Una polémica retrospectiva en Berlín recupera el arte de la extinta RDA
La Nueva Galería Nacional expone la obra de 145 artistas de la antigua Alemania del Este
¿Fue posible crear verdadero arte bajo el régimen totalitario de la República Democrática Alemana (RDA)? Los comisarios de una primera gran retrospectiva, inaugurada ayer en Berlín, responden que sí. En apoyo de su posición han seleccionado 400 obras de 145 artistas para el luminoso ambiente de la Nueva Galería Nacional, una de las más hermosas construcciones de Mies van der Rohe, situada en el antiguo oeste de la ciudad. Las secciones culturales de la prensa alemana, siempre muy dadas a los debates de alto vuelo, ya tienen tela de donde cortar este verano.
Imposible, dicen otros, quienes creen que este arte estuvo irremediablemente contaminado por los esfuerzos propagandísticos del socialismo. "Los nazis acuchillaron mi mano. Después de la guerra, me la cortaron con un hachazo". La cita es de Herbert Behrens-Hangeler, un catedrático de arte a quien en los años cincuenta le fue prohibido mostrar no sólo al público, sino a sus propios alumnos, los cuadros abstractos que pintaba. Era una época en la que desde Moscú y la misma Berlín Este se sentenciaba que el arte debía servir para retratar en términos realistas a la clase obrera y de ninguna manera podía entregarse a la mera indagación formal. La reacción de Behrens-Hangeler fue optar por el exilio interior: siguió pintando, pero ya sólo entre las cuatro paredes de su casa.
Mostrar ahora dos de sus cuadros en la Nueva Galería Nacional es un tardío acto de justicia, según explicaron ayer los comisarios de la exposición, Roland März y Eugen Blume, expertos ambos procedentes de la misma RDA. Y lo que vale para Behrens-Hangeler es cierto también para muchos otros de los artistas expuestos hasta el 26 de octubre en Berlín. Hubo quien se refugió en retratos intimistas sólo en apariencia inocuos, otros que todavía en los años sesenta intentaban emular de manera casi subversiva a Paul Cézanne, y también uno, llamado Robert Rehfeldt, que decidió limitarse a enviar obras-postales a sus amigos. "El arte es aquello que se crea pese a todo", se lee en una de ellas.
Pero ahí estaban también aquellos que optaron por cooperar con el régimen y su exigencia de un arte pulcro, acrítico y siempre ideológicamente correcto. Los que, bajo el lema de ¿Pueden los comunistas soñar? participaban en convocatorias para decorar el centro de congresos de la capital de la RDA y aceptaban plenamente que la tarea del artista es rendir un homenaje al proletariado. En un sonado insulto de finales de los años ochenta, el pintor Georg Baselitz -radicado en el oeste del país y por sus maneras directas una especie de Camilo José Cela del mundo artístico alemán- los descalificó a todos como "hijos de puta". Lo que no quita que varios de ellos, como los integrantes de la llamada Escuela de Leipzig, Wolfgang Mattheuer y Werner Tübke, tuvieran un formidable talento, tal y como es posible comprobar en algunas de las obras expuestas en la Nueva Galería Nacional. A veces, bajo toneladas de simbolismo, incluso se podían detectar veladas críticas al régimen.
Los comisarios de la muestra insistieron ayer en que todo lo expuesto es verdadero arte. El espectador desprevenido, de hecho, no encontrará mayores diferencias con lo que en aquel entonces se hacía del lado occidental y, si acaso, encontrará un leve retraso de las tendencias en boga de uno y otro lado de la cortina de hierro. Esta impresión, sin embargo, es sólo posible gracias a que de la muestra se han excluido las muchas obras netamente propagandísticas, aquellas de corpulentos obreros blandiendo mazos delante de una acería. "Nosotros quisimos exhibir arte y no documentos históricos", recalcó durante la presentación a la prensa el comisario Eugen Blume.
Por eso mismo, subrayaron Blume y su compañero März, la muestra no se titula El arte de la RDA, sino -pequeña gran diferencia semántica- Arte en la RDA. Aquellas obras más al uso del socialismo han sido incluidas en un segundo cátalogo, también publicado estos días, en el que se registra el conjunto de las obras adquiridas a lo largo de los años por la Galería Nacional del este de la ciudad.
¿Pero es posible semejante separación? ¿No se corre el peligro de idealizar este arte al seleccionar tan sólo lo que en aquel entonces tendía a ser marginal? La polémica ya ha desembocado en tremendas trifulcas en otras exposiciones, y en esta ocasión el primer ataque, antes de la apertura de la exposición, provino de Der Spiegel.
El pasado socialista
Alemania comienza a hacer las paces con su pasado socialista. O puede que no, puede que esta exposición ya no caliente tanto los ánimos como en el pasado. Desde la reunificación del país han pasado ya casi 14 años y quizás ahora sea más fácil hacer las paces con lo que sucedió en la extinta Alemania socialista. "Hasta hace poco, siempre estaba en primer plano el análisis político de lo ocurrido, la indagación en torno a la culpa de quienes colaboraron con el servicio secreto, y esto en cierta forma cubría lo que verdaderamente pretende el arte", explicó ayer Eugen Blume. La muestra -que seguramente atraerá a muchos alemanes del este deseosos de recordar sus obras- es tan sólo un ejemplo de la soltura con la que se está comenzando a tratar el pasado reciente del país. Se sigue exhibiendo Goodbye, Lenin, una mirada tierna de la antigua RDA; se vende con éxito el ensayo Zonenkinder, de Jana Hensel (Leipzig, 1976), y las dos principales cadenas privadas de televisión preparan programas sobre la vida en la Alemania socialista.
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