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Columna
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Rumbo equivocado

Andrés Ortega

¿Es la "ruptura histórica" por el Gobierno de Aznar del supuesto "consenso que se había mantenido durante 25 años" el mayor problema de la actual política exterior, como pretende Rodríguez Zapatero? Incluso suponiendo que ese consenso -que no puede significar inmovilismo en un mundo cambiante- haya sido real, si la política alternativa hubiera acertado, romperlo hubiera estado justificado. Lo peor es que el Gobierno se ha equivocado. En su afán de seguir a Bush, ha participado en el colosal engaño sobre las armas de destrucción masiva y ha metido a este país en un lío, no sólo en Irak, sino también en lo que respecta a las relaciones con otros socios europeos de importancia y con América Latina.

Hoy, esa política hacia EE UU, pero también hacia Europa, está dejando al Gobierno, y por extensión a España, marginada en la UE. En Berlín se ha visto el eje de la nueva y más compleja Europa: Alemania, Francia y el Reino Unido. ¿Cómo se ha quedado España fuera? La soledad española en el tema institucional de la UE, por desidia del Gobierno, también es patente. Blair ha abandonado a su amigo. Gibraltar ha vuelto a donde estaba. Y el propio Aznar, con una creciente decepción con la UE, parece haber completado su vuelta a Europa para regresar a la posición de la que partió desde Valladolid: un thatcherismo a la hispana.

Sabía que su apuesta por Bush y la guerra de Irak iba a contracorriente de la opinión pública y del consenso. Si hubiera acertado, podría haber tirado de la gente, pese a una escasa capacidad pedagógica que ya se dejó notar con la guerra de Kosovo. Pero no ha sido así (y que no haya tenido efectos electorales, al menos hasta ahora, se puede deber a otros motivos). Y con la ONU en situación crítica, aparece el fondo de una posición que la menosprecia, realzada por la actual presencia de España en el Consejo de Seguridad.

En Nueva York, Aznar ha apoyado públicamente la reelección de Bush como "lo mejor para la paz en el mundo". También apostó por Stoiber frente a Schröder (pero no por Chirac). Bush debería precaverse ante estos halagos. Su apoyo es un gesto extraño cuando esa carrera está totalmente abierta (hoy, Bush está demoscópicamente muy por detrás de su padre a la misma altura del calendario). Hablar, además, de atraer el voto hispano, salvo en Florida, resulta pretencioso. ¿No le contaron al presidente del Gobierno lo que costó llevar hispanos a sus encuentros en el medio oeste, pues en su mayoría son votantes demócratas? Pero este desenfoque le ha llevado también a optar por mezclar a EE UU en las relaciones iberoamericanas, cuando tradicionalmente España no se inmiscuía en las relaciones entre EE UU y América Latina, sino que separaba y diferenciaba claramente la relación de España con América Latina de la de Washington.

Aznar, además, le ha echado un cable a Bush en apoyo de su doctrina de la guerra preventiva, mezclándolo con lo que son acciones preventivas en la lucha contra el terrorismo. No es lo mismo una acción policial que una guerra, que se sepa. De todas formas, Aznar ya no estará en La Moncloa cuando EE UU, en noviembre de 2004, elija presidente. Pero en este tramo final de su salida parece dispuesto a decir lo que de verdad piensa y a hacer explícito lo que anteriormente era implícito en una política que en lo exterior no arroja un balance precisamente glorioso, salvo en el apoyo internacional en la lucha contra ETA, que no es poco.

Obsesionada con participar en el proyecto imperial de la Administración de Bush, la política exterior de España se ha descarriado. El Ministerio de Asuntos Exteriores está desvertebrado. Y los observadores extranjeros no saben a qué atenerse con España. Ahora bien, dentro de los errores, sería un error añadido que, en las actuales circunstancias, las tropas españolas dieran media vuelta en Irak y regresaran. Lo que lleva a pensar que es una de las ventajas del consenso que permite matizar, más que dar quiebros.

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