"La Movida fue la reacción de los hermanos pequeños"
Pregunta. ¿Querría contar su vida en quince líneas?
Respuesta. Pues, pues... Soy madrileño de pro, de Chamberí, vivo cerca del Retiro desde mi infancia, estoy muy apegado al parque, soy de la Comunidad Autónoma del Retiro, pertenecí a la Demencia (un estigma), soy atlético con fervor, o mejor dicho antimadridista, fui a la universidad cuando la época ominosa daba los últimos coletazos, me enganché al teatro y a la música, dejé Historia del Arte, viví la época del Rockola, el templo de la Movida, hice muy buenos amigos y así hasta hoy. Bueno, no, también tuve una hija el año que cayó el muro, y soy un humilde adorador del género femenino: acabo de salir del armario como heterosexual.
"Madrid ha convertido la escena en un parque temático con tapas, bailes y disfraces. Sólo importa vender entradas"
"El éxito para mí es la magia. Y si es con la sala llena, mejor. El teatro es una de las pocas ceremonias laicas que nos quedan"
P. Y además ha escrito y dirigido algunas obras de teatro.
R. Sí, durante ese periplo habré escrito unas 20 y dirigido 50. Empecé como director y enseguida lo fundí con la escritura, a veces sin saber bien qué iba antes, el papel o la palabra dicha; me gusta decir que soy un dramaturgo, un hombre de teatro que se enfrenta con el texto a través del cuerpo del actor.
P. ¿Sin importar que el texto sea propio o ajeno?
R. Me gusta esa promiscuidad, sí.
P. ¿Quizá porque es hijo de la movida y todos hacían de todo?
R. Probablemente, aunque los músicos, los poetas y los pintores nos miraban raro a los del teatro. Éramos el fenotipo alternativo. Cuando formamos el grupo Producciones Marginales nadie tenía mucho interés en lo que hacíamos. Ahora parece que vienen más a vernos.
P. O sea que no todo era pop y Almodóvar, Tábano y Lliure. Había un nuevo teatro madrileño.
R. Existía, pero era el furgón de cola, la Segunda B, aunque yo siempre me he sentido parte de la movida. En casa de mi padre había un trastero y a veces venía Iñaki Glutamato a tocar... Las letras de Radio Futura y Gabinete sabía de dónde venían... La verdad es que fue un bulle-bulle liberador.
P. Y destructivo: el camino quedó sembrado de cadáveres.
R. Dos hermanas mías, sin ir más lejos. Viví las luces y sombras en carne propia.
P. ¿Y no tuvo aquello más de simple diversión que de creación?
R. Era un lenguaje tácito, una complicidad, un momento de gran eclecticismo, la mayor gamberrrada era posible... La movida fue la respuesta de los hermanos pequeños a los que tenían que mover la historia, a esos hermanos mayores que nos arrinconaron y nos consideraron frívolos y no nos dejaron más espacio que el de espectadores. Eso nos dio ironía, una socarronería a veces juguetona, y la luminosidad que se ve en los cuadros de Villalta o Chema Cobo. A pesar de su mala fama, de ser una ciudad gris y ministerial, en Madrid surgió ese foco. Quizá por ser tierra de nadie, sin identidad. No teníamos que levantarnos diciendo "soy vasco", o "soy catalán", y eso nos daba ligereza, libertad, menos lastre ideológico, a veces demasiado poco, pero mucho hueco para ejercer el espíritu crítico.
P. Dentro de un orden burgués.
R. Al Rockola no venían autobuses desde el cinturón rojo, éramos hijos de la burguesía ilustrada. Y teníamos más ganas de reírnos que de cambiar el mundo. Aunque la derecha dirá que de aquellos polvos vinieron estos lodos, fue más que nada una fiesta.
P. De disfraces.
R. Sí, eso es, pasamos de la trenca a Bowie. Y la frescura lo justificaba todo, todo volvía a empezar, todo valía, era una cosa muy amateur, hacíamos revistas como La Luna o Teatra, íbamos a Arco, había mucho cruce. En general fue muy enriquecedor.
P. Y a usted, como dramaturgo, le tocó romper con el teatro independiente.
R. Eran mis hermanos mayores, muchos de ellos ocuparon cargos de gestión, se hicieron directores generales y el movimiento se disolvió. Yo soy deudor de su forma de entender el teatro, pero ellos eran autodidactas y los de mi generación fuimos a la Escuela, volvimos al repertorio del Siglo de Oro... Como queríamos contar historias del presente, tratamos de dar un enfoque nuevo a los clásicos. A la vez, los festivales internacionales empezaron a llegar, y vimos a Wilson, a Kantor, a Bergman, a Pasqual, muchos montajes míticos. Nos influyeron mucho, pero nosotros éramos menos individualistas, creíamos más en el hecho teatral colectivo: la apuesta era crear un discurso y un grupo estable, y yo creo que lo hemos ido haciendo, con nuestros altos y bajos.
P. ¿Tanto como Boadella?
R. No, eso requiere condiciones que en Madrid no se dan.
Aquí el teatro se ha convertido en una industria más o menos especializada en la que caben hasta contadores de chistes, y que refleja bien esta sociedad ultraliberal: taquilla y estrellas.
P. No hay lengua ni cultura que proteger.
R. Claro, por eso en Cataluña defienden mucho el teatro y salen dramaturgos y actores sin parar. Aquí estamos en las catacumbas, pero eso nos da libertad.
P. Resistentes y francotiradores, como Animalario.
R. Ocupamos espacios de resistencia, sí, pero eso pasa un poco con todas las profesiones: también los biólogos lo sufren.
P. Y a veces hay que hacer trabajos alimenticios.
R. Lo más alimenticio que he hecho yo ha sido convertirme en funcionario, la Escuela de Arte Dramático me invitó a dar clases y vivo de eso. Pago el alquiler y de vez en cuando produzco con mi empresa, Teatro del Cruce. Eso es el éxito: un grupo fiel de escenógrafos, actores e iluminadores, con valor y determinación. Eso que no valora el ministerio es el gran capital del teatro.
P. ¿Cree que a la ministra le gusta el teatro?
R. No, pero tampoco tiene por qué, aunque alguna obligación de defenderlo tenga. Su generación es más de narrativa, ópera y jazz. Confunden teatro con espectáculo, para ellos el teatro es un parque temático con disfraces, pasodobles y tapas. Si todo es teatro, ¡subamos a los muchachos de la Asamblea de Madrid al escenario!
P. Por cierto que su obra Tierra por medio, sobre escándalos urbanísticos en Madrid, fue totalmente profética.
R. Sí, pero nadie lo sabe, y eso prueba lo irrelevante que es el teatro. Si hubiera sido una película o una novela habría tenido más repercusión. Aunque tampoco había que ser un monstruo para escribirla: mi hermano ha trabajado mucho en la Sierra Norte de Madrid y lo sabe todo de trapicheos, comisiones y contratas municipales. Yo me limité a contarlo como una metáfora del turbocapitalismo cutre, pero se ve que el teatro ya no tiene la pujanza que tuvo, o que estamos adormecidos, aletargados, y sólo somos capaces de mantener una indignación de corto alcance, un ímpetu inmaduro. Salimos un millón a la calle y a los 15 días pasamos de todo.
P. ¿PP para 20 años más?
R. Quizá sea paradójico, pero intuyo cierto hartazgo, una reacción a ese cúmulo inverosímil de mentiras unilaterales, institucionalizadas y perversas que nos largan. La impunidad de las falacias no puede durar.
P. ¿Y qué se siente siendo el único autor vivo al que Haro pone siempre bien?
R. No siempre, no siempre, afortunadamente. La vieja guardia del teatro siempre me alertó sobre las críticas malas, pero he tenido de todo, incluso malas y respetuosas a la vez.
P. ¿Siente que los medios tratan bien el teatro?
R. Quizá están aburridos de tanta queja. La Razón lo potencia mucho. Anson está en mis antípodas pero es gran aficionado. El resto, incluido EL PAÍS, dan más sitio a la narrativa y al cine.
P. ¿Y nunca ha pensado en pasarse al cine?
R. No tengo ninguna voluntad minoritaria, me gustan los teatros llenos. Pero me da mucha pereza el cine. Soy un bicho de teatro, me parece una de las pocas ceremonias laicas que nos quedan, un acto casi asambleario. Y el ensayo es a veces como el toreo, aparece la magia y eso da sentido a todo. Para otros el éxito es llenar y forrarse. Para mí es la magia. Si es a teatro lleno, mejor. Si no, siendo atlético siempre puedo fundar el Centro Dramático Colchonero.
RAMONIANO
Actor frustrado, historiador del arte sin acabar, autor y director teatral prolífico, premiado, irónico y renovador, tertuliano de la muy castiza tasca La Sanabresa, de Antón Martín; superviviente lúcido de la movida madrileña, cuarentón atractivo de ojos azules y padre de una hija de 13 años que le cuelga tiernas pintadas en el baño de su piso en el Retiro ("Papá, te quiero muchísimo"), Ernesto Caballero (Madrid, 1957) es un tipo enamorado del teatro, un francotirador de estirpe clásica -le gustan Calderón y Beckett, Mihura y Jardiel, "pero sobre todo Ramón Gómez de la Serna"- que ha invertido todo su talento (y parte de su dinero) en escribir, montar o dirigir unas 50 obras de teatro en 20 años de carrera, muchas de ellas mezcla brillante de humor, crítica social y agudeza, como Rosaura, el sueño es vida; Auto, Squash, Mi querido Ramón
o Tierra por medio, sin hacer ascos a éxitos de público como Mi querida muñeca.
Ahora dirige en el Arlequín La noche del oso, versión teatral de Barrio, y prepara, para el 25 de septiembre, el estreno de Yo he visto dos veces el cometa Halley, su recreación de la figura de Alberti por el centenario: "Sus versos piden a gritos el cuerpo del actor".
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