"Nunca planeo el destino de mis personajes. Ellos se lo buscan solos"
"La vida la determina el poder. Los escritores no somos muy importantes"
"De joven nunca pensé que escribir fuera a ser tan duro. Ni tan placentero"
La sensibilidad del autor de Submundo para contar la locura posmoderna vuelve a sorprender en esta intensa y a ratos cómica novela publicada por Seix Barral, que planea reeditar Americana, Los nombres, Mao II, Libra y Ruido de fondo (ya editadas por Circe) y la inédita Players. DeLillo, que ha venido por primera vez a Madrid para presentar su libro (hoy, en la FNAC, 19.00), narra en Cosmópolis un día en la vida de Eric Packer, especulador financiero de 28 años, culto y obscenamente rico, que se levanta un día de abril de 2000 y decide ir a cortarse el pelo a la barbería donde se lo cortaba su padre. Packer es un Ulises frenético que navega hacia la sabiduría por Manhattan en su limusina blanca, forrada de mármol, cámaras y pantallas de plasma que escupen la cotización del yen.
Pregunta. Casi todas las críticas de su libro son buenas, pero cuentan la novela entera. ¿No es eso un poco raro?
Respuesta. No paso mucho tiempo leyendo críticas, es un universo paralelo. Pero supongo que lo que pasa es que la gente se sorprende con las reacciones del personaje. No es el típico broker de Wall Street, le gusta la poesía seria, el arte serio, habla lenguas, es un tipo interesante que al final encuentra el sentido de su vida. De una forma curiosa vive toda su vida en ese día, existe en ese tiempo acelerado, como si el tiempo se moviera más rápido. Parece vivir en el futuro, en contra del tiempo. Pero se mueve hacia atrás, hacia la muerte prematura de su padre. Y la parte más naturalista es la última, cuando llega a la peluquería y habla con gente corriente de cosas corrientes y reconoce la tristeza en la que ha vivido desde lo de su padre. Ese camino hacia la autodestrucción tiene nombre, y les sucede a veces a los hombres muy poderosos: el síndrome de Ícaro.
P. El libro se lee a ratos como una metáfora de la relación entre el autor y su protagonista, como si usted lamentara su suerte, y la de él.
R. Puede ser, pero yo no planeo el destino de mis personajes, ellos se lo buscan solos. Hay una especie de inevitabilidad que guía a Eric. Él quiere que el libro y la vida acaben así. Más que yo.
P. Alguien ha dicho que el lenguaje de esta novela es fastidioso, borde y difícil.
R. Sí, es curioso. Es más compacto, más conciso, tiene menos imaginería que en otros libros míos. Me exigió una concentración muy profunda porque la escritura debía concordar con el tema, con Eric Packer y ese tiempo tan rápido y estrecho.
P. O sea, que si la acción y el personaje requieren escribir mal, usted no duda en hacerlo.
R. No, ¡eso nunca! Si me puedo llamar escritor es por mi relación con el lenguaje. Es lo más placentero, cuando lo es, de crear fases y párrafos. Sentir el poder del lenguaje. Antes que la historia y la política está el lenguaje. Por eso, y por alguna bonita y rara estructura que surge por sorpresa, soy novelista.
P. Cuando empezó a escribir, ¿pensó que sería tan duro?
R. No creí que fuera a ser tan duro, pero tampoco pensé que sería tan placentero.
P. ¿Y recuerda aún por qué empezó a escribir?
R. Es difícil explicar por qué uno se dedica a la ficción. De joven te ayuda a entender el mundo, te da una forma de pensar más profunda... Para un joven es una necesidad compulsiva encontrar una lógica a lo que pasa alrededor, y piensas que escribiendo la puedes encontrar. ¿Cómo puedes saber cómo es tu calle si no lo pones en un papel? En aquella época, y en mi situación, escribir era lo más fácil: sólo necesitabas papel y lápiz. Para ser cineasta necesitabas una cámara; para ser pintor, óleos y lienzos...
P. ¿Cómo ha influido en su escritura el hecho de vivir en el Bronx y ser de origen italiano?
R. Soy hijo de inmigrantes, la primera generación de americanos de mi familia, y eso es un hecho central: trato de descubrir el país igual que lo hicieron ellos, de una manera literaria. Muchos escritores, en mi caso, se han quedado en un camino estrecho, en la gente y el ambiente donde vivían. Yo empecé así en mis cuentos primerizos, y luego descubrí un mundo más amplio, como mis padres. Otra economía, otro dinero, y me fui del Bronx hacia una cultura mayor. Por eso mi primera novela se tituló Americana.
P. ¿Y por eso se dedicó a escarbar en los despojos del sueño americano?
R. En los años sesenta, cuando quería ser un escritor serio, me di cuenta de que el asesinato de Kennedy y otros de ese periodo hicieron fluir una gran paranoia en la cultura americana. Esa paranoia alimentó los años setenta y ochenta de tal manera que no creo que hubiera podido escribir mi ficción antes de la muerte de Kennedy [fue el tema central de su novela Libra, 1988]. Toda esa paranoia dio forma a mi obra, pero cuando los europeos hablan de paranoia me la atribuyen a mí. Y no es mía, no sale de mí, yo no soy un paranoico. Sale del país, ha salido durante mucho tiempo. Hoy, la paranoia está en Internet, y es global.
P. Tanto como el abuso de poder y el terrorismo.
R. Cuando una gran potencia abusa de su poder eso es cruel, injusto y brutal, pero no sé si es terrorismo. Quizá es algo más. La diferencia es sólo una cuestión de lenguaje.
P. La locura por el dinero que se respira en Cosmópolis anuncia el apocalipsis.
R. Antes de eso, en los años ochenta, todas las noticias eran malas, y muchas de ellas surgían de dictaduras y terroristas, gente que abusaba de su poder. Empezaba a parecer que ellos eran los que escribían la narración del mundo, y ahora eso es más verdad que nunca. La novela transcurre el mismo día que se hundió el Nasdaq. Hasta ese momento, mucha gente en Nueva York se pasaba el día en el ordenador viendo cómo subían sus acciones.
P. La tecnología siempre por delante...
R. La tecnología ha cambiado nuestra manera de vivir y de sentir. Y su poder es muy difícil de parar porque se expresa en tres dimensiones: física, psicológica y espiritual. Y porque hay una relación muy íntima entre futuro y tecnología.
P. ¿Y es usted optimista?
R. Ni optimista ni pesimista, no pienso en esos términos. El futuro es demasiado amplio para hacer afirmaciones. En términos estrechos, lo lógico es que en Estados Unidos cambien algunas cosas: la política, la Administración... La gente no va a ser tan complaciente como estos dos últimos años.
P. No, desde luego, si lee novelas como la suya...
R. La vida de la gente la determina el poder. Los escritores no somos importantes. Hacemos lo que podemos: tenemos nuestros pequeños momentos individuales y tratamos de estar inspirados para pensar en la gente en términos más amplios.
Babelia
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