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Columna
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Matrimonio de conveniencia

Señor lehendakari: No sé si es meter ruido o simple nerviosismo; acaso sólo sea ejercicio de ciudadanía. El caso es que me voy a permitir realizar una breve reflexión sobre su proyecto de Estatuto Político de la Comunidad Libre Asociada de Euskadi. Tiempo habrá -¿lo habrá?- de entrar más a fondo. Por cierto, confío en el borrador que hemos conocido sea el más "libreasociacionista" de todos, pues de lo contrario... buena viene.

Aunque media una gran distancia entre las instituciones políticas, como los Estados o los gobiernos, y las instituciones convivenciales, como la familia, con afán pedagógico siempre ha gustado usted de recurrir en sus intervenciones a este segundo tipo de realidades tan cercanas para reflexionar sobre sus proyectos. Así, en una conferencia impartida en Madrid el 23 de marzo de 2000, titulada Euskadi-España ante el siglo XXI, utilizaba usted la referencia a la familia para ejemplificar el núcleo de su propuesta de nuevo pacto político, que hoy empezamos a conocer en forma de texto articulado: "Planteo una reflexión en clave de encuentro y no de ruptura, en clave de afectividad y no de crispación. En definitiva, en clave de convivencia".

Y continuaba: "Convivir es la expresión más bella que se puede aplicar a la vida familiar o a la vida de una pareja, donde dos personas, que tienen una identidad original, propia e irrenunciable, deciden libremente, convivir juntos, formar una familia, es decir, compartir parte de su soberanía individual en aras de un proyecto común. Cuando el pacto se sustituye por la violencia y la imposición, o cuando una de las partes se niega a reconocer la identidad del otro y su capacidad para decidir por sí mismo, es cuando en una pareja quiebra la convivencia y esa quiebra sólo puede desembocar en una ruptura o en una cohabitación impuesta".

Ciertamente, existe una peculiar aritmética en los proyectos de vida en común, aritmética que va desde la multiplicación ("Tú y yo somos mucho más que dos", cantaba Nacha Guevara) hasta la resta: hay relaciones de pareja que sólo funcionan porque una de las partes se encoge, se debilita; parejas en las que una parte mutila y anula a la otra hasta el punto de que el resultado final es menor de dos. En los casos más extremos, la suma final es solamente uno.

Lo bonito de la convivencia es que se realice el milagro que cantaba Guevara: que la relación sirva para que cada parte crezca. Esto ocurre cuando no olvidamos que la persona que convive con nosotros es un ser completo, inabarcable, al que nunca llegamos a conocer del todo; cuando tenemos tanto amor y tanto respeto hacia la libertad, los deseos y los sueños de nuestra pareja como hacia los nuestros propios.

Desde esta perspectiva, siempre he tenido muy claro que la posibilidad de divorcio fortalece, que no debilita, la convivencia de pareja. En ausencia de esta posibilidad, el fracaso de la convivencia, siempre posible, queda malamente camuflado por la fuerza de la necesidad o de la obligación.

Sin embargo, su plan, en su fondo y en su forma, me recuerda menos a un proyecto de convivencia que desea perdurar (aún sabiendo que la ruptura es una posibilidad) que a esos contratos prenupciales del tipo de los suscritos por Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones (en caso de divorcio ella recibirá 1,4 millones de dólares por año de casados, él se quedará con los regalos de boda y las tarjetas de crédito comunes le serán devueltas) o por Jennifer López y Ben Affleck (entre otras cláusulas, la actriz ha exigido hacer el amor cuatro veces a la semana). No sé lo que pensará usted, pero a mí me parece que esta fórmula hollywoodiense de relación está pensada más en clave de ruptura que de permanencia.

Claro que los tiempos han cambiado mucho y la familia ya no es lo que era. El sociólogo Jean-Claude Kaufmann se ha preguntado qué es una pareja cuando esta ya no se define según un certificado de matrimonio ni según la sexualidad. Y su respuesta es: existe una pareja cuando dos personas tienen una sola lavadora y no dos. Tal vez los aires futuros soplen por ahí. Lo que ocurre es que no acabo de ver de qué manera un artefacto pensado para lavar la ropa sucia puede servir de fundamento a una relación establecida con vocación de durar.

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