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LA MUERTE DE UN TENAZ POPULARIZADOR DEL LIBRO
Columna
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El final del espectáculo

A pesar de lo alto que era bailaba muy bien el vals y supo cumplir como boy de Celia Gámez. Doy fe de ello porque muchos años después, cuando ya era el más poderoso editor de España, participó en un programa televisivo sobre su vida y se prestó a dar unos pasos de baile muy en la línea de Empieza el espectáculo. Y algo de espectáculo lleno de contrastes tiene la vida de este sevillano emigrado económico a Madrid, luego capitán de la Legión ocupante de Cataluña durante la Guerra Civil, casado con María Teresa Bosch -una muchacha catalana sabia en literatura-, profesor de academia, promotor de editoriales sin éxito hasta que de pronto encontró el planeta buscado y Los cipreses creen en Dios de Gironella. Su suerte estaba echada como editor dotado de un talento excepcional para encontrar colaboradores y hacer necesarios sus libros y su personalidad. A pesar de ser un vencedor en la Guerra Civil mantuvo una vivencia cultural abierta y sabiamente adaptada a la evolución de la sociedad literaria, y si con la trilogía de Gironella había contribuido a la revisión de la memoria del vencedor, no era obviamente un editor de izquierda, pero sí un editor convencido de que el lector sería más determinante que la censura.

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Con Lara desaparece el gran difusor de la edición

Cuando salí de la cárcel trabajé para Lara en la preparación del Diccionario Larousse, en una redacción prácticamente ocupada por una mayoría de jóvenes profesionales entre el rojo y el rosa, porque Lara había entendido que era gente más curiosa y al día que los de camisa blanca o azul. Mi misión era más melancólica que trascendental, recortar con las tijeras diferentes diarios del mundo con el fin de crear un archivo. A veces Lara pasaba ante mis tijeras con cierta mirada de apuro. Yo era entonces un joven ceñudo y escasamente comunicativo, inquietante sin duda con unas tijeras en la mano. Años después me editó Yo maté a Kennedy porque la censura prohibió la obra para Seix y Barral y el propio Carlos Barral me sugirió que sería más fácil editarla en Planeta. Así se hizo, y ya de editor a escritor, se atrevió a sugerirme que si abandonaba la política clandestina y me dedicaba sólo a la literatura, "haré de usted el primer escritor de España". Le animé a que lo consiguiera, pero sin necesidad de que yo dejara mis clandestinidades que algo contribuían a mi autosatisfacción.

Durante parte de los años setenta, Lara fue propietario de una revista de humor de izquierdas, Por Favor, editada por su hijo José Manuel y dirigida por Perich y un servidor, circunstancia que motivó repetidas reuniones a dos, por las tardes, en su despacho, sin otro tema de conversación que el futuro de la izquierda en España y muy especialmente el del partido comunista, sobre el que aseguraba conocerlo casi todo. Dolores Ibárruri le había guisado una inolvidable tortilla de patatas, en Moscú, toda para él. Cuando gané el Planeta en 1979, un año después que Marsé y dos más tarde que Semprún, Lara fue frecuentemente mi presentador en actos culturales y casi siempre me llamaba Ricardo Montalbán, demostrando así un cariño voluntarista que me regalaba la condición de héroe cinematográfico en tecnicolor. Con frecuencia me telefoneaba para proclamar que yo era un fenómeno y más me telefoneaba a medida que iba haciendo dejación en sus hijos, siempre relativa, de su omnipotencia editora. Cuando se puso seriamente enfermo dejó de llamarme y yo me preocupaba pensando: "Coño, a ver si has dejado de ser el primer escritor de España...". Cuando le concedieron la Medalla de Barcelona, Terenci Moix y yo flanqueamos a un anciano casi incomunicado pero que conservaba, yo creo, sentido del espectáculo y poder en la mirada. Las editoriales ya no son lo que eran, en parte gracias al sentido de lo industrial que intuyó y practicó Lara, pero él supo siempre dar sensación de respeto por la gente que sabía escribir, respeto que los escritores apreciamos más que cualquier otro logro porque somos exhibicionistas. Escribimos para ser reconocidos y dejar grabado nuestro nombre, aunque sea en el aire, y por eso agradecemos que los editores tengan también sentido del espectáculo.

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