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Reportaje:

Cómo vivir con lo básico

Tres de las 21.464 personas que perciben el 'salario social' relatan cómo es la realidad tras las estadísticas

El 3,52 % de los hogares vascos está por debajo del umbral de la pobreza. La cifra es baja si se compara con la media española, el 15,4%. Sin embargo, para cada una de esas 21.464 personas que el pasado año percibieron la renta básica en Euskadi es una tragedia que pende sobre sus vidas. ¿Cómo sobrevivir con 426 euros al mes o con algo más, hasta un máximo de 658 euros, dependiendo del número de miembros de la familia? A esas cantidades hay que añadir 24 euros del complemento de prestación asistencial de la diputación y existen otras ayudas de emergencia destinadas a hacer frente al alquiler, el mantenimiento de la vivienda o a endeudamientos personales. Pero sigue sin dar para mucho.

Detrás de los datos fríos suele haber un pozo de miradas tristes, de resignación, de frustración y hasta de vergüenza. Tres personas con un único común denominador, sobrevivir gracias a la renta básica, cuentan su historia. Su vida.

Sara de Las Heras pronto aprendió de su abuela que en la vida tiene que haber ricos y pobres. Y a ella le ha tocado lo segundo. Es una de esas 13.240 personas empadronadas en Bilbao que, según datos municipales, cobró el pasado año la renta básica. En realidad, lleva más de una década viviendo de este ingreso "Lo mínimo, 71.000 pesetas. No me llega para nada. Doy 15.000 por el alquiler y 10.000 para comida. El resto, para gastos míos". Uno de esos gastos es viajar a San Sebastián siempre que puede, donde viven sus tres hijos, de 15, 13 y 10 años.

Sara, de 44 años, está separada. Vive en una habitación alquilada, con derecho a cocina, en la calle Cantarranas, en Bilbao La Vieja. Comparte piso con seis personas: dos parejas con sus respectivos hijos. En la zona, a media tarde, se asoma ya el transitar de las prostitutas, algunos toxicómanos, inmigrantes de distintas razas y residentes de toda la vida.

"Éste es un barrio que no quiero para mis hijos. Están creciendo lejos de su madre porque no tengo medios para sacarlos adelante. Así de triste. Se están haciendo mayores y pronto harán su vida. Mi sueño es tener yo mi casa. Cerrar la puerta y que ellos estén conmigo".

Sara busca trabajo. Madruga. Ha hecho decenas de cursillos inimaginables. Ha limpiado casas y cuidado niños. "En la limpieza te pagan una miseria. Lo máximo que llegué a ganar fueron 30.000 pesetas, como externa y sin horario fijo. Porque no tenga formación ni cultura no me tienen que tratar como si tampoco tuviera dignidad", dice.

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Las posesiones de Sara caben en una maleta pequeña. Cuenta que, a veces, cruza el umbral que separa la ciudad de los pobres donde habita y contempla extasiada los escaparates de la milla de oro comercial bilbaína. Pero nada le importa. "Lo único que quiero es poder viajar a San Sebastián los fines de semana para estar con mis hijos y llevarles algo".

El perfil medio del que percibe la renta básica responde al de una mujer de 30 a 45 años. M.A.R. pertenece a este grupo. Tiene 39 y es licenciada en Traducción e Interpretación. Domina los idiomas inglés, alemán y gallego. Su caso nada tiene que ver con el de los que rozan la exclusión social. Quizá por eso, cuando va a hablar con la asistencia social se pregunta "qué tengo yo que ver con esta gente, gitanos, yonquis...". "Y no lo digo con desprecio, sino por la diferencia. No vives de manera marginal por tu propia cultura", aclara.

Esta mujer, menuda, de mirada clara y melancólica, trabajó desde los 17 años limpiando escaleras, de camarera, cuidando niños y también perros. Pensó que, con el título en el bolsillo, podría acceder a un trabajo pero la capacitación no es un pasaporte al éxito. "Empecé la carrera tarde y sabía que con 36 años tendría más dificultades para encontrar un trabajo, pero no pensé que serían tantas". Como en dos años la búsqueda fue infructuosa, se arriesgó a abrir con una amiga una pequeña empresa de traducción. Trabajaron duro. Pero los ingresos no dieron para pagar los sueldos. "Tuve que recurrir al salario social. Sólo cubre las necesidades básicas. Justo, comer y vivir. Aprovechas el cumpleaños para pedir un regalo o algo de ropa. Sin embargo, lo que más me duele es ver esos libros de traducción, tan caros, que me vendrían muy bien para el trabajo y que no puedo comprar".

Últimamente sale adelante con su agencia de traducciones y parece que deberá devolver el salario social de los últimos meses. Pero el temor continúa.

Un 10% es inmigrante

Una de cada diez personas que recibe la renta básica es inmigrante. M. M. es uno de ellos. Nació en Settat, población marroquí cercana a Marrakech, y llegó a España hace más de una década. Como casi todos, prefiere ocultar su identidad. "Vine en busca de trabajo y de mejor vida. Dejé allí familia y amigos. Cuando llegué hablaba francés, pero ni una palabra de español. Empecé a buscar trabajo para enviar dinero a casa. Vivíamos 15 en un piso. He tenido trabajos temporales en la construcción, recogiendo uva en Logroño, de feriante vendiendo artesanía, fregando platos, de todo. Siempre, trabajos muy duros y cobrando muy poco porque estás de manera ilegal".

Pronto aprendió español y logró los papeles, pero sus problemas no se resolvieron. "Hay mucho rechazo. Llevo dos años enviando currículos a todo dios. Es el tiempo que llevo percibiendo el salario social. Recibimos 400 euros y no nos llega para mi mujer y para mi", se lamenta. M.M. se casó en uno de sus viajes a Marruecos. Su mujer dará a luz en breve en el Hospital de Cruces.

"Estoy apuntado en todas las oficinas de empleo. Me han llamado para trabajar en una inmobiliaria, en un restaurante o como repartidor, pero cuando ven que soy un inmigrante, dicen que no reúno las condiciones que buscan. Es muy duro, durísimo. A veces, me salen chapucillas, como descargar camiones en Merca Bilbao. Me pagan y me regalan algo de comida".

M.M. está acostumbrado a disponer de menos de lo mínimo. "Si te pagan el alquiler, se puede vivir, aunque sea mal. [El pago de la renta alquiler fue la ayuda de emergencia más demandada]. Estoy acostumbrado a no gastar porque no puedo permitirme nada. No sé cómo hay personas que ganan 200.000 pesetas y no llegan a fin de mes".

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