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62ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID

Josefina Aldecoa reedita 'El vergel'

Amelia Castilla

Una vieja postal, una casa entre volcanes apagados y un recuerdo del pasado. Con esos tres elementos, Josefina Aldecoa (La Robla, León, 1926) empezó la redacción de El vergel, su tercera novela, publicada en 1988 por Seix Barral y reeditada ahora por Alfaguara. "El paso de los años no ha dañado a la novela. Apenas la he tocado, ha sido como si acabara de escribirla y la corrigiera", aclara la escritora.

En los ochenta, los norteamericanos llamaban Dinki (double incore, no kids) a esas parejas que optaban por el éxito personal frente al coste que supone traer niños al mundo. Uno de esos matrimonios nacidos para triunfar protagoniza El vergel. "Adriana y su marido se han propuesto triunfar en la vida, tienen toda la libertad que necesitan y para ello han optado por no tener hijos. Será demasiado tarde cuando descubran que fijarse ese tipo de metas, basadas en algo tan duro y metálico como la perfección, siempre son un desastre", aclara la escritora. La autora de El enigma cree que el hombre de hoy "ha perdido el sentido de lo natural" y que es necesario recuperarlo. Cada uno por su lado, la pareja de triunfadores de la Península descubrirá en la isla de los volcanes apagados parejas sencillas capaces de vivir intensamente su relación.

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El origen de la novela parte de una anécdota personal, de la fascinación que le produjo una casa de la que se contaba que en ella vivió un general y su amante -"ahora es un hotel"- y el amor que la escritora siente por Lanzarote -"el nombre de la isla donde transcurre la acción no figura en el texto"-, sin embargo, Aldecoa afirma que El vergel es la obra que menos relación tiene con ella. "No en el sentido que lo está la trilogía, que se inicia con Historia de una maestra", dice.

Llenar el pozo

El vergel es la tercera novela de esta escritora, publicada junto con La enredadera y Porque éramos jóvenes, tras 10 años de silencio literario, provocados por el impacto que le causó la muerte repentina de su marido, el escritor Ignacio Aldecoa. "Ese paréntesis me sirvió para alcanzar una maduración interior", aclara. En lo puramente literario siguió leyendo apasionadamente -"como decía Hemingway, me dediqué a llenar el pozo"-. "La novela, y especialmente la novela realista, la que trata de seres humanos y sus experiencias, es un género de madurez. Te da seguridad, perspectiva y alejamiento. No puedes contar un amor cuando lo estás viviendo intensamente", concluye la escritora.

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