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Un gran avance contra las enfermedades neurológicas

La resonancia magnética nuclear (RMN), cuyas aplicaciones médicas han merecido la concesión del Premio Nobel de Medicina a Mansfield y Lauterbur, ha supuesto grandes avances en la práctica de la Neurología y en la investigación de las enfermedades neurológicas durante las últimas dos décadas y su desarrollo va a continuar en los próximos años. La RMN es una propiedad de los átomos de hidrógeno que emiten una señal de radiofrecuencia cuando su núcleo es perturbado por un cambio de intensidad del campo magnético de carácter transitorio. Esta señal, que se extingue en un periodo de tiempo variable según las condiciones del tejido, puede ser cuantificada y representada de forma digital después de su computarización numérica. Aunque la RMN obtiene imágenes digitales como la tomografía axial computarizada (TAC) existen diferencias entre ambos métodos. La TAC, que obliga a radiar al paciente, puede acompañarse de efectos secundarios, como aumento del riesgo de cataratas, de los que la RMN está libre. La RMN no debe usarse en pacientes con implantes metálicos (marcapasos, prótesis, etc.) cuya localización o función puede alterarse en un campo magnético alto.

La RMN de alto campo (1.5 o más Tesla) permite obtener mejores imágenes que la TAC puesto que la extinción de la señal emitida por el núcleo de hidrógeno depende de las condiciones del tejido y puede optimizarse según la técnica de exploración. Además de la anatomía del sistema nervioso, mejor que con el TAC, la RMN nos permite obtener imágenes de desmielinización de la sustancia blanca, muy útiles para el diagnóstico de la esclerosis múltiple y otras enfermedades desmielinizantes. La RMN, junto con la inyección de contrastes paramagnéticos, permite identificar signos de rotura de la barrera hematoencefálica, que pueden indicar inflamación del sistema nervioso. Los estudios de difusión/perfusión permiten reconocer, en los pacientes con enfermedad cerebrovascular, zonas del cerebro con alteración de función celular y otras sin riego sanguíneo, lo que tiene un gran valor para el diseño del tratamiento agudo. La angioresonancia arterial o venosa permite estudiar la circulación de la sangre en el cerebro y evitar, en muchos casos, las mucho más agresivas arterio o venografías cerebrales.

Dos aplicaciones recientes de la RMN pueden ser muy útiles para la investigación de las enfermedades neurológicas. La espectroscopia por RMN permite cuantificar in vivo la proporción de núcleos de hidrógeno, que resuenan tras ser excitados por el alto campo magnético, de diversos compuestos de gran interés, como el ácido láctico, un indicador del metabolismo cerebral anaerobio, el N-acetil aspártico, un marcador neuronal y por tanto un indicador del número de neuronas en una región determinada, o la creatina, un indicador de la producción de energía. Al cuantificar estos u otros parámetros en los distintos núcleos cerebrales los neurólogos podemos saber de forma inocua si la composición química o el funcionamiento de una determinada región cerebral es adecuada o inadecuada, y si mejora o empeora con el paso del tiempo o por algún tratamiento.

La RMN funcional es la que mide los cambios de actividad regional cerebral durante el desempeño de las funciones cerebrales normales. La determinación de ciertos compuestos en las distintas regiones cerebrales nos permite saber qué zonas del cerebro se activan o desactivan durante actos tan variados como el lenguaje, la visión, el sonido, el movimiento, la estimulación sensitiva u otros mucho más complejos. Estas técnicas pueden permitir la investigación funcional de las actividades más complejas del sistema nervioso, la descripción de las estructuras que las regulan y el conocimiento de las situaciones que las perturban lo que, sin duda, puede permitir un mejor tratamiento de sus alteraciones.

Justo García de Yébenes es presidente de la Sociedad Española de Neurología.

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