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CLÁSICOS DEL SIGLO XX (2)
Columna
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Claro y luminoso hiperrealismo

Jesús Ferrero

"Los libros sobre el futuro me causan aburrimiento y exasperación a la vez. ¿A santo de qué llenarse la cabeza de especulaciones acerca de lo que habrá de ser la humanidad en el año 20000, cuando lo más fácil es que no sea en absoluto así?".

Como nos recuerda Doireann Macdermott en su excelente ensayo sobre la obra de Huxley, estas palabras fueron escritas por el autor de Un mundo feliz dos años antes de emprender la creación de su novela más popular, que para colmo iba a ser una novela de anticipación.

Puede que, al hacerlo, Huxley cayera en una contradicción, pero la contradicción es una enfermedad endémica en los novelistas, como está históricamente demostrado. Da la impresión de que basta que un novelista diga que detesta cierto género de novela para que al año siguiente lo veamos empecinado en perpetrar una narración de ese género que de forma tan manifiesta parecía aborrecer. Una tendencia gremial bastante inexplicable, a no ser que se tenga en cuenta que, para atacar un tema de verdad, antes hay que odiarlo con cierta virulencia como he llegado a pensar al acercarme a la vida de algunos escritores, y especialmente a la de Huxley.

Aunque vistas las cosas desde otra perspectiva, resultaba comprensible que Huxley acabara escribiendo una novela futurista. Le incitaba a ello su espíritu apocalíptico, por no decir escatológico, detectable en casi todas sus novelas y muy especialmente en Contrapunto, que viene a ser una narración sobre el presente existencial y el pasado biológico, ambos entremezclados y fundidos en una reflexión sobre la vida y la historia en la que se proyecta una visión más bien sombría del futuro y donde, como en Un mundo feliz, está presente la utopía en uno o varios personajes que vienen a hacer de contrapunto a la normalidad enajenada.

La acción de Un mundo feliz se sitúa en el año 632 después de Ford, tras una guerra de Nueve Años que ha acabado definitivamente con lo poco que quedaba de las antiguas costumbres y tradiciones, incluida la religión, y toda la reproducción humana se lleva a cabo in vitro.

Las criaturas ya no pasan por el vientre de la mujer: han dejado ese trabajo para los biólogos, que, mediante manipulaciones genéticas más próximas al mundo de las abejas que de los hombres, han ido creando cinco castas. La casta Alfa es la dominante, y la nutren los superdotados destinados a ser dirigentes; en cambio, la casta Épsilon está compuesta por sujetos mentalmente disminuidos y que por lo mismo se encargan de los trabajos más tediosos y serviles.

Como narración en sí, Un mundo feliz acusa los mismos problemas que otras novelas surgidas de la tradición sajona y germana que podríamos llamar de ciencia-ficción crítica, y redunda en la misma fijación: la tendencia a imaginar una humanidad demasiado homogénea y mecanicista en un futuro más o menos medieval, con las mismas castas que en la Edad Media, si bien algo disfrazadas, y su mismo despotismo ecuménico, mezclado todo ello con los totalitarismos del siglo XX, que por razones evidentes aparecen impregnados de arcaísmo.

Operación narrativa que se observa también en El juego de abalorios, de Hesse, y en Eumeswil, de Jünger, si bien Huxley, como buen escritor inglés, recurre más al humor, aligera considerablemente el argumento huyendo de la figura del laberinto, y sólo a veces la novela se convierte en ideología escatológica pura.

Otro elemento heredado de las visiones escatológicas de la Edad Media es el mito de la máquina como entidad diabólica, que aquí se materializa en la "era Ford" y que sigue vigente en narraciones mucho más recientes como 2001, una odisea del espacio.

Entre las virtudes que distinguen Un mundo feliz de otras novelas de anticipación, puede que la más notable sea su estilo, casi desenfadado y en la mejor tradición de la sátira inglesa, así como el riesgo que siempre supone aventurar situaciones futuras sin perder el pulso ni caer en delirios absolutos o simplemente obtusos, tan frecuentes en los cientos y cientos de novelas que surgen continuamente de la subcultura de la ciencia-ficción.

Por lo demás, la relectura de Un mundo feliz sigue resultando estimulante, en parte porque Huxley la dotó de una especie de hiperrealismo de línea clara y luminosa que hace muy visible todo lo que cuenta y que supone uno de los mayores aciertos de la novela. Si a eso añadimos que Huxley estaba casi ciego, comprendemos mejor por qué ese hiperrealismo al que me refiero preside buena parte de su obra y encuentra su campo más abonado en Un mundo feliz.

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