Lady Chandos, o el auxilio de las moscas
Entre sus diez novelas publicadas hasta la fecha, J. M. Coetzee había tenido ya sus encuentros deudores con Beckett (En medio de ninguna parte), Dostoievski (El maestro de Petersburgo) o Defoe (Foe, fenomenal reinvención del mito de Robinsón Crusoe). No es de extrañar que en la undécima, que no es propiamente novela -Elizabeth Costello lleva por subtítulo Ocho lecciones, y nada entre las aguas de varios géneros-, haya recurrido a la Carta de lord Chandos, texto de 1902 con el que Hugo von Hoffmansthal origina lo que podría considerarse una poética del despojamiento, una estética del silencio, que recorre toda la gran literatura del siglo XX. Coetzee retoma ese texto brevísimo, fundacional, para ponerlo a través de una óptica femenina en su justa perspectiva.
Coetzee ha insistido en casi todas sus novelas en una constante, concienzuda crítica del lenguaje, un instrumento despuntado, romo, inservible incluso. Esa necesidad de desmontar determinados mecanismos narrativos le ha llevado, por ejemplo, a poner en entredicho el punto de vista, la autoría de las palabras que configuran el relato. Era, pues, natural llegar a este punto y poner en boca de la esposa de lord Chandos, abocado a callar tras ser una gran promesa en la poesía de su época, palabras que rematan, aclaran, esclarecen las del emblemático personaje inventado por Hoffmansthal. Lo escalofriante, sin embargo, es que lord Chandos opte por el silencio, mientras que Elizabeth calle presa de la desesperación que causa el estremecimiento, y antes de callar implore a lord Bacon, el destinatario de la carta, la salvación que se le niega, y entretanto balbucea, duda de manera implacable, pide el auxilio de las moscas, más valiosas que la palabra si se trata de perforar el escudo de cristal que protege a su hipersensible esposo.
Miguel Martínez-Lage ha traducido varias obras de J. M. Coetzee.
Babelia
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