El imperio guerrero
Dos años después de la destrucción de las Torres Gemelas del World Trade Center y más de tres meses después de la destrucción del régimen de Sadam Husein en Irak -sin mencionar siquiera el derrocamiento de los talibán en Afganistán-, o el proceso de negociaciones entre israelíes y palestinos, ¿podemos evaluar lo que nos pareció ser un cambio en la política estadounidense, la transformación económica "global" en un imperio que se autoproclama encargado por Dios para hacer reinar el orden del bien en el mundo y destruir, en cualquier lugar del planeta, los regímenes "malvados", aquellos que apoyan e incluso organizan el terrorismo?
La primera observación es que los enemigos han desaparecido. Ilocalizable en Afganistán, invisible desde entonces, pero incapaz, al parecer, de lanzar nuevos atentados masivos contra los rincones más sensibles del mundo occidental, Bin Laden está ausente de la actualidad. Como también lo está Sadam Husein. No se ha matado ni capturado a ninguno de los dos; se esconden y pueden reaparecer, pero resulta cada vez más imposible presentar la nueva política estadounidense como una respuesta a la amenaza que representan. Es incluso sorprendente que la opinión pública no haya reaccionado más violentamente ante las revelaciones que demuestran que Sadam no poseía armas de destrucción masiva, cuya amenaza enarboló el presidente Bush como justificación para una guerra preventiva. Sólo el Parlamento británico ha reaccionado con fuerza ante los interrogantes planteados por la utilización flagrante de pruebas falsas en una decisión política; por su parte, los demócratas estadounidenses se han mantenido muy discretos.
Si a esto se añade que los grandes textos que inspiran la política estadounidense fueron escritos antes del 11 de septiembre, se hace evidente que es Estados Unidos quien decidió de forma deliberada lanzar una política abiertamente agresiva a escala mundial, en un periodo en el que el poder militar soviético había desaparecido y China todavía estaba lejos de poder imponer su hegemonía. Hubo que crear un enemigo "global" que amenazara al conjunto del mundo occidental de una forma bastante clara para que España o Polonia, que no sufrían ninguna amenaza, aunque no más que Gran Bretaña, movilizasen tropas y garantizasen a EE UU su pleno apoyo, incluso en contra de los más antiguos miembros de la Unión Europea y, sobre todo, en contra de su propia opinión pública que, tanto en Gran Bretaña, España como en Italia, demostró oponerse de forma masiva a la guerra. La UE no propuso ninguna solución al conflicto con Irak, tan sólo volver a reunirse en Naciones Unidas, lo que fue interpretado por el Gobierno estadounidense como una provocación del Gobierno francés que quería encabezar el antiamericanismo. Una interpretación carente de contenido concreto, mientras que la ruptura de la unidad europea debido al llamamiento de EE UU para obtener el apoyo de los países europeos se sitúa claramente dentro de la voluntad de destruir todo aquello que pudiera limitar el unilateralismo estadounidense. La nueva situación mundial no resulta de una nueva relación de fuerzas entre "grandes potencias"; fue creada de forma voluntaria y unilateral por EE UU, donde surgieron las formulaciones ideológicas más claras sobre la absoluta necesidad de colmar el vacío creado por el hundimiento de la Unión Soviética para impedir que se instalen un desorden y una violencia que podrían propagar el fuego al mundo entero.
Una expresión que es fácil expresar con más claridad: para destruir todo aquello que puede limitar la hegemonía militar, política y, hay que añadir, religiosa de EE UU en el mundo. Aquello que llamamos islamismo está en declive. La sociedad iraní se transforma rápidamente; el nuevo rey de Marruecos combate a las tropas islamistas como lo hizo el presidente tunecino y el FIS (Frente Islámico de Salvación) no se ha apoderado de Argelia. Se admite la fragilidad de Pakistán, pero no le impidió apoyar a los estadounidenses en Afganistán. Y tanto los suicidios de los militantes de Al Qaeda como los de los nacionalistas palestinos son lo opuesto a una movilización masiva, a una nueva yihad (guerra santa). Estos "mártires", a la vez que "terroristas", demuestran su rechazo del mundo occidental al mismo tiempo materialista e imperialista y apelan a su fe -y ya no a un programa de imperio económico- para atacar y destruir la ocupación extranjera.
Estados Unidos nunca ha estado en una posición defensiva, ni siquiera cuando buscaba a Bin Laden entre los talibán. Construye un orden mundial, elaborado por él y que sólo se justifica por estar al servicio de un Dios, de forma que EE UU se parece cada vez más a los regímenes sobre los cuales agita la amenaza.
¿Qué interpretación puede darse a este comportamiento a la vez nuevo y extremo y que los mismos estadounidenses apenas se molestan en justificar, lo que ha provocado una apatía nunca conocida en la opinión pública de EE UU, cuya debilidad o silencio indica a las claras que EE UU se siente amenazado en alguna parte y por un enemigo que no puede ser Sadam Husein, pese a los mensajes destinados a convertirlo en un adversario a la altura del ejército estadounidense?
La respuesta a esta pregunta no es fácil: pero si no existe un verdadero adversario exterior, sí lo hay en el interior de la sociedad. Y es aquí donde hay que volverse hacia los sociólogos o cineastas. EE UU está constantemente sumido en el juego de la violencia, incluso después de que el alcalde Giuliani luchara con mano muy firme contra la criminalidad y el tráfico de drogas en Nueva York. Al mirar Bowling for Colombine, mejor que al escuchar a Donald Rumsfeld, se comprende la fuerza que logra transformar al país que dominaba la economía mundial en un imperio que proclama en cada rincón del planeta la verdad suprema: God Bless America [Dios bendiga a América]. Esta hipótesis, que puede parecer demasiado limitada, por desgracia no lo es. ¿Acaso es casualidad que las cárceles estadounidenses y sus corredores de la muerte estén llenos y que el miedo y el desprecio hacia el lejano extranjero sean tan agudos?
¿Hay que llegar al punto de denunciar la debilidad o el vacío de la democracia estadounidense? Desde luego que no. Existen al menos tantas fuerzas que apoyan a la democracia estadounidense como fuerzas que la debilitan. Pero son aquellos que más admiran muchos aspectos de la sociedad estadounidense quienes deben ser los más tajantes al condenar a la élite política que se ha hecho con el poder, ocupado, es cierto, por un personaje débil y elegido de mala manera. En cuanto a los europeos, tan indecisos, tan abúlicos, ¿comprenderán algún día que deben oponerse claramente a la cruzada estadounidense, crear una relación muy distinta con los países islámicos e imponer la vuelta al multilateralismo tras este episodio guerrero de la política estadounidense que podría acabar como la expedición de Napoleón en Rusia?
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