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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lo que el 11-S se llevó

Tras la caída del muro de Berlín en 1989, el 11-S de 2001 marcó un segundo punto de inflexión hacia un nuevo orden mundial cuyos perfiles siguen sin estar claros. Lo único evidente es que hemos cambiado de mundo. Los atentados de hace dos años y todo lo que vino después se han llevado muchas cosas por delante, empezando por la vida de unas 3.000 víctimas, cuyas familias no han sido aún indemnizadas. Los efectos de los ataques contra las Torres Gemelas y el Pentágono, incluyendo la reacción del Gobierno norteamericano, han llevado a una mutación de la superpotencia que, de repente, se sintió en guerra. Los neoconservadores en la Administración de Bush vieron la oportunidad de impulsar su osada y temeraria agenda de cambio exterior, adoptar su agresiva doctrina de la guerra preventiva con la excusa de la defensa propia, acompañada de un recorte sin precedentes de las libertades, y reforzar así las tendencias imperiales de EE UU.

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Con la distancia, se ve ahora que la Administración de Bush se ha equivocado en la gestión de esta crisis. La ola de solidaridad europea con EE UU que siguió al atentado se ha convertido, dos años después, en un sentimiento de recelo y desconfianza. Nunca han estado las dos orillas del Atlántico tan distanciadas, debido al giro de Washington hacia el unilateralismo. La guerra de Afganistán, lanzada para contraatacar a Al Qaeda y acabar con sus anfitriones talibanes, sigue inacabada. La invasión de Irak ha socavado la autoridad de la ONU y su Consejo de Seguridad, órganos que EE UU tan acertadamente impulsó tras la Segunda Guerra Mundial. Y la Unión Europea ha quedado dividida. Mal ha utilizado EE UU el inmenso poderío que la historia le ha deparado en este principio de siglo.

Bin Laden tenía un objetivo geopolítico en la cabeza cuando Al Qaeda preparó esos ataques: forzar la salida de EE UU del Golfo, y en particular de Arabia Saudí, y provocar cambios de régimen en los países árabes que colaboran con Occidente. Al menos en este empeño ha fracasado. No ha habido vuelcos políticos en los Estados árabes, y Estados Unidos está hoy más presente que nunca en la zona, especialmente en Irak, convertido en el centro de gravedad de un nuevo enfrentamiento de grupos islamistas contra EE UU. La "guerra contra el terrorismo" declarada por Bush tras el 11-S no ha tenido todo el éxito esperado, si bien Al Qaeda, no por falta de voluntad, sino por impotencia, no ha vuelto a atentar contra ese frente central que es el territorio nacional de EE UU. Pero, desde Marruecos hasta Indonesia, la violencia terrorista de carácter islamista se ha multiplicado en estos dos años.

Tras haber ganado seguridad con la posguerra fría, el 11-S ha hecho que EE UU se sienta vulnerable. Pero dos años después, como era de esperar, las encuestas reflejan que sus ciudadanos se van acomodando, si no habituando, a vivir bajo la amenaza de un nuevo ataque, a la vez que EE UU ha desplegado una seguridad interna sin precedentes en su historia. El segundo aniversario viene a recordar que la Administración norteamericana ha mantenido ocultos en la penumbra muchos aspectos de aquellos atentados, como ha hecho con las imágenes penosas de la guerra de Irak. Sólo ahora se han difundido algunas grabaciones de los mensajes de desesperacìón de la víctimas del 11-S desde sus móviles. Poco se sabe y se ha aclarado de los supuestos ataques bacteriológicos con ántrax que aterrorizaron a los norteamericanos durante meses. Como se está demostrando en Irak, la guerra contra el terrorismo tiene también una parte de guerra de mentiras, a la que ha colaborado el Gobierno de Aznar secundando en su día la propaganda sobre las supuestas armas de destrucción masiva de Sadam Husein que no aparecen.

La propia política exterior española ha cambiado tras el 11-S. Sirvió para acelerar el total alineamiento de Aznar con Bush, quebrando una línea de consenso y una apuesta española por Europa, y alejando además a Madrid de París y Berlín, referencias centrales hasta ahora de nuestra política europea. Como contrapunto, el Gobierno sí supo aprovechar el clima contra el terrorismo creado por el 11-S para buscar apoyos internacionales en la lucha contra ETA, aunque en el intento se excediera en su discurso, tratando incluso de justificar su participación en Irak de este modo unidimensional.

Dos años después, el mundo está peor y es más inseguro, ante las incertidumbres de los terrorismos globales y ante la imprevisión de lo que pueda hacer Estados Unidos. La comunidad internacional debiera plantearse seriamente el combate contra las causas del terrorismo, que se nutre del fanatismo y la miseria, sin olvidar naturalmente los propios efectos de estas causas. Y para ello, no hay duda de que EE UU debe ejercer su liderazgo y recuperar sus mejores esencias para lograrlo.

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