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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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El nuevo 'Consenso de Buenos Aires'

Joaquín Estefanía

DESPUÉS DE UN PRIMER MOMENTO en el que las circunstancias los unieron, en los últimos tiempos habían aparecido elementos de recelo entre los mandatarios brasileño y argentino, Lula y Kirchner. O al menos entre las opiniones públicas de ambos países. Que si Argentina no había encontrado el suficiente apoyo del vecino en la negociación con el FMI; que si Brasil había adquirido un protagonismo superior al tradicional en la Cumbre de Cancún; que si había una diplomacia paralela de Argentina más cercana a EE UU que al Mercosur...

Tapar este distanciamiento, aparente o real, era uno de los objetivos de la visita que ha hecho Lula a Buenos Aires. Se ha tratado de la cuarta reunión que han mantenido en los últimos cinco meses. Además de diversos aspectos de la política bilateral interna, la cumbre brasileño-argentina tenía dos ideas fuerzas. La primera, potenciar el papel del Mercosur, bastante anémico en los últimos tiempos. Frente a la iniciativa norteamericana del Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA), los dos países tendrán una voz común e irán juntos a las negociaciones.

El problema surgió cuando, tras aplicar las recetas del 'Consenso de Washington', América Latina siguió padeciendo las crisis. Las reformas de segunda generación, basadas en la redistribución, nunca llegaron

La segunda idea fuerza, de consolidarse, es de grueso calibre: una convergencia de las ideas para poner en marcha un consenso en las políticas económicas, en la que lo social tendrá la prioridad. A eso se le ha denominado Consenso de Buenos Aires. Es difícil no encontrar un cierto antagonismo con el llamado Consenso de Washington que dominó el panorama latinoamericano, en el terreno de las ideas y de las políticas aplicadas durante los noventa. Pero ambos dirigentes han subrayado más el carácter de agenda paralela que de agenda antagónica.

El Consenso de Washington fue una expresión acuñada por el economista norteamericano John Williamson en 1989, que trataba de establecer una especie de "buen sentido económico que sea aceptado de forma global". Naturalmente, ese buen sentido económico se medía en relación con las modas y las ideas dominantes de la época, que eran las del neoliberalismo. Contemplaba puntos que, en muchos casos, fueron tratados como fines y no como herramientas: la disciplina presupuestaria, cambios en las prioridades del gasto público, reformas fiscales con bases impositivas amplias y tipos marginales moderados, liberalización financiera y comercial, privatizaciones generalizadas, desregulación, etcétera. Fue tal la fuerza del Consenso de Washington que algunos lo denominaron la "ideología del mundo" (Fitoussi), y otros, "pensamiento único".

El problema llegó cuando, después de aplicar los principales mandamientos de ese consenso, los países latinoamericanos continuaron sufriendo los rigores de las crisis y los ciudadanos manifestaron su descontento. Según una encuesta que obra en poder del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), casi el 50% de los ciudadanos de la región prefiere la democracia antes que otro sistema político, pero estarían dispuestos a sacrificarla si alguien les solucionase sus problemas cotidianos (desempleo, pobreza, desigualdad, economía sumergida, desatención del Estado, etcétera). Es una democracia de baja intensidad.

Surgió así la idea de implantar las reformas de segunda generación, que tuvieran en cuenta los aspectos relacionados con la distribución de la renta y la riqueza. El Consenso de Buenos Aires (impulsar el crecimiento, distribución más equitativa, pago de las obligaciones con los acreedores pero no a costa de poner en cuestión el desarrollo, búsqueda de políticas autónomas sin necesidad de autorización de los países centrales...) se reclama de esta segunda parte de la ecuación, nunca aplicada. Lula tiene encima de la mesa el Programa Hambre Cero, y Kirchner ha acuñado la filosofía del "crecimiento con equidad". En ambos casos se opina que el desarrollo económico depende más de las políticas activas que de la estabilidad y las liberalizaciones. Su éxito político será calibrado en relación con el grado de desarrollo económico en sus sociedades.

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