Una apariencia de banalidad
Hace 100 años que nació Evelyn Waugh, y 40 que nos dejó sin la posibilidad de leer una nueva novela, o un nuevo libro de viajes proveniente de su pluma.
Waugh está considerado en su país como uno de los grandes escritores del siglo XX... por una parte de la crítica. De otra parte, aunque su figura ha ido creciendo con el paso de los años, no deja de ser presentado como un escritor fundamentalmente ingenioso, lo que no deja de ser una descalificación más o menos encubierta. Nadie le niega el sentido del humor, una terrible capacidad para ridiculizar personajes y estamentos sociales, comportamientos colectivos y situaciones de privilegio. Ni se le puede negar la poderosa habilidad para provocar la carcajada, aunque luego ese reflejo hilarante pueda desembocar en el más triste de los finales.
La causa de unas valoraciones tan contrapuestas reside en el gran aliento de la literatura europea de principios de siglo, con autores como James Joyce, descubridores de una nueva forma de contar, de una nueva manera de indagar en el alma de sus personajes. La introspección que Proust en Francia y Joyce en Inglaterra llevaron a sus límites grandiosos, un terreno que ocupó, que fascinó a la crítica y a todos aquellos que se instalaran en el limbo de los gourmets literarios.
En ese terreno tan hostil a sus pretensiones, Waugh inició su aventura literaria sin mayores pretensiones aparentes. Sus herramientas parecían banales. Sus personajes se describían a través de la acción y los diálogos, sin que el todopoderoso narrador tuviera que intervenir en apariencia para indicar a los lectores si el protagonista era un imbécil o un genio dotado de una gran sensibilidad.
Lo curioso de esta pugna entre ambas escrituras es que ambas tienen el mismo poder renovador, y ambas comparten una preocupación fundamental por la modernidad. Joyce y Proust abren el nuevo territorio del discurso interior en un tiempo en que el psicoanálisis invade como la peste la cultura occidental. Waugh forma parte de aquellos que renuevan el lenguaje tomando de otras artes, como el cine, los recursos esenciales de su discurso. Porque en el cine nadie que se precie puede crear un personaje que sea definido por la voz en off. Se trata de que cada uno se presente ante los espectadores y sea catalogado por la forma en que actúa.
En el fondo de esta pelea intelectual que llegó a ocupar muchas páginas de los medios literarios británicos late una muy profunda que aún genera abundante polémica: se trata de decidir si lo importante es el discurso mismo o el análisis del discurso. Desde la posición de Waugh, lo que define, lo que salva, a un ser humano es su discurso. Desde la contraria, es la elaboración, el análisis de ese discurso.
Bajando un poco el listón, Waugh tiene una virtud grandiosa en un escritor: es asequible a cualquier lector. Y la profundidad de su narrativa no debe ser confundida por el perezoso acercamiento de quien considera que una escritura fácil en apariencia es una escritura de fácil construcción. A un escritor hay que exigirle precisión en el uso del lenguaje, el conocimiento profundo de su oficio. Waugh es un maestro en la construcción de un lenguaje sencillo (no simple), que además se ve envuelto en un profundo sentido del humor que hace de la lectura de cada una de sus páginas una delicia.
¡Noticia bomba! puede parecer una obra menor, una obra banal. Pero a cualquier lector que no esté invadido por los prejuicios se le hará mayor y, sobre todo, le hará disfrutar de la inteligencia en su estado más puro.
Bienvenida esta bomba de novela.
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