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Juan Abreu novela un futuro para el arte por el arte en 'Orlán veinticinco'

Rembrandt contra Disney; Van Gogh contra Lladró... Una guerra muy seria es la que plantea Juan Abreu (La Habana, 1952) en Orlán veinticinco (Mondadori), continuación de su novela Garbageland. En un mundo futuro donde por fin se ha aparecido el Dios verdadero -un Dios que se materializa cuando lo buscas-, todo está enfocado al entretenimiento total y al consumo. La máxima es no aburrirse jamás y el arte no comercializable, el arte por el arte, es lo más nocivo que pueda existir; por eso se ha prohibido. Pero una peculiar guerrilla encabezada por un clon de Orlán, la performer del body art, intenta una acción suicida para desestabilizar el sistema y, entre otras cosas, pide ayuda a los colores del pintor Pierre Bonnard.

"Cuando yo era niño, en Cuba, el mundo de Disney era sumamente importante. Los cómics, y no sólo Disney, eran una especie de puerta delirante hacia lo imaginario. Era un mundo en que a un personaje le podía caer un elefante a la cabeza, aplastarlo, y después se podía levantar". Pero ese mundo de dibujos tiene un reverso perverso, siniestro: "Cuando salí para Estados Unidos y fui por primera vez a Disneyworld, tuve una experiencia terrorífica. Me pareció una farsa monumental. Disney es una especie de maquinaria trivializante que ha convertido en basura un libro como Peter Pan y Wendy.

Realidad y ficción

Pues bien. El que presenta el escritor en la novela es un mundo disneyificado. Allí, la gran mayoría de seres marginales han sido borrados del mapa y la población se depura a base de entretenimiento y consumo para acceder a WebLand-Tierra Santa, el Paraíso. Es un mundo amoral donde no existe el sufrimiento y se venera a artistas porno, deportistas y el kitsch. Dejando al margen el esperpento y la farsa, la idea no es muy lejana de la realidad. "La gente me dice que qué imaginación tengo... Y yo no hago más que mirar a mi alrededor. Todo está ahí", afirma.

La cabecilla de la panda de amigos -¿los niños perdidos de Barrie?- que se enfrentan a este estado de cosas es un ser ambiguo que sólo tiene un punto de conexión, dice Abreu, con la Orlán real, la que se ha operado la cara a imagen de las protagonistas de grandes cuadros de la historia del arte: "De Orlán lo que me interesa es su deseo de convertirse ella misma en una obra de arte".

La novela es también un homenaje a escritores como J. M. Barrie, el autor de Peter Pan, y a una serie de autores cubanos: Reinaldo Arenas, Lydia Cabrera y, sobre todo, Lezama Lima. "Aprendí con Reinaldo que hay que escribir contra el poder y Lezama es el paradigma de ese arte que no puede ser usado, reducido, vendido, convertido, disneyficado". Su vida en la Cuba de Fidel Castro, asegura Abreu, le ha determinado mucho: "Tengo una visión del mundo totalmente opresiva. Incluso viviendo en Barcelona o en otras sociedades democráticas. Experimento el poder como una cosa opresiva, como un enemigo cuya finalidad es embrutecerte. El poder es intrínsecamente enemigo de la libertad".

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