El mito de Marlene se pasea por París
El museo de la moda presenta más de 250 piezas de la colección de la estrella alemana
Marie Magdalena -Marlene desde los 11 años- Dietrich (1901-1992) es una de las creadoras del mito de la "estrella" de cine, una de las actrices que más rápidamente supo fabricarse una imagen y adecuar su vida pública a ella. La Paramount, que la contrató en 1929 para convertirla en rival de la Greta Garbo de la Metro Goldwyn Mayer, se topó con una personalidad que sabía protegerse de las exigencias de los grandes estudios sin decepcionarlos.
En París, en el Museo Galliera, especializado en moda, se expone ahora, y hasta el 12 de octubre, una parte de la colección de Marlene Dietrich, propiedad del Filmmuseum de Berlín. La selección parisiense alterna trajes hechos especialmente para el cine con los que ella encargaba a los grandes modistos para su vida cotidiana. Y no sólo se trata de vestidos, sino también de zapatos, bolsos, sombreros o ropa interior, amén de fotografías o documentos como sus facturas chez Balenciaga, Schiaparelli, Lucien Lelong o Maggy Rouff.
Balenciaga le aportará el rigor que tanto le agradaba, Dior, la feminidad
Marlene decide apostar por un doble juego entre 'garçonne' y vampiresa
Si la colección conservada en Berlín consta de 3.000 trajes, 270 bolsos, 150 pares de guantes, 400 sombreros, 430 pares de zapatos, 16.500 fotografías, 300.000 páginas de cartas, guiones, partituras o facturas, documentos sonoros y visuales, muebles y 130 maletas o bolsas de viaje, la selección presentada en París permite seguir su trayectoria, el cómo deja de ser la abundante Lola Lola de los bajos fondos de El ángel azul (1929) para transformarse en una elegante criatura de sexualidad confusa -viste frac- en Morocco, capaz de hacer perder la cabeza por ella a hombres y mujeres y de perderla ella misma siguiendo descalza y como cantinera a un destacamento militar que avanza por el desierto. En Dishonored (1931) adopta el pantalón y la chaqueta de piel del piloto de avión. Se trata de más de una afirmación de modernidad y androginia que de bisexualidad, aunque luego la trama la embarque hacia otros derroteros. En Shangai Express ella será Shangai Lily y su extraordinario traje de plumas diseñado por ella misma con la ayuda de Travis Banton la consagrará como femme fatale de un nuevo tipo. Más adelante, en 1940, recuperará en Seven Sinners (1940) el uniforme militar, ahora de oficial de Marina.
Cuando llega a Hollywood, Marlene decide apostar por un doble juego entre garçonne y vampiresa. Su primera personalidad la lleva a ponerse boina y ocultar un pelo cortado corto, a renunciar a la falda a favor del pantalón, a privilegiar las chaquetas masculinas o la ropa deportiva. Como vamp alterna fracs, esmóquines y extravagantes uniformes de húsar con pieles de leopardo o de armiño. Su célebre mentor, Josef Sternberg, decía entonces de ella: "No hubiera podido entrar en una iglesia sin interrumpir el sermón". Con el modelo Vent, que hicieron para sus giras como cantante, ya en los años cincuenta, Jean Louis y Elizabeth Courtney sin duda tampoco le hubieran dado la comunión, pero llenaba en cambio los teatros, intrigado medio mundo por saber cómo aquella fina gasa sin costuras se sostenía ondulante sobre un cuerpo desnudo.
A Marlene, una vez abandonaba la pantalla o las apariciones públicas, le gustaba la comodidad. Su nieto, al descubrir en la exposición la lencería de gala de la abuela, se ha acordado de esos sujetadores que dejan el pezón al aire: "Ella sólo se los ponía cuando iba a casa del modista o cuando esperaba la visita de un amigo". Si no tenía que aparentar ni ante los divos de la tijera y la aguja ni ante un amante, entonces adoptaba ropa ancha, quimonos, pantalones a juego con un blusón o largas faldas de mucho vuelo. Su hija María asegura que "mamá detestaba la moda y adoraba el estilo". Es una fórmula que se adapta a su condición de prusiana, disciplinada, tozuda, mundana, tolerante pero intransigente con ciertos principios. En el estilo está la moral, y si los -y las- amantes podían sucederse como el vaivén de la moda, Marlene nunca quiso volver a Alemania mientras Hitler estuvo en el poder. Durante años, sobre todo durante los cincuenta y principios de los sesenta, sus compatriotas le reprocharon que hubiese adoptado la nacionalidad estadounidense y que viviese en París. En 1960, en su Berlín natal, la recibieron con pancartas que rezaban "Marlene, go home". Hoy la respetan y la ven como la imagen de la continuidad de la auténtica Alemania.
El cine, durante casi 50 años, pareció poderle a la vida, imponerle sus gustos y modelos. Marlene cabalgó ese poder y reintrodujo el pantalón en el guardarropa femenino, inventó veinte años antes que Saint-Laurent el esmoquin de señora, se hizo confeccionar en sastrerías masculinas los chalecos y las chaquetas confortables que deseaba para ella, encontró en Hermès un aliado ideal para su vida de viajera; en Lucien Lelong, satisfacción a su necesidad de refinamiento; en Elsa Schiaparelli, su ideal de modernidad, y en Paquin, el plus de lujo que añoraba a veces. En 1964, en Paris When it
Sizzles, Marlene hace de ella misma, de diosa de la elegancia, y entra, vestida por Balenciaga, en una tienda de Dior. Si la vida de Marlene quedó muy marcada por la guerra, por su enfrentamiento con la Alemania nazi y su decisión de participar en las campañas para recaudar fondos para EE UU, también su entusiasmo por la ropa cambia. Antes de la guerra es una estrella en su momento más álgido y dispone de todo el dinero que quiere; tras el conflicto trabaja para mantener la familia y su estatus. Balenciaga le aportará el rigor que tanto le agradaba; Dior, la feminidad, y Courrèges, la implacable geometría del gusto de quien disfruta con los desfiles. Son ropas que excluyen el sueño, acordes con la época y con una estrella que, a pesar de quitarse años, ahora admite que la presenten como "la abuela más guapa del mundo".
Babelia
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