Autores de trapillo
Los actores, reunidos en su sociedad AISGE, quieren participar en el reparto de beneficios de las películas al igual que los directores, guionistas y músicos. Con tal fin han elaborado lo que llaman el Decálogo de Santander, donde se autoproclaman parte sustancial de la creación cinematográfica, solicitando que se incluyan sus aspiraciones en el anteproyecto de la Ley de Propiedad Intelectual que, según dicen, "fue paralizado por el Gobierno para no abrir un debate sobre esta materia durante la guerra en Irak". Más madera.
El actor Arturo Fernández no está en este rollo, y se disocia de sus jóvenes colegas que, según él, no saben ni vestirse, no digamos lucir un esmoquin con tanta elegancia como él. "Cuando veo de espaldas a un tío mal vestido, me digo ¡ése es un actor! Y siempre acierto". Por las mismas razones tampoco le gusta el futbolista Beckham: "Tiene buena facha, pero a mí no me llega ni a los talones. Si mi madre levantara la cabeza le correría a zapatillazos. ¡Que un tío vaya por ahí con el pantalón roto!".
No es para tanto. Con bastante seriedad, los de AISGE, bien o mal ataviados, han decidido premiar este año a Alfredo Landa por su amplia y variada carrera, y mira que Landa se ha vestido (y casi desnudado) de mil maneras en el cine, e incluso llevó bien puesto el esmoquin cuando en Cannes le premiaron por Los santos inocentes, película de la que indiscutiblemente también fue autor. Claro que Landa no es ya un actor joven, y quizás por eso sabe vestirse para cada ocasión, como seguramente diría Fernández.
Qué manía tan antigua ésa de la ropa cuando ahora los actores que arrasan, los que convocan multitudes, se visten como les viene en gana. Por ejemplo, Antonio Banderas en Broadway, que reúne a multitudes de fans a la salida del teatro, hasta el punto de que es habitual que tenga que intervenir la policía a caballo para controlar a las masas. ¡Ay Banderas, qué palo le han dado en el festival de Venecia! La mayoría de las críticas españolas a Imaging Argentina, ingenuo acercamiento de Christopher Hampton al grave tema de los desaparecidos bajo la dictadura militar, hace responsable de los errores de la película al actor malagueño. Le consideran autor de la misma, más que al director o a su compañera de reparto, Emma Thompson, que sí acudió a Venecia. Esperaremos a ver qué dicen sobre este tema los críticos jóvenes cuando publiquen sus comentarios... si es que logran hacerlo.
Me refiero a esos escritores que trabajan para sacar adelante revistas de cine de existencias guadianescas. Muchas de ellas nacen, y mientras tienen vida suelen aportar una muestra de amor al cine que refresca el ambiente, para a menudo morir al poco tiempo por falta de pelas. Las escriben, editan y reparten ellos mismos. Ahí están Cabeza Borradora, radical y rigurosa, amante de cineastas imaginativos, o Quatermass, especializada en el cine fantástico, o la más estable Letras de Cine, en cuyo último número (creo) se analiza la obra de autores independientes como la de José Luis Guerin. Son jóvenes, entusiastas, con una mirada entre respetuosa e iconoclasta, autores que tratan de hacerle un hueco a su voz y que se visten como quieren, como hacen los actores de hoy en día. No necesitan esmoquin.
El caso es que aquí tenemos a los actores reivindicando que la ley "refleje la realidad con justicia y proteja la aportación que hace el actor a la obra audiovisual como una faceta más de creación". ¡Vaya añito que llevan!
Babelia
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