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Reportaje:LA NARRATIVA DEL OTOÑO

Las novelas que vienen

Las novedades editoriales de otoño ofrecen propuestas narrativas de distintos autores y registros

De entre las múltiples novelas que se publicarán en los próximos meses, ofrecemos fragmentos de los títulos de algunos autores relevantes.

ARTURO PÉREZ-REVERTE
El caballero del jubón amarillo

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Lecturas de aquí y allá
Otras voces

A Diego Alatriste se lo llevaban los diablos. Había comedia nueva, y mientras tanto él estaba allí, como un menguado, batiéndose en la cuesta de la Vega con un fulano de quien desconocía hasta el nombre. Estrenaba Tirso, lo que era gran suceso en la Villa y Corte, y toda la ciudad estaba en el corral de la Cruz o haciendo cola en la calle, lista para meter mano y acuchillarse por motivos sobrados y razonables como un asiento o un lugar de pie desde el que asistir a la representación, y no por un quítame allá esas pajas tras un tropiezo fortuito en una esquina, que tal era el caso. Ritual de costumbre, en aquella España donde resultaba tan rápido y natural desenvainar como santiguarse. Pardiez que a ver si mira vuestra merced por dónde va. Miradlo vos, si no sois ciego. Pese a Dios. Pese a quien pese. Y aquel inoportuno voseo del otro -un caballero joven, que se acaloraba fácil- haciendo inevitable el lance. Vuestra merced puede tratarme de vos, e incluso tutearme, había dicho Alatriste pasándose dos dedos por el mostacho, muy a sus anchas en la cuesta de la Vega, que está a cuatro pasos. Con espada y daga, si es tan hidalgo de tener un rato. Por lo visto, el otro lo tenía, y no estaba dispuesto a modificar el tratamiento. De modo que allí estaban, en las vistillas de la media cuesta sobre el Manzanares, tras caminar el trecho uno junto al otro como dos camaradas, sin dirigirse la palabra ni para desnudar blancas y vizcaínas, que a esas horas tintineaban muy a lo vivo, cling, clang, reflejando el sol de la tarde.

Paró, no sin atención repentina y cierto esfuerzo, la primera estocada seria tras el tanteo. Estaba irritado, ahora más consigo mismo que con su adversario. Irritado de la propia irritación. En tales lances, aquello era poco práctico. La esgrima, cuando iban al parche de la caja la vida o la salud, requería frialdad de cabeza amén de buen pulso, porque de lo contrario uno se arriesgaba a que la irritación o cualquier otro talante escapase al fin del cuerpo, junto al ánima, por algún ojal inesperado del jubón. Pero no podía evitarlo. Ya había salido con aquella negra disposición de ánimo de la taberna del Turco -la discusión con Caridad la Lebrijana apenas llegada ésta de misa, la loza rota, el portazo, el retraso con que se encaminaba al corral de comedias-, de modo que, al doblar la esquina de la calle del Arcabuz con la de Toledo, el malhumor que arrastraba había convertido el choque fortuito en un lance de espada, en vez de resolverlo con sentido común y con verbos razonables. De cualquier manera, ya era tarde para volverse atrás.

El caballero del jubón amarillo (Alfaguara) es la quinta entrega de las aventuras del capitán Alastriste. Íñigo Balboa introduce al lector en el Madrid del siglo XVII, repleto de traiciones, pasiones y con el teatro de Lope de Vega, Calderón y Tirso de Molina como telón de fondo.

JORGE SEMPRÚN
Veinte años y un día

José Juan Castillo tuvo un ramalazo de desesperanza. Le dolió todo el cuerpo de nuevo, súbitamente. Tuvo la certidumbre, angustiosa, de que no aguantaría nuevos interrogatorios si Sabuesa mandaba reanudarlos. Tuvo la certeza, abominable, de que no había remedio, ni salvación, de que estaba derrotado. Sabuesa, al acecho, como siempre, se dio cuenta de ese momento de flaqueza, de abandono, de naciente resignación.

Decidió aprovecharlo.

-Tu vida -le dijo a Castillo-, incluso tu vida de militante, tu porvenir en el partido, está en mis manos. Será como yo decida. Si hago correr la voz de que te has rajado, que has cantado todo lo que sabías, e incluso algo más, acabo con lo que más aprecias, con lo que hace la sustancia de tu vida: tu ideal comunista, la amistad y el respeto de los militantes... Y nadie podrá poner en duda que has traicionado: sé lo suficiente de vuestra organización actual para atribuirte la responsabilidad de tal o cual caída... Puedo hacer creer que lo que vayamos descubriendo en los meses próximos es por culpa tuya... Estarás vivo, pero serás un hombre muerto... Estarás libre, en la calle, pero serás prisionero del desprecio, del temor horripilado de los tuyos, te verás solo, aislado, moralmente acorralado. Puede incluso que amanezcas en alguna cuneta asesinado como Trilla... ¿De verdad no quieres que te cuente lo de Trilla?

Veinte años y un día (Tusquets), la primera novela que Jorge Semprún escribe en español, reconstruye las circunstancias de una familia en la España de los años cincuenta.

FREDERICK FORSYTH
Vengador

Subir a ver a la señora Petrovic sin un acompañante no tenía sentido. No había ninguna probabilidad de que la mujer hablase inglés, y Dexter no conocía el serbocroata. Pero una de las guapas, jóvenes y despiertas recepcionistas del Hyatt aceptó su oferta de sacarlo del apuro. Estaba ahorrando para casarse y doscientos dólares por una hora de trabajo al final de su turno le parecieron muy aceptables. Llegaron allí a las siete, y lo hicieron justo a tiempo. La señora Petrovic limpiaba oficinas y cada tarde se iba de casa a las ocho para pasar la noche trabajando en un edificio que había al otro lado del río.

La señora Petrovic era una de esas personas que han sido derrotadas por la vida, como lo reflejaba su rostro, agotado y surcado de arrugas. Sin duda debía de tener menos años que los setenta que aparentaba, pero su esposo había muerto en un accidente de trabajo y no le había dejado ninguna compensación ni pensión de viudedad, y a su hijo lo habían asesinado debajo de su propia ventana. Tal como ocurre siempre que una persona muy pobre ve acercarse a otra con aspecto próspero, la primera reacción de la señora Petrovic fue de suspicacia. Dexter había llevado consigo un gran ramo de flores. Hacía mucho, mucho tiempo que nadie le regalaba flores a la señora Petrovic. Anna, la recepcionista del hotel, las repartió en tres jarros en la diminuta y miserable habitación.

-Quiero escribir acerca de lo que le sucedió a Srechko -dijo Dexter-. Ya sé que no puedo hacer que vuelva, pero quizá consiga revelar la identidad del hombre que le hizo aquello. ¿Me ayudará?

Vengador (Tusquets) sumerge al lector en el mundo del thriller internacional que su autor ha convertido en referente. De Vietnam a Bosnia, la intriga se forja en torno a Calvin Dexter.

JOSTEIN GAARDER
La joven de las naranjas

Después de morir mi padre, los abuelos vinieron a casa para ayudar a mamá a ordenar las cosas que él dejó. Pero hubo algo importante que nadie encontró: un largo relato que mi padre había escrito antes de que lo llevaran al hospital.

En aquella época nadie sabía que mi padre había escrito un relato. La historia sobre La joven de las naranjas no apareció hasta el lunes pasado. Ese día la abuela fue al cobertizo de las herramientas del jardín, y encontró el relato dentro del forro de la silla roja de niño que usaban para llevarme de paseo cuando era pequeño. El porqué fue a parar allí sigue siendo un pequeño misterio. No creo que sea una casualidad, porque ese relato escrito por mi padre cuando yo tenía tres años y medio guardaba relación con aquella sillita, lo que no quiere decir que sea un cuento de sillas de niños. Mi padre escribió la historia de La joven de las naranjas para que yo la leyera cuando fuera lo bastante mayor como para entenderla. Escribió una carta para el futuro.

La joven de las naranjas (Siruela) significa el regreso literario del autor de El mundo de Sofía. Toma como hilo conductor una carta de padre a hijo que sirve para acercar al lector el mundo de la astronomía.

PHILIP ROTH
Patrimonio. Una historia verdadera

Me parece a mí que delante de una tumba todos pensamos 1o mismo, y que eso mismo, elocuencia aparte, apenas se distingue de las meditaciones de Hamlet ante la calavera de Yorick. No hay mucho que pensar ni que decir que no sea una variante de "mil veces llevome a sus espaldas". Un cementerio, por lo general, sirve para recordarnos lo estrechas y triviales que pueden ser nuestras ideas al respecto. Sí, claro, podemos hablar con los muertos, si creemos que ello va a ayudarnos; podemos empezar, como yo hice aquel día, diciendo "Bueno, mamá"... Pero es difícil no saber -si es que pasamos de la primera frase- que lo mismo nos daría entrar en conversación con la columna de vértebras que cuelga en la consulta del osteópata. Podemos prometerles cosas, podemos ponerlos al corriente de los últimos acontecimientos, pedirles comprensión, solicitar su perdón o su cariño; o podemos planteárnoslo de otro modo -el activo-, poniéndonos a arrancar malas hierbas, limpiar la gravilla, pasar el dedo por las letras talladas en la losa; podemos incluso agacharnos y situar las manos directamente encima de sus restos, tocando la tierra, su tierra; podemos cerrar los ojos y recordar cómo eran cuando estaban entre nosotros. Pero ningún resultado se deriva de tales reminiscencias, salvo el de hacer que los sintamos aún más lejos, más fuera de nuestro alcance de lo que estaban diez minutos antes, mientras íbamos acercándonos en el coche. Si no hay en el cementerio nadie que nos vea, puede que lleguemos a hacer cosas bastante disparatadas, en nuestro empeño por conseguir que los muertos no parezcan tan muertos. Pero, incluso si lo conseguimos, si nos esforzamos lo suficiente como para sentir su presencia, alguna vez tendremos que marcharnos de allí, sin ellos. Lo que demuestran los cementerios, al menos a las personas como yo, no es que los muertos estén presentes, sino que ya se han ido. Ellos se han ido y nosotros, por el momento, aquí estamos. Esto es fundamental y, por inaceptable que resulte, muy fácil de constatar.

Patrimonio. Una historia verdadera (Seix Barral) es el testimonio de Roth mientras acompaña a su padre en su camino de supervivencia. Un libro honesto con la vida y la muerte. Inédito en España.

PETER HANDKE
La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos

¿Tenía nostalgia de sus ancestros? Sí, pero no de estar con ellos, sino sólo de poder pasar a verlos un momento, de consolarlos, de darles las gracias y de, dando un paso atrás, desde la debida distancia, adorarlos.

Y ahora estos perfiles de los antepasados habían perdido toda su fuerza. Y también esto había ocurrido con toda lentitud. Sus venerados muertos, así es como los vio ella una mañana de verano, o de invierno, eran parte de los miles y miles de los que ya no están ahí, de los que se han escurrido en el reino de la tierra desde el comienzo de los tiempos, de los que han desaparecido convertidos en concreciones sólidas, de los que se han convertido en polvo, de los que se han perdido en todas las direcciones de la rosa de los vientos. Ya no se les podrá llamar nunca más para que vuelvan, ningún amor podrá devolverles la vida, convertidos en seres a los que, para toda la eternidad, no se podrá esperar que vuelvan. Bien es verdad que de vez en cuando, como antes, aparecían todavía en los sueños, pero sólo en forma de hormigueo, bajo la expresión de "además corrían": pero este "de vez en cuando", a diferencia de antes, ya no significaba "en todos los tiempos sagrados".Y a ella también esta segunda muerte de sus antepasados -como antes la tierra natal, pequeña y grande, que se le había esfumado- le parecía bien. Las fuerzas de las que ella había hecho acopio durante mucho tiempo, que no provenían tanto del país entero como de los pequeños fragmentos de él, no tanto de una vida entera lograda de un antepasado (aunque la verdad es que no hubo ninguno de este tipo) como de la desgracia y de la muerte solitaria (esto valía para todos sus predecesores), le parecían ahora conseguidas por medio de una estafa.

La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos (Alianza) construye una crítica de la sociedad actual a través del viaje que una mujer de negocios emprende hacia el sur de Europa, a la sierra de Gredos.

Los escritores Arturo Pérez-Reverte, Jorge Semprún,
Los escritores Arturo Pérez-Reverte, Jorge Semprún,
Philip Roth (arriba) y Peter Handke.
Philip Roth (arriba) y Peter Handke.ASSOCIATED PRESS

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