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Columna
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Orgullo

No menudean las ocasiones para sentirse orgulloso de ser andaluz, así que una vez que sucede hay que gritarlo bien alto y bien claro: me parece estupendo vivir en la primera comunidad española que ha legalizado la heroína para uso terapéutico, dando al traste con la hipocresía, los rencores y los miedos de toda esa gente que identifica la droga con el diablo y ve a los toxicómanos como seres con pezuña, dos cuernos y un rabo. Esta iniciativa de la Junta puede constituir un primer paso para que toda Andalucía, toda España, toda Europa, asuman las relaciones conflictivas que sus habitantes mantienen con la droga, le reconozcan de una vez carta de existencia y afronten adultamente los problemas que plantea, más allá de la condena maniquea y el calentamiento de los oídos de los jóvenes con las penas del infierno. Como ya he repetido en diversas ocasiones, los Estados harían bien en rascarse las legañas de los ojos, asomarse a las ventanas y reparar en que el consumo de drogas no es privativo de los guetos y que no son cuatro descerebrados los que cada fin de semana deciden aderezar sus diversiones con sustancias de uno u otro tipo, productos que, bien utilizados, servirán para hacerles más agradable una velada entre amigos. Las drogas están en la calle y son consumidas por millares de personas, de todas las edades y de todas las capas sociales: parece oportuno que, por fin, nuestros dirigentes acepten la realidad de ese fenómeno en vez de gastarse el dinero en campañas plagadas de anatemas y amenazas, y que inviertan ese capital en informar sobre los efectos, nocivos y benéficos, de dichas sustancias y en remediar los desmanes de quien las use de modo indebido.

Si el Estado juega a ser papá prohibiéndonos fumar porros y beber más allá de las diez de la noche, que cumpla también con el resto de sus obligaciones de progenitor y recoja a sus hijos pródigos: que eduque, que cuide, que esté ahí cuando el ciudadano lo precise. En los tiempos que corren, en que la protección del individuo por parte de las instituciones se va pareciendo cada vez más a un paraguas con la tela rota, conforta saber que los heroinómanos, que son tan cristianos, españoles y adultos como cualquiera de nosotros, no van a tener que seguir vagando por los descampados para adquirir un veneno que les pudre las venas: una droga adulterada, mezclada con quién sabe qué excrecencias, que para colmo se administra de manera incorrecta provocando el colapso de esa sangre que la exige a gritos. El plan de la Junta permitirá a estos enfermos, en la medida de lo posible, vivir como el resto de sus congéneres, sin condenarles a errar por los basureros en busca de consuelo, rescatándolos de la prostitución y el atraco, y plantando zanjas al verdadero problema de la droga, el de la circulación descontrolada de cientos de productos que nadie sabe de qué están hechos y qué tormentas pueden desencadenar en los sufridos cerebros de los adolescentes. Hoy los andaluces estamos de enhorabuena, a pesar de todas esas voces apocalípticas que proclaman una pandemia de la heroinomanía y profetizan que, ahora que el Estado les protege, todos los jóvenes correrán a chutarse en masa: precisamente para acallar esas voces servirían las campañas de información veraces y neutrales que algunos seguimos esperando.

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