Berganza, García Abril y John Elliot, 'honoris causa' por la Complutense
"La música derrota al fanatismo y la sinrazón", afirma la cantante
En el rectorado de la Universidad Complutense sonó ayer alguna música más que el Gaudeamus igitur. Fue la que aportaron la mezzosoprano Teresa Berganza y el compositor Antón García Abril en la ceremonia de entrega de sus doctorados honoris causa, un acontecimiento en el que también se reconoció al historiador británico John Elliot y que consistió en resaltar la "excelencia" de los tres, según el rector, Rafael Puyol.
El Aula Magna de la Universidad Complutense, en la calle de San Bernardo de Madrid, estaba ayer a expensas del canto, de la música y del pasado útil, el que sirve para aprender a afrontar con tino el futuro. Fueron muchos los que la abarrotaron: amigos, alumnos, periodistas, cámaras, seguidores fervientes de una de las cantantes más nobles y auténticas de la lírica, Teresa Berganza; admiradores de un compositor que supo arrimar a España a la modernidad musical, Antón García Abril, y fieles de un maestro de hispanistas apasionado por la huella del sur de Europa en la civilización moderna, John Elliot.
Los tres fueron investidos ayer doctores honoris causa por la Universidad Complutense. Los dos músicos recibieron la laudatio de Emilio Casares, musicólogo luchador, buscador de espacios para el arte de los sonidos entre los muros de la Universidad, que les colocó en su lugar en el arte. A Berganza como referente en el canto rossiniano y mozartiano, aparte de icono fundamental de la Carmen, de Bizet, y a García Abril, como buscador de nuevos caminos sin renegar de la tradición y como reivindicador incansable de la melodía.
El maestro de ceremonias, con sombrero de pluma blanca y un bastón de cabeza plateada, condujo primero a Berganza al estrado para dar su discurso. Ésta alabó el canto, su inspiración, como forma de comunicarse con el mundo: "Canto todos los días y cada vez lo siento de un modo distinto", afirmó la artista. "El canto nos acompaña en los momentos más importantes de nuestras vidas, en la cuna, con nanas, en los amores de adolescencia, cuando conocemos las verdades universales y en toda la leyenda de nuestras vidas", aseguró la mezzosoprano. "La gente canta en todos los lugares y en todos los idiomas". Pero no muchos como ella, que con técnica de años, aptitudes naturales de prodigio y pasión ha sentado cátedra en Mozart, Rossini y Bizet, sus favoritos: "Sigo explorando a Rossini y encuentro el estilo en Mozart", confirmó. Es parte de su búsqueda de la verdad en el arte: "La música canta a la libertad, derrota al fanatismo y la sinrazón y permite inventar cada día", afirmó Berganza, que ayer colmó un sueño. "Todos los días de mi vida, desde los 20 años, quise ser licenciada en Música; ahora vuelvo a la Universidad con este halo de refrendado reconocimiento".
García Abril aprovechó la tribuna para alertar contra la mediocridad, la vulgaridad y la agresión a la cultura. El autor de más de 100 obras centradas en la música contemporánea y de óperas como Divinas
palabras, aparte de multitud de piezas para teatro, cine y televisión, defendió la música como "portadora de un lenguaje sensible y universal que incidirá en una sociedad que deseamos cercana al humanismo".
"Asistimos a un retroceso de los valores espirituales", alertó García Abril. "Si aceptamos que algunas modas comunes son el reflejo de la sociedad, nos invade el pesimismo porque empobrecen como modelo y destruyen los valores éticos, estéticos y morales". El homenaje de ayer ha apuntalado su compromiso. "Me comprometo a un ideal: buscar los valores de espiritualidad y belleza como antídoto a lo que nos rodea y a crear con un mensaje que sea portador de paz y entendimiento entre los seres humanos", aseguró el músico.
Después, José Cepeda, profesor de Historia, presentó los méritos de Elliot, y Rafael Puyol cerró el acto explicando los motivos por los cuales se honraba a las tres figuras: "Es deber histórico de la Universidad señalar con el dedo la excelencia", aseguró. Eso y no otra cosa fue lo que se vio cumplido ayer.
El peligro ahistórico
John Elliot realizó un viaje que cambió su vida. Fue en 1950, cuando llegó por primera vez a España como estudiante "bisoño", dice él, y seis semanas fueron suficientes para que consagrara toda su vida al estudio de este país. "Aquí me sentía inmerso en la historia", aseguró ayer este experto en la época moderna, autor de La España
imperial, de varios estudios sobre los Austrias y experto en la figura del conde duque de Olivares. Elliot defendió la necesidad de buscar el cambio en consonancia con la tradición como motor del mundo civilizado. Y alertó del exceso y de la falta de conocimiento de la historia. "Vivimos en una sociedad ahistórica, con el peligro que corren las sociedades que vuelven la espalda a su pasado, pero también corremos el riesgo de un exceso de la misma, la que exalta una visión estrecha y victimista", dijo.
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