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Reportaje:

La segunda oportunidad de Aicha

La joven saharaui que denunció hace dos años que su familia le impedía volver a España para estudiar llegó ayer a Madrid

Aicha Embarek cerró ayer una puerta y abrió otra. La primera pone fin al calvario que ha sufrido durante dos largos años, retenida contra su voluntad en los campamentos que el pueblo saharaui tiene en Tinduf, en la frontera de Argelia con el Sáhara, donde vive su familia.

La segunda es la que permitirá que otras niñas y jóvenes saharauis sigan su ejemplo y, como ella, puedan viajar a otros países para estudiar y ser útiles a su pueblo. Así lo expresó ella misma nada más poner ayer un pie en España: "Les he abierto una puerta, sin querer. Espero que no se la cierren".

Aicha Embarek, de 21 años, recién estrenados, cumplió ayer el sueño que durante dos años estuvo acariciando: volver a España y reunirse con Julia Taladrid y Javier Barrios, los padres de acogida con los que vivió ocho años, desde los 11, en el pueblo leonés de El Espino, a 24 kilómetros de Ponferrada.

Una familia que le ha dado lo más importante, amor y cariño; que puso en su mano la posibilidad de estudiar y no paró hasta cumplir la desesperada petición que ella les hizo por carta, cuando se dio cuenta de que sus padres no la dejarían regresar: "No me olvidéis, no os canséis de buscarme, ¿vale?".

Su triste historia empezó en el verano de 2001, cuando tenía 19 años. Sus padres de acogida aconsejaron a Aicha que visitara a su familia en los campos de refugiados de Tinduf. En ocho años, sólo había vuelto en dos ocasiones. Ahora, que había obtenido una beca para estudiar en la Universidad de Ponferrada Ingeniería Agroalimentaria era el momento. Pensaban que las buenas noticias sobre sus estudios alegrarían a los padres en el desierto.

Pero no fue así. Dos semanas después, Aicha llamó para anunciar que le prohibían volver a España, porque, como primogénita, le correspondía a ella cuidar de sus cinco hermanos y de su madre, que se decía enferma. No sirvieron sus lágrimas, ni su mayoría de edad, que también rige en la República Árabe Saharaui Democrática, ni su beca, ni su carné español como estudiante extranjera, ni que tuviera un domicilio en El Espino.

Aicha intentó escapar, pasó muchos días y noches en vela, llorando, escribiendo en un pequeño diario sus anhelos y sueños. Volvió a los trabajos de la infancia, en los que durante el día recogía agua y ayudaba en las tareas domésticas y a atender a los enfermos. Pero para ella todo aquello era frustrante. "Intenté hacer todo lo posible: hablar a mis padres. Si se paraban a pensarlo, que volviera era lo mejor, porque allí yo no hacía nada. Pero, durante el primer año y medio, España no se podía nombrar en mi casa, era impensable", relató ayer.

El conflicto de Aicha y su familia saharaui traspasó las fronteras y se convirtió en un problema político, de derechos humanos, con partidarios y detractores, como las asociaciones de ayuda al pueblo saharaui, que limitó el problema a un conflicto entre dos familias: la natural y la de acogida.

Julia y Javier, que siempre han dejado claro que ellos no quieren reemplazar el papel de sus verdaderos padres, viajaron a Tinduf con sus ahorros de varios años, para tratar de convencer a los progenitores de Aicha de la necesidad de que la joven hiciera su voluntad. Era el último cartucho, pero fue en vano.

Incluso un amigo de la familia leonesa preparó una huida por el desierto, tras sobornar a un mercenario. El viaje se frustró en Mauritania, en la ciudad de Zuerat, a unos 1.000 kilómetros de Tinduf. Faltaban minutos para que Aicha subiera al avión que la llevaría a Nuatchotk y a la libertad en Canarias, cuando el jefe de la policía local avisó a su padre. Tuvo que regresar.

A Aicha sólo le quedaba casarse, para después convenir con su esposo la libertad. La joven barajó durante meses esta idea pero prefirió no complicar las cosas. "Tengo miedo de que se convierta en un doble problema: mi marido y mi familia. Una vez que te casas, por muy amigo que sea, es él quien decide", relató hace año y medio en una entrevista telefónica con este periódico.

Poco a poco, su vida en el desierto se volvió complicada, más por el entorno que por sus padres. "Después de la escapada, la sociedad aquella me aisló. Aquí una cosa así no es para tanto, pero allí es mejor que te mates", explica. Incluso las madres de algunas de sus amigas les prohibieron que hablaran con ella. Para ellas era una rebelde y, según cuenta su familia leonesa, veían en ella un peligro y la consideraban una traidora y una renegada de su cultura.

Pero Aicha seguía intentándolo. Sus padres de acogida promovieron la recogida de 17.000 firmas de apoyo, que sirvieron para que el Senado tomara cartas en el asunto. Así, se produjeron las negociaciones con el Frente Polisario y, aunque al final se logró el permiso, la vuelta se dilataba. En varias ocasiones estuvo a punto de subir al avión, pero la situación política frustraba indirectamente su deseo. Y vuelta a empezar. Hasta ayer a las 13.27 horas, cuando aterrizó en el aeropuerto de Barajas (Madrid) procedente de Argel. Aicha llegó vestida con una melfa, el traje típico saharaui que cubre a la mujer hasta la cabeza, de color blanco, y debajo unos pantalones de campana y una camiseta de tirantes que deja el ombligo al aire.

La segunda oportunidad que se le abre ahora a Aicha ha sido posible después de muchas conversaciones con sus padres. "Estos dos años han sido demasiado duros, pero han valido muchísimo la pena", recordó ayer. En su cabeza no está cortar con su familia y con el pueblo saharaui, sino todo lo contrario. Sus planes para el futuro pasan por estudiar Odontología, una carrera que cree que será muy útil en los campamentos de Tinduf. Aunque de momento no será fácil, porque además de la beca en Ponferrada, sólo tiene plaza para cursar Dirección de Empresas en la Universidad Juan Carlos I de Madrid.

Y piensa volver. "Estos años me han servido para conocer a mi familia, porque a mis padres apenas los conocía como personas. He sabido que me quieren, pero a su manera. Hay que ser inteligente y, como yo me doy cuenta de que sé más que ellos, tengo que intentar entender cómo ven las cosas", dijo ayer. "He aprendido mucho y, lo mejor es que mis padres me han escuchado". Por eso su regreso ha sido redondo.

Aicha llegará hoy a León y se encontrará su habitación como la dejó hace dos años. Como se la han guardado Javier y Julia. Su ordenador, las fotos de los amigos clavadas en un corcho junto a su cama, y sus perros, que algunos de ellos han dejado de ser cachorros y se han convertido en adultos, como ella.

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