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Crecimiento cero, desempleo cien

Lula recibe el aplauso de los mercados, pero los militantes del PT no entienden su política

La política económica del primer Gobierno de izquierdas electo en Brasil sólo se distingue de la anterior, adoptada por el presidente Fernando Henrique Cardoso y clasificada por los mismos partidarios de Lula de neoliberal, por ser aún más restrictiva.

La política económica del primer Gobierno de izquierda en Brasil sólo se distingue de la 'neoliberal' anterior por ser aún más restrictiva

Los mercados financieros aplauden, desde luego. Los que esperaban cambios radicales están alegremente sorprendidos. Ya la militancia del Partido de los Trabajadores (PT) no logra salir de su espanto: ningún programa social ha logrado despegar; las reformas tributaria y de Seguridad Social, tan duramente combatidas por el partido en el pasado, ahora son banderas de lucha del Gobierno de Lula, exactamente en los mismos términos; y si los indicadores económicos alegran y sosiegan a los grandes inversionistas, los índices de desempleo y de crecimiento de la economía rompen marcas históricas, y siempre para peor.

En la región metropolitana de São Paulo, principal centro financiero e industrial de América Latina, se registró en abril la marca de 20,6% de desempleados entre la población económicamente activa. Peor: ha sido el cuarto mes consecutivo de aumentos en el número de desempleados. Es el nivel más elevado desde abril de 1985.

Mientras tanto, los números consolidados de la economía en el primer trimestre de 2003 indican que el país está parado. El crecimiento del PIB ha sido menor que el del último trimestre de 2002, exactamente el periodo entre la elección de Lula y su toma de posesión, en un 0,1%. Hay que recordar que desde mediados del año pasado, y a medida que Lula disparaba en los sondeos preelectorales, la economía brasileña pasó por una fuerte crisis, y los mercados financieros han sido blanco de seguidas y duras maniobras especulativas. Con todo eso, se logró disminuir el PIB en los tres primeros meses del nuevo Gobierno.

Entre enero y marzo, el sector agropecuario anduvo contra corriente: aumentó un 3,7%. Gracias a eso, el conjunto total de la economía no sufrió un revés aún más grave. El sector industrial, por ejemplo, presentó un resultado negativo del 2,2%.

Elevado precio del dinero

La tasa básica de interés anual se mantiene en un 26,5%, provocando las iras del empresariado y nuevas disensiones dentro del mismo Gobierno. José de Alencar, el mayor empresario textil de América Latina, dice con todas las letras que se trata de un "escándalo". Natural en un empresario duramente castigado como todos sus colegas, la frase se hace más grave cuando se recuerda que Alencar es también vicepresidente.

El discurso básico del Gobierno de Lula sigue centrado en la necesidad de una transición sin rupturas bruscas, en la reconquista de la credibilidad interna y externa, y en las denuncias sobre el verdadero peso de lo que llama herencia del pasado. El combate a la inflación, cuyo repunte se tornó una amenaza real desde septiembre pasado, parece empezar a dar resultados. Las primeras proyecciones de mayo indican inclusive una deflación, la primera que se registra en cuatro años. En cuanto a la credibilidad, Lula igualmente tiene buenos naipes en la mano: los índices de riesgo-país se desplomaron desde los más de 2.000 puntos registrados en septiembre del año pasado hasta unos 800 puntos en abril. El dólar, que en 2002 experimentó una valorización del 52% frente al real, cayó mucho: este año, la moneda brasileña logró recuperar un 20% en relación a su cotización de diciembre, y se sitúa ahora en los mismos niveles de agosto del año pasado. La principal razón, además del cese de los movimientos especulativos, ha sido la obtención de nuevos créditos en el mercado exterior. El ajuste de las cuentas públicas, a su vez, ha superado las mejores expectativas. Los que criticaron al ministro de Hacienda, Antonio Palocci, por haber elevado el nivel de superávit primario pactado con el Fondo Monetario Internacional hasta el 4,25% del PIB, deben de estar arrepentidos: en abril, el superávit primario del sector público (ingresos de la Unión, Estados y municipios menos sus gastos, a excepción de intereses de la deuda) alcanzó casi 3.000 millones de euros. Algo así como el 6,85% del PIB. En ese mismo mes, el sector público pagó a agentes financieros, como intereses, casi 2.000 millones de euros.

Lo que preocupa a analistas independientes, además, es la calidad del dinero que entra en el país. Se trata, en su inmensa mayoría, de los llamados capitales golondrinas, es decir, créditos a un plazo medio de 12 meses, sin ninguna parcela significativa de inversión efectiva en el sector productivo. De hecho, todas las proyecciones para lo que el país logrará captar este año junto a inversores internacionales ya fueron rebajadas tres veces en 2003. La última proyección señala como tope 13.000 millones de dólares. Pero para la mayoría de los analistas, ésa también es una proyección demasiado optimista. Para ellos, difícilmente llegarán este año a Brasil más de 9.000 o 10.000 millones de dólares.

A todo eso, tanto Palocci como Lula tienen un discurso afinado y armónico. El primero, que es médico, busca ejemplos en su oficio: dice que bajo ninguna circunstancia se debe cambiar la medicina aplicada a un enfermo grave. En otras palabras, es imposible imponer cambios drásticos tanto en la tasa de interés como en la meta de superávit primario y de ajuste en las cuentas públicas. El segundo pide paciencia. Dice que está "afinando la orquesta" para poder empezar el espectáculo de gala.

De momento, la opinión pública sigue a la espera de los primeros acordes. Lo hace desde el primer día de enero. Pero ya se notan las primeras señales de inquietud: ¿qué pasará si repiten el mismo repertorio del concierto anterior?

La política del presidente Lula empieza a despertar demasiadas reticencias entre los sindicalistas.
La política del presidente Lula empieza a despertar demasiadas reticencias entre los sindicalistas.AP

La república de los sindicalistas

¿Tener a un antiguo dirigente sindical como presidente de un país, al frente de un partido que se llama "de los Trabajadores", significa necesariamente un gran número de sindicalistas ocupando puestos clave? A juzgar por lo que se ve en Brasil, la respuesta es afirmativa. Distribuidos entre ministerios y el mismo palacio presidencial, en Brasilia existen 66 antiguos dirigentes sindicales: nueve ministros, tres secretarios de Estado y al menos otros 53 ocupando puestos de decisión. Para no mencionar, desde luego, al mandatario máximo del país. En algunos ministerios, como el de Trabajo o el de Salud, dirigentes sindicales significan la franca mayoría en puestos clave. Sus dos titulares traen en sus biografías largos servicios prestados a sindicatos de clase. Si a ese número fuesen agregados los sindicalistas que ocupan presidencias y direcciones estatales y representaciones federales en los Estados, lo que se tendría sería algo muy cercano a una verdadera república sindicalista. En la estatal de petróleo Petrobras, por ejemplo, el nuevo presidente es un ex sindicalista sin experiencia empresarial. La tercera mayor compañía de América Latina pasó, a lo largo de los últimos cuatro años, por una radical reestructuración, cuyo objetivo ha sido transformarla en más competitiva y rentable. Dos experimentados economistas fueron los antecesores de José Eduardo Dutra, un ex senador del PT. Por los pasillos de la presidencia de Petrobras, militantes sindicales ocupan ahora el lugar de economistas y cuadros mejor cualificados.

Curiosamente, de cada 10 puestos con poder de decisión en la estructura del Gobierno brasileño, tres siguen ocupados por integrantes de la Administración anterior. Hay focos que tienen características insólitas: en el Ministerio de Hacienda, por ejemplo, de los 254 puestos considerados de importancia, 159 siguen en manos de los mismos ocupantes heredados del Gobierno del presidente Fernando Henrique Cardoso.

Asesores del presidente Lula dicen que buena parte de los que permanecen en sus puestos desempeñan labores esencialmente técnicas. Consideran que la renovación se dará de manera natural y a su tiempo. Hay que recordar, además, que el Gobierno del PT sigue negociando para ampliar su base parlamentaria. En Brasil, ese apoyo tiene precio: puestos administrativos de mando. Entre emplear antiguos compañeros de sindicato y reservar puestos para futuros aliados, la estructura del Gobierno de Lula sigue incompleta.

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