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Reportaje:MEDIO SIGLO DEL ADN

La biología conquista el Everest

El 29 de mayo de 1953, Edmund Hillary y el sherpa Tensing Norgay alcanzaban la cumbre del Everest. El valor simbólico de aquel logro no puede ser pasado por alto: los humanos mostraban su capacidad para adentrarse en los lugares más remotos del planeta que les acoge, posibilita y da sentido. Pero medio siglo más tarde, nuestros recuerdos y celebraciones se dirigen más a un acontecimiento que tuvo lugar poco más de un mes antes, el 25 de abril: la publicación en la revista inglesa Nature de un artículo de apenas una hoja titulado 'Estructura molecular de los ácidos nucleicos. Una estructura para el ácido desoxirribonucleico". Sus autores eran un antiguo físico inglés, Francis Crick, y un joven biólogo nacido en Chicago, James Watson. Trabajando en el viejo Laboratorio Cavendish de Cambridge, ambos alcanzaron otro Everest, éste de la biología, una cima aunque menos tangible visualmente no menos difícil de conquistar que la del Himalaya. Escalaron el Everest de la vida. Encontraron la más preciosa de las joyas, aquella que permite entender procesos como son la reproducción y transmisión (herencia) del material genético, así como los daños -o, simplemente, cambios- moleculares que tal material puede sufrir, y la evolución y diversidad de las especies.

Argumentaron que las sustancias que constituían la doble hélice eran como las "letras" de un código
Hace ahora medio siglo se abrió una nueva caja de los milagros -y de los truenos- científicos
El proceso que desembocó en el artículo de Nature tiene mucho de colectivo

Watson y Crick descubrieron la pieza con la que tanto soñó Charles Darwin, que era perfectamente consciente de que su gran montaje, la teoría de la evolución, que esbozó en ese libro memorable que forma parte de nuestra cultura lo mismo que las mejores obras de Shakespeare o Cervantes, El origen de las especies (1859). Allí, en el primer capítulo, Darwin escribió: "Las leyes que rigen la herencia son, en su mayor parte, desconocidas. Nadie puede decir por qué la misma particularidad en diferentes individuos de la misma especie y en individuos de diferentes especies, es unas veces heredada y otras veces no; por qué muchas veces el niño, en ciertos caracteres, vuelve a su abuelo o abuela, o a un antepasado más remoto".

La primera edición de El origen de las especies se agotó el mismo día en que fue publicado. Hillary y Tensing ocuparon inmediatamente las portadas de todos los periódicos del mundo. Watson y Crick no disfrutaron de ese privilegio o, acaso, maldición. Y es que el descubrimiento de la estructura (en doble hélice) del ácido desoxirribonucleico, el ADN, pasó con más pena que gloria para los medios de comunicación, que en general ignoraron la noticia. En cuanto a los científicos, su reacción no fue tan unánime como ahora podríamos pensar. Ciertamente se reconoció su importancia, pero los problemas a resolver todavía eran formidables. Watson y Crick argumentaban (correctamente) que las sustancias (adenina, timina, guanina y citosina) que constituyen la doble hélice del ADN, eran como las "letras" de un código que de alguna manera determinarían los aminoácidos que forman las proteínas, pero ¿cuál era ese código y cómo se descifra para dictar el orden de aminoácidos en una proteína? Y así, cuando se analizan los contenidos de, por ejemplo, Nature, se observa que únicamente hacia 1960 (aquel año Arthur Kornberg sintetizó ADN in vitro) comenzó a ser importante el número de artículos que estudiaban el ADN, y sólo una pequeña parte de ellos mencionaban la doble hélice.

En cierto sentido, aquella moderada reacción continuaba la tradición de investigaciones sobre el ADN, cuya identificación se remonta a los alrededores de 1869, cuando Fritz Miescher descubrió que núcleos de células de pus contenían una sustancia constituida por una proteína y un compuesto al que más tarde se denominaría ácido nucleico, primero, y ácido desoxirribonucleico, después. No sería hasta 1944 cuando Oswald Avery, Colin MacLeod y Maclyn McCarthy sugirieron que el ADN -que aparecía en los cromosomas- podría funcionar como el material genético. Pero sin ser ignorado completamente, el artículo de estos tres científicos no convenció demasiado. Linus Pauling, uno de los más destacados participantes en la carrera por encontrar "los átomos de la herencia", manifestó en cierta ocasión: "Conocía la propuesta de que el ADN es el material genético, pero no la aceptaba. Estaba tan contento con las proteínas que pensé que ellas eran probablemente el material hereditario y no los ácidos nucleicos". Hoy sabemos que la síntesis de las proteínas, esas sustancias complejas (como la hemoglobina) indispensables para los organismos vivos, está dirigida por el ADN, aunque a través de otro ácido, el ribonucleico o ARN.

La simple mención de los científicos precedentes ya induce a pensar que aunque ahora celebremos la publicación hace cincuenta años del artículo de Watson y Crick, el proceso que condujo a la propuesta que se hacía en él tiene mucho de colectivo. De hecho, esto fue así hasta extremos que entran en la pura controversia. Y en este punto una persona destaca por encima de todas: Rosalind Franklin (1920- 1958), entonces en el King's College de Londres.

Para desentrañar la estructura del ADN fueron fundamentales los datos extraídos de fotografías de muestras obtenidas mediante la técnica de difracción de rayos X. Y ninguna fotografía fue más reveladora que una de las que tomó Franklin, que mostraba con claridad los rasgos característicos de una estructura helicoidal. Fue esa fotografía la que, sin que Rosalind lo supiera, Maurice Wilkins (jefe de Rosalind y cuyas aportaciones a la elucidación de la estructura del ADN también fueron notables) enseñó a Watson a finales de enero (1953). Y tampoco podemos olvidar que Max Perutz, miembro prominente del grupo del Cavendish, mostró a Crick y Watson la copia del informe que poseía en el que se detallaban los avances de los investigadores del King's. Hoy sabemos que la evidencia escondida en sus fotografías no pasó inadvertida para Franklin, que a finales de febrero escribió en uno de sus cuadernos que la estructura del ADN tenía dos cadenas. Se tuvo, no obstante, que conformar con publicar un artículo (firmado con su colaborador Raymond Gosling) que seguía a otro de Wilkins, A. R. Stokes y H. R. Wilson, que a su vez aparecía inmediatamente después del de Waston y Crick, en el inmortal número del 25 de abril de Nature.

El hecho es que Watson y Crick utilizaron la información obtenida para escribir el artículo que hoy celebramos, y que en el proceso añadieron mucho a la visión de la molécula que seguramente se había formado su competidora. Que ambos eran -y continúan siendo- unos científicos extraordinarios, y que es justo que les honremos por sus aportaciones de 1953, es algo que está fuera de toda duda. Como también lo está el que la historia de lo que habían tomado de Franklin permaneció oculta hasta que el propio Watson la narró en su tan sincero como descarado libro, The Double Helix, que publicó en 1968, cuando ya había obtenido, en 1962, compartido con Crick y Wilkins, el Premio Nobel de Medicina, y cuando Rosalind ya había muerto: falleció en 1958 de un cáncer de ovarios. Añádase a todo esto que en su libro Watson realizó comentarios extremadamente machistas sobre Franklin, y se tendrá el previsible resultado de que ésta se convirtió en una heroína del movimiento feminista, lo que condujo a más de una exageración sobre su obra, mitigadas recientemente en una rigurosa biografía (Brenda Maddox, Rosalind Franklin. The Dark Lady of DNA, 2002), que sitúa en su justo lugar la figura de esta en importantes sentidos desafortunada mujer.

Pero aunque la ciencia la crean personas, posee su propia vida, transitando por el tiempo y el espacio. Decía antes que el impacto del descubrimiento de la estructura del ADN tardó en sentirse, especialmente en su dimensión más "social" (y socioeconómica), esa que hace que el mundo biológico-molecular sea en la actualidad noticia permanente, la misma que da sentido cuando se dice que vivimos inmersos en una revolución científica que tiene a la biología molecular en su epicentro. Un momento importante en este sentido fue cuando se desarrollaron, en torno a 1970, métodos de "cortar" y "pegar" trozos de ADN, esto es, cuando se desarrollaron las técnicas del "ADN recombinante". Inmediatamente, en 1971, se fundó la primera empresa de biotecnología, Cetus, de la que la tan famosa Celera Genomics de Craig Venter no es sino un descendiente (no contractual). Fue entonces cuando se abrió realmente una nueva era, no sólo científica sino también, o eso parece, social. Una era entre cuyos habitantes figuran algunos tan nombrados como "genomas" y "proyectos Genoma", "genómica" y "proteómica", "clonación", "clones", "ingeniería genética" o "transgénicos", al igual que otros como "ética", "ADN y medicina forense", "patentes" o "privacidad y discriminación".

Si "la poesía es un arma cargada de futuro", no está la ciencia menos provista de semejante potencialidad. Francis Crick y James Watson así lo mostraron, abriendo una nueva caja de los milagros -y de los truenos- científicos ahora hace justamente medio siglo.

James Watson y Francis Crick, en la Universidad de Cambridge en los años cincuenta.
James Watson y Francis Crick, en la Universidad de Cambridge en los años cincuenta.AP

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