Una tregua en el infierno
El Ejército del Aire acoge en una base de Granada a niños iraquíes para que disfruten de tres semanas de vacaciones
Y de pronto, el paraíso. Lo es porque hay agua en abundancia, la gente camina tranquilamente por las calles, no caen bombas y los soldados que ven no están dispuestos a matar a nadie. Viven en un oasis. Al menos durante los 20 días de vacaciones que el Ministerio de Defensa, a través del Ejército del Aire, financia en Granada para 56 niños y ocho profesores de dos colegios de Um Qsar, en Irak, dentro de un proyecto de ayuda humanitaria. Los niños estudian, comen y duermen en la base militar de Armilla, a tres kilómetros de la capital. El resto del tiempo lo pasan bañándose en la piscina y visitando parques de atracciones y museos. En sus ojos está aún la angustia de la guerra. Pero el infierno en el que viven les ha concedido una tregua.
Llegaron el 13 de junio y se irán pasado mañana, después de haber visitado el Albaicín, Sierra Nevada, el Parque de las Ciencias o Isla Mágica (en Sevilla). También después de haber aprendido un par de canciones en y de haber aprobado el curso, porque los niños han continuado con sus clases en España, aunque a un ritmo más relajado.
"La verdad es que dejan huella", comenta durante el almuerzo Antonio Rodríguez, uno de los 11 militares voluntarios encargados de atender a los niños. Estos voluntarios se ofrecieron desde todos los puntos de España para convertirse en monitores y enseñarles, por ejemplo, a nadar en las dos piscinas de la base, tal vez el lugar más excitante para unos críos que jamás habían visto una.
El proyecto comenzó el 23 de mayo y concluirá en diciembre. Por turnos de tres semanas, niños de entre 9 y 13 años de diferentes zonas de Irak, viajarán a Granada, según explica el comandante Francisco Marín, coordinador de los voluntarios. "Se lo pasan muy bien, aunque a veces..."
Ese "a veces" se resume en una anécdota. Una noche de fútbol, cuando los niños dormían, el Real Madrid ganó un partido. Vecinos de Armilla comenzaron a lanzar cohetes para festejarlo. Rápidamente, los niños saltaron de sus camas y empezaron a llorar. Creían que era otra vez la guerra. "Esas cosas son muy difíciles de borrar", dice el comandante.
El resto del tiempo es para la felicidad. "De España me gusta todo", dice Imán, una niña menuda y sonriente de 13 años. "Las montañas, la gente, la piscina...".
Con ella coincide Mortader, de 10 años, al que todos consideran el más inteligente y que quedó huérfano de padre en la guerra. "España es preciosa por la naturaleza y el aire, que es muy fresco y muy bonito. Y me gusta el orden de la gente".
En Irak, la gente tiene que acudir a los camiones cisterna para conseguir agua. "Ojalá hubiera piscinas en Irak, porque hace mucho calor", dice Mortader, que quiere ser médico.
Sin apenas darse cuenta, los niños han pasado de estar entre bombas que no han estallado a vivir como turistas. "En Isla Mágica", explica Marín, "fue impresionante. Uno de los niños llegó a preguntar si aquéllo era el verdadero paraíso".
Samí, de 11 años, no sabe cómo empezar a contarle a sus hermanos su experiencia. "Les hablaré de las montañas y del agua", dice mientras chapotea en la piscina. "Me quedaría toda la vida, pero con mi familia", dice el crío, que adora el agua. Tal vez por eso, los militares han decidido que el regalo de regreso para todos sean garrafas muy grandes y bien llenas.
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