Filón desaprovechado
Fue al Festival de Berlín este filme del director italiano -ganador de un Oscar con la sobrevalorada película Mediterráneo- Gabriele Salvatores con abiertas pretensiones de salir de allí encumbrado. Pero la película salió sin pena ni gloria, o incluso con más carga de aquélla que de ésta.
No tengo miedo podría haber sido interesante, pero, a causa del enfoque de Salvatores, resulta desequilibrada y como conjunto fallida. Tiene rasgos de vigor expresivo que merecen traerse a colación, como la sofocante atmósfera del inhóspito y lóbrego paisaje italiano rural que le sirve de marco escénico; y el empuje de algunos trabajos interpretativos, sobre todo el de Aitana Sánchez-Gijón, que se come la cámara y alcanza -metiéndose en el pellejo de su abrupto personaje a cara lavada, sin cubrirse las espaldas con fáciles cosméticas feístas- una composición intensa que contribuye a sacar a flote un relato que, cuando comienza a aclararse el enigma que lo vertebra, parece orientarse fatalmente hacia un naufragio del que a duras penas se salva.
NO TENGO MIEDO
Director: Gabriele Salvatores. Intérpretes: Aitana Sánchez-Gijón, Dino Abbreescia, Giorgio Careccia, Giuseppe Cristiano, Mattia Di Pierro, Diego Abantuono. Género: drama. Italia, 2003. Duración: 108 minutos.
Verismo mágico
Son traslaciones espaciales que quieren crear en la pantalla esa forma de reiteración temporal que llaman en música leit motiv, lo que pone en evidencia la mucha ambición (y de paso el poco logro) que mueve y ordena la secuencia del filme.
Porque esta buscada musicalidad -una cosa es el leit motiv y otra la reiteración, aunque mecánicamente se parezcan- no está afinada, disuena, y no alcanza a dar verdadero ritmo interior al relato del niño que encuentra en una cueva de los alrededores de su aldea una presencia que inicialmente le asusta, luego le fascina y finalmente le abre la puerta de un suceso verídico ocurrido en la Italia de la época.
El suceso manejado por Gabriele Salvatores es rico y le ofrece posibilidades de buen desarrollo, que él desaprovecha, pues su elección formal, queriendo ser lo contrario, es arrítmica, y por eso no secuestra la atención, ni mantiene -sólo al principio, y con algo de truquerío- el ánimo en vilo. Y el filme cansa, fatiga.
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