La lucha contra las enfermedades emergentes
Alcanzado ya el siglo XXI, cuando el mundo creía que prácticamente había logrado el control de las enfermedades transmisibles, nos estamos enfrentando a las denominadas enfermedades infecciosas emergentes y reemergentes. Algunas de ellas surgieron sin que conozcamos antecedentes precisos, otras son causadas por agentes recién identificados o que han incrementado su incidencia de forma dramática, como los síndromes causados por los hantavirus y, finalmente, otras son enfermedades producidas por microorganismos conocidos por haber convivido largo tiempo con la especie humana, pero que han llegado a experimentar un cambio en su patogénesis o distribución, como es el caso del bacilo de la tuberculosis, resistente a múltiples medicamentos.
La colaboración ha permitido en un tiempo récord detectar el virus y desarrollar pruebas
Estas situaciones están provocando en la sociedad una creciente preocupación, frente a lo cual se están aunando esfuerzos científicos y sanitarios para entender y combatir los factores causantes de las mismas.
En este momento, autoridades sanitarias, médicos e investigadores de todo el mundo están luchando para controlar el síndrome respiratorio agudo grave (SARS, siglas en inglés), más conocido como neumonía atípica, que parece ser la primera nueva enfermedad de este siglo tipificada como fácilmente transmisible y grave.
Los factores responsables de las enfermedades emergentes incluyen cambios ecológicos, como los que se producen a causa del desarrollo económico o agrícola, o anomalías climáticas; cambios demográficos y de comportamientos humanos; factores relacionados con el transporte, comercio, tecnología o industria, y fenómenos de adaptación, cambios y mutaciones de los microbios.
Entre los principales agentes causantes de estas enfermedades destacan los virus. Recordemos que un virus es básicamente una pequeña aglomeración de material genético -ya sea ADN o ARN- dentro de una cubierta viral o cápside, la cual, a su vez, está conformada por fragmentos de proteínas denominados capsómeros. Pues bien, en condiciones ambientales normales los virus se mantienen restringidos a su hábitat normal y a determinadas zonas geográficas. Sin embargo, a veces puede alterarse este equilibrio, favoreciendo tanto la infección de especies alternativas (que antes no actuaban como hospedadores del virus) como la aparición de una enfermedad en regiones más amplias de las que inicialmente forman su nicho ecológico. Esta transferencia de material genético de virus entre especies se conoce como tráfico viral y constituye una de las fuentes más importantes en la génesis de nuevas enfermedades infecciosas.
Esto es, por ejemplo, lo que pasó en tres ocasiones durante el siglo XX con el virus de la gripe causando pandemias gripales, alguna de ellas de consecuencias devastadoras. Estas pandemias fueron causadas por la aparición de una cepa antigénicamente nueva surgida del intercambio genético entre cepas humanas y porcinas, las cuales a su vez procedían de cepas de aves. Y esta transmisión desde animales al hombre es lo que probablemente haya ocurrido con el coronavirus causante del síndrome respiratorio agudo grave. No hay que olvidar que los coronavirus conocidos con anterioridad son agentes causales de infecciones respiratorias y entéricas muy comunes en humanos y en animales domésticos. El virus que ha sido definido como agente causal de esta neumonía atípica es nuevo, y se ha denominado SARS-CoV. Los coronavirus se llaman así porque tienen una corona de proteínas características, poseen un genoma constituido por una molécula monocatenaria de ácido ribonucleico (ARN), y las moléculas de dicho ARN tienen una capacidad elevada para generar pequeños cambios de su secuencia, conocidos en el lenguaje científico como mutaciones. Esto es lo que les confiere una gran variabilidad que les permite, en ciertas ocasiones, escapar a los mecanismos inmunitarios del huésped.
Son múltiples los problemas a los que nos enfrentamos cuando surgen estos nuevos patógenos. El cambio de hospedador suele llevar asociado un aumento de la virulencia. Además, el ser humano carece de inmunidad frente a estos nuevos agentes, es decir, no se ha enfrentado nunca a ellos y el organismo no es capaz de dar una respuesta rápida. Por otro lado, en los primeros momentos no se conocen bien todos los mecanismos implicados en su transmisión, con la consiguiente dificultad para establecer las medidas de control de forma completa. Otro de los obstáculos es que en las primeras fases no existen las pruebas diagnósticas adecuadas para llegar a una identificación del patógeno, y tampoco se cuenta habitualmente con medicamentos específicos para su tratamiento.
Todos estos factores hay que tenerlos en cuenta ante la aparición de estas nuevas enfermedades. La experiencia nos demuestra que el enfoque ante dichos problemas emergentes debe ser dinámico, sistemático y global, teniendo en cuenta diferentes perspectivas y contemplando el trabajo conjunto de médicos clínicos, microbiólogos, profesionales de la salud pública, antropólogos, sociólogos...
Este enfoque se está siguiendo de una manera muy especial ante el reto del SARS en el que en estos momentos estamos inmersos. En un tiempo récord contamos ya con la detección del virus y se han desarrollado pruebas de laboratorio, aunque todavía se están perfeccionando, ya que no son del todo sensibles. Ello ha sido posible gracias a la estrecha colaboración de prestigiosos laboratorios de diferentes países enmarcados en una red coordinada por la OMS. Los mejores científicos de todo el mundo están trabajando las 24 horas del día y con un espíritu de colaboración y sinergia francamente elogiable, habiéndose intercambiado con rapidez muestras de pacientes que han permitido analizarlas en distintos laboratorios y con enfoques diferentes.
De forma similar, la más positiva dinámica de colaboración y rápida respuesta se está dando en el campo de la epidemiología para detectar los mecanismos de transmisión, conocer el patrón epidemiológico de la infección y establecer la extensión del brote. Por otro lado, la secuenciación del genoma del virus SARS-CoV ha abierto la puerta para el desarrollo de antivirales más eficaces, así como al diseño de una vacuna recombinante. Ambas estrategias permitirán una prevención, un control y un tratamiento más eficaz del SARS.
No se puede predecir cuándo va a surgir un nuevo virus, ni hoy por hoy podemos evitar que esto suceda. Sin embargo, el esfuerzo conjunto de todos los países y sus sistemas de vigilancia epidemiológica nos permitirán detectarlo con rapidez e iniciar de un modo inmediato los planes de actuación y contingencia, permitiendo organizar una adecuada respuesta internacional que permita hacer frente a la amenaza y controlar la propagación. El SARS está demostrando cómo funciona en la práctica el sistema de alerta y respuesta ante una enfermedad nueva, y estos mecanismos podrán ser aplicados de igual forma ante nuevos procesos emergentes.
Ana Pastor es ministra de Sanidad y Consumo.
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