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Familiares y amigos despiden con emoción al escritor Roberto Bolaño

Las cenizas del autor de 'Los detectives salvajes' serán esparcidas en el mar

Tristeza, emoción y rabia. La ceremonia laica de despedida a Roberto Bolaño, fallecido anteayer en Barcelona tras una larga enfermedad hepática, fue breve y sencilla. El crítico Ignacio Echevarría, el escritor Rodrigo Fresán y el editor Jorge Herralde hablaron del autor y del amigo. De alguien que situó "la literatura por encima de todas las cosas", de un "trapecista sin red", dijo Herralde, cuyo parlamento tuvo que terminar de leer Echevarría.

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Acompañó a Bolaño (Santiago de Chile, 1953) su familia: su madre, la esposa y el hijo mayor, Lautaro, encargado de esparcir las cenizas del escritor en el mar, frente a Blanes, donde residió en los últimos 20 años. También casi todos los que formaban su círculo de amistades: los escritores A. G. Porta, Juan Villoro, Rolando Sánchez Mejías y Javier Cercas, el editor Andreu Jaume, el equipo de la editorial Anagrama, en la que publicó casi toda su obra, desde Estrella distante hasta Amberes... Faltaron algunos, porque estaban fuera de Barcelona, como su editor de poesía, Jaume Vallcorba, Claudio López de Lamadrid y Enrique Vila-Matas.

A finales de junio, Bolaño fue a Sevilla a un encuentro de escritores latinoamericanos, recordó Fresán. Allí sancionaron al autor de Los detectives salvajes como un tótem para toda una generación de escritores en lengua española. Sólo su presencia, y la manera en que repetía una vez y otra el mismo chiste, con variaciones, fue "el mejor taller literario", continuó Fresán.

El escritor argentino evocó en su parlamento las ocasiones en que el chileno se acercaba de forma intempestiva a su casa - "con su estampa de dandy y freak"- para asaltarle con preguntas y relatos. Y la última conversación, en que Bolaño defendió que "el próximo salto evolutivo del hombre sería artificial y no natural". Y el último correo electrónico, en que Bolaño escribió que no entendía a los escritores que creen en la inmortalidad literaria. A ésos les daría "una sola bofetada"; "luego, probablemente, les abrazaría y confortaría". Palabras con un tinte premonitorio.

Igual que los actos a los que acudió Bolaño en el último medio año, y que Herralde recordó ayer como "una despedida implícita". Como que fuera a Londres y París para acompañar a las cada vez más numerosas traducciones de sus libros. Y las visitas a la editorial, donde el 30 de junio entregó el manuscrito -"inesperado"- de su libro de cuentos El gaucho insufrible y habló de 2666, la novela en la que trabajó febrilmente en los últimos años y que finalmente repartió en cinco partes, cuatro de las cuales ya había terminado.

Para Herralde -quien dijo que las muertes de Bolaño y la de Carmen Martín Gaite han sido sus "dos grandes dolores como editor"-, el autor de Nocturno de Chile ha representado "la radicalidad estética, ética y política". Y lo seguirá representando en "el triunfo final de la literatura a la que tan intrépidamente dedicó su vida".

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