La tragedia del doctor Li
China detiene a un médico 'superpropagador' del virus que sin querer contagió mortalmente a su familia y extendió la enfermedad
En el pabellón de aislamiento del hospital Ba Meng, el personal médico y los demás pacientes escucharon el lastimero llanto del doctor Li Song. La neumonía asiática (SARS) había hecho estragos en él y en su familia unas cuantas semanas atrás. "Si esto nos va a matar", decía el doctor Li, "que sea a todos juntos". En efecto, la neumonía asiática acabó con las vidas del padre, la madre y la esposa del doctor Li. Pero ignoró su ruego y tan sólo arruinó la suya.
El doctor Li, un médico de 40 años, regresó de Pekín a finales de marzo llevando el virus de la neumonía asiática a esta remota ciudad de la región norteña de Mongolia Interior, el hogar de su familia. La trasmitió a casi todos sus parientes cercanos. Luego, tras haber vencido finalmente a la enfermedad, fue arrestado.
Abandonó unas horas el hospital donde se hallaba ingresado para ayudar a sus familiares
La policía detuvo al doctor Li bajo la acusación de vandalismo y violación de una ley de enfermedades infecciosas. Sea cual fuere la validez de esos cargos, Li está en el centro de una tragedia que implica un trauma tanto psicológico como físico. "Le preocupaba cómo iba a vivir si se recuperaba de la neumonía asiática", declaró Li Hong, un amigo íntimo y colega. "Y luego, para colmo, le llaman criminal".
Al igual que ocurrió con el sida en sus primeros años, la histeria asociada a la neumonía asiática es tan poderosa y destructiva como el propio virus. Las universidades estadounidenses han vetado la asistencia de personas sanas procedentes de Asia en la ceremonia de graduación de sus hijos. En China, ciudades y pueblos han impedido la entrada de viajeros procedentes de Pekín por miedo a contagiarse de un virus que porta una de cada 6.000 personas en la capital.
Pero nada puede compararse con el estigma que conlleva el ser uno de aquellos que la Organización Mundial de la Salud (OMS) denomina "superpropagadores", personas cuyos genes, higiene o inmensa desgracia les hacen trasmitir la neumonía asiática al menos a 10 personas más, en ocasiones hasta a 70, iniciando a menudo epidemias locales. La neumonía asiática, por cruel paradoja, ha demostrado ser menos letal para algunos superpropagadores que para la gente que se encuentra próxima a ellos.
La cepa de neumonía asiática que el doctor Li llevó a Linhe era lo bastante poderosa como para infectar a seis miembros cercanos de su familia, al menos a nueve trabajadores médicos y a un funcionario del condado responsable de propaganda que viajó en un tren con el doctor Li. En total, en el área de Linhe hay actualmente más de 100 casos de neumonía asiática, cuyo rastro llega muchas veces hasta la primera víctima de neumonía asiática de la ciudad, el doctor Li.
Los amigos y parientes afirman que al principio la enfermedad enfureció y luego deprimió al doctor Li durante sus primeras cinco semanas en el hospital. A principios de abril, escapó por breve tiempo de su habitación, que no tenía calefacción en esta fría ciudad norteña, aparentemente para intentar ayudar a familiares, y luego cayó enfermo.
Más tarde, cuando su padre murió en el mismo pabellón en el que él estaba siendo tratado, convirtiéndose en la primera víctima mortal de Linhe, el doctor Li acusó al personal médico de haberle cuidado mal. Rompió una ventana y volcó un escritorio, según afirmaron unos empleados del hospital. Luego se sumió en la desesperación.
"Yo solía llamarle e intentaba consolarle", afirmó Zhang Xiaoxia, un viejo amigo suyo que hablaba con él por teléfono móvil. "Sabíamos que no había forma de que su corazón lo soportase. La mayor parte del tiempo apenas podía hablar. O musitaba algo como: 'estoy hablando, así que supongo que significa que sigo vivo".
Fue imposible ponerse en contacto con el doctor Li, en la actualidad encerrado en la cárcel municipal de Linhe, para que comentara su caso, pero sus parientes y amigos lo describen con un médico entregado a su trabajo. Trabajaba en la sala de emergencias de un hospital local administrado por el sistema nacional de ferrocarriles. Era la persona a la que consultaban sus colegas cuando tenían problemas médicos propios.
Los amigos le apodaban "frente grande" por su afición a la lectura. Tras aprender por su cuenta inglés y acupuntura, a mediados de los noventa le fue ofrecida una plaza en un programa de posgrado médico de élite, una oportunidad que le podría haber garantizado un puesto en un hospital de una gran ciudad.
Dejó pasar la oportunidad porque habría significado tener que abandonar esta pequeña ciudad dedicada al comercio de carne de ovino y cachemir, situada en un recodo del Río Amarillo. Él y su mujer consideraban que su hija debía crecer en compañía de su familia, que formaba una verdadera piña.
En la primavera pasada incluso asistió a un programa de formación en la Universidad de Medicina China en Pekín. Lo concluyó a finales de marzo, justo cuando el virus se estaba extendiendo rápidamente por los hospitales de la capital pese a los desmentidos de las autoridades. Unos días antes de la fecha prevista para su regreso, el doctor Li sufrió una jaqueca y luego fiebre.
Poco después de que regresara de Pekín, buscó tratamiento en el mejor hospital de Linhe, Ba Meng, donde fue ingresado en la planta de enfermedades respiratorias normales. El 8 de abril se fue del hospital acompañado de su mujer. "Llamó y dijo que se sentía mejor y que tenía que irse", declara su amigo Li Hong. "Sentía que tenía que ayudar de alguna forma a su familia". El personal del hospital urgió al doctor que no saliera, pero no le retuvieron.
Unas horas después, Shan Yuli, subdirector del hospital, siguiendo órdenes de las autoridades regionales, fue a buscarle. Shan explicó al doctor Li que tenía que regresar al hospital para someterse a cuarentena. El doctor Li siguió esas órdenes.
Tras su regreso, en el mismo hospital fueron ingresados su padre y su madre y, más tarde, su mujer, a la que siguieron sus dos hermanos con sus esposas respectivas.
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