mismo la gran atracción del turismo es la ciudad, lo que plantea una contradicción muy interesante, porque precisamente por la vía del turismo pueden volverse todas iguales. Y, por otra parte, es un tema que tiene como eje la visión del territorio, de la geografía transformada. El gran dilema ahora mismo es la uniformización, porque en su origen el turismo era el interés por conocer al otro y, en cambio, ahora parece que hace perder las características fundamentales de cada sitio. No se sabe qué hacer, pero se está discutiendo.

P. Si hay una arquitectura poco sostenible, es la turística.

R. Sí, es una arquitectura muy depredadora. Y una de las preocupaciones del saber arquitectónico es corregir la ruta del desastre. Y esto es algo ligado al problema del territorio, de la naturaleza, de la gestión del agua; en el fondo, de la calidad de las condiciones de habitabilidad del planeta.

P. ¿Cree que hay ejemplos a seguir en arquitectura turística?

R. En el fondo no creo mucho en la arquitectura del turismo. Me parece que una ciudad brillante y ejemplar en su actividad y su vida cotidiana siempre será un atractivo turístico. Si nos empeñamos en hacer una arquitectura dedicada exclusivamente al turismo, creo que es entonces cuando estamos en la vía del desastre.

P. ¿Se reconducirá el proceso?

R. Pienso que se está formando una nueva conciencia, y los modelos que han demostrado que no funcionan no se reproducirán. Ahora está pasando, lo sé, pero es como la fiebre que funciona como síntoma para permitir la curación. No tiene futuro esta idea de vender a pedacitos una bella playa en un país pobre y poner a los niños a trabajar de camareros. Así nunca se van a enriquecer, es algo que no tiene futuro en ningun país del mundo. Y, si te imaginas a ti mismo como un turista depredador, habrá mucha gente que no querrá hacerlo. Tomará conciencia, aparecerá el pudor ante este desembarco sin sentido. No pasará más. No vamos a destruir el planeta; si vemos que éste es un camino de destrucción, invertiremos el curso, por absoluta necesidad. No es tanto una idea contra el turismo, sino que se producirá una transformación en la interrelación de los hombres del mundo, que será cada vez más rica, amplia y abierta, menos depredadora, menos colonial.

P. En alguna ocasión usted ha hablado de que la arquitectura tiene que saber cuándo no intervenir.

R. Sí. Muchas veces la presencia de la arquitectura es invisible. La única manera de evitar el desastre es una voluntad, que tiene siempre carácter político, y la confianza en la técnica. Y todo esto son cosas que los niños tienen que aprender. Tiene que haber una gran revolución en la enseñanza también en relación a cómo se enseña. Se trata del saber como placer, no como explotación.

P. Tiene mucha confianza en la ciencia.

R. En la gente. Yo confio en la gente. Estamos aquí, por eso confío. Aunque no siempre.

P. ¿Lo posible puede no ser deseable?

R. Claro. Por eso digo lo de evitar el desastre. Cuanto más posible no quiere decir que se haga más, sino que más políticamente se constituye el hombre. La capacidad política aumenta con la posibilidad. El gran invasor no es el que invade, sino el que puede hacerlo porque tiene las armas que se necesitan para ello. No hay virtud en el impotente. En este aspecto, la cuestión de la naturaleza es fundamental. Y la cultura popular ya ha incorporado que éste es un planeta pequeño que tiene unos límites. Esto es una fuerza extraordinaria, porque permite que se pueda empezar a discutir sobre lo que hacer. Por ejemplo, el río que cruza São Paulo está muy contaminado y desemboca en el Paraná, que acaba en el río de la Plata. Nosotros contaminamos Argentina. Tenemos que empezar a considerar que no hay fronteras en la naturaleza.

P. ¿Los cambios políticos que ha habido en Brasil tienen algún tipo de reflejo en el debate sobre la ciudad y el territorio?

R. Potencialmente creo que existe la idea básica de una ciudad para todos. Se trata de que todo el mundo tenga luz, agua potable, servicios. Es algo que poco a poco se va implantando en la conciencia de todos. Nosotros construimos esta conciencia y tenemos que estar atentos a su formación. Es una acción humana. Y hablo con esperanza, porque nunca antes los planes del mundo fueron discutidos de modo tan amplio. La política ahora es global, porque

tenemos esta conciencia de que el planeta es limitado.

No quiere decir que las soluciones sean inmediatas, pero la discusión y el debate se están planteando. Lo interesante es no ser conservador, y la raíz del conservadurismo es la desconfianza y el miedo, que es una forma de no hacer nada. El destino no está decidido y la esperanza no es para uno, es para el género humano.

El arquitecto Paulo Mendes da Rocha, en Valencia.
El arquitecto Paulo Mendes da Rocha, en Valencia.JESÚS CÍSCAR

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